¿Qué
maléfico ascendiente tenía el cojo Santa Anna sobre el pueblo de México, para
que éste estuviera pronto a levantarse en armas a favor suyo?
¿A caso el patriotismo había muerto en
los mexicanos y no recordaban la nefasta obra de aquel haciéndonos perder? ¡Y
de qué manera! La mitad de nuestro territorio.
Quizás el mexicano sea el hombre más
voluble de la tierra y tan pronto eleva a un individuo al poder para adorarlo,
como a uno de los semidioses de la antigua Grecia; como lo precipita al abismo
y se ensaña con el que otrora considera como el mejor gobernante.
En lo que se refiere a Santa Anna, el
caso es difícil de aclarar; más es innegable que el maldito y traidor cojo, por
una u otra causa, era el ídolo del pueblo bajo. En cuanto a gentes de otra
esfera social, lo más probable es que hayan seguido al engreído general, héroe
de las batallas perdidas, por su propia conveniencia.
El 29 de noviembre de 1852 se
pronunció la guarnición de Tampico por el regreso de Santa Anna. Muchos pueblos
se adhirieron al pronunciamiento y para no ser menos, los rioverdenses echaron
su cuarto a espadas secundando el movimiento subversivo.
Se levantó en la Sala Capitular un
acta en la que, entre otras cosas, desconocía a don Julián de los Reyes que se
había hecho reelegir. ¡Qué admirable oportunidad de lograr sus fines los
partidarios del Lic. Ramón Adame!
Tanto las fuerzas acantonadas en Río
Verde, como los soldados de la Colonia de San Ciro de las Albercas se unieron a
los rebeldes y sintiéndose fuertes éstos, arrogándose facultades que no tenía,
y por el solo hecho de estar contra el gobierno constituido, formaron un
llamado “Directorio de Rioverde”; organismo que tenía por misión enjuiciar a
don Julián de los Reyes.
Para logar el fin que se habían
propuesto hacía falta tener en las manos al espurio gobernador y para ello
contrataron los servicios de un notorio bandido al que se conocía con el mote
de “el Amito”, también el “Amito Andrés”.
Mediante la módica suma de ocho mil
pesos, el bandido se comprometió a secuestrar a don Julián, preparó su gente y
el 9 de enero de 1853, al caer la tarde, esperó que don Julián saliera a dar su
habitual paseo por la Calzada de Guadalupe, se le acercaron y galantemente lo
invitaron a que montara un caballo que le tenían preparado.
Don Julián, como era un individuo irascible,
lo que le había concitado al odio de mucha gente, declinó la invitación con
palabras algo carretoneriles. Con el ruido del altercado comenzaron a asomar
algunas casas curiosas a las puertas de sus casas, esto no estaba previsto en
los planes y como ni aún por la fuerza pudieron montarlo en el caballo, sencillamente
le dieron muerte, huyendo en seguida del lugar de la escena.
Los miembros del Directorio, entre los
que figuraban personas de relieve social tanto de Rioverde como de la Capital,
se llevaron un susto con aquel desenlace y no tuvieron más que esperar los resultados,
los que fueron felices; pues triunfante la revolución, tomó el poder el Lic.
Adame, ue ya para febrero era el gobernador.
Echos de Armas en Rioverde. E.V. por Jose de Jesus Alvarado Orozco
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