S i oscura estaba la situación en este año, se agudizó debido a las malas cosechas y a la falta de trabajo. Esto fue aprovechado por algunos forajidos profesionales que enrolaron en sus filas a muchos rancheros de los de alma negra y se dedicaron a asaltar en el camino real, y aún se atrevieron a asaltar a algunas haciendas, en las que sabían que había pocos o ningunos “celadores”.
La guarnición de “carnitas” del Estado
era, desde luego, insuficiente para patrullar los caminos y dar escoltas
(pagadas) a aquellas personas cuyos posibles les permitía tal dispendio. El
ciudadano común y corriente, si salía al camino, lo hacía a su propio riesgo.
Aunque por lo general llas personas
humildes que se veían en la necesidad de trasladarse de un lugar a otro, lo
hacían reunidos en grupos más o menos numerosos, no por ello dejaban de
librarse de los salteadores, gente armada que los dejaba casi en cueros.
Algunos de estos salteadores eran de
alma negra que no perdían la oportunidad de “despenar” a un desgraciado e
indefenso caminante, nada más por darle “gusto al dedo”. Esto no debe tomarse
al pie de la letra, ya que a lo que le “daban gusto era al brazo, ya que
ultimaban a sus víctimas a puñaladas o machetazos.
El 7 de julio a las 9 de la mañana los
forajidos asaltaron la hacienda de Gallinas.
Era administrador de ella un pobre
gachupín de nombre Agustín Aduto, quien al ser requerido por los bandoleros
para que entregara el efectivo que tenía en la caja de la tienda, exhibió una misérrima
cantidad de cuartillas y tlacos.
Furiosos los bandoleros al ver lo
escaso del botín, la emprendieron a golpes contra el infeliz viejo, lo
martirizaron hasta el cansancio y en vista de que, a pesar de todo, no les
entregaba dinero, lo hicieron picadillo a puñaladas.
El 22 del mismo mes y como para dar
pruebas de que ninguna de las cuadrillas de salteadores quería ser menos que las
otras asesinaron en Puerto de Martínez al mayordomo Feliz Benavides. El motivo
fue el mismo que tuvieron los asesinos de don Agustín Aduto.
Como ya la situación er5a intolerable,
casi todos los hacendados reforzaron sus cuerpo de “celadores” dedicándolos a
perseguir a los bandidos.
Uno de los más gruesos contingentes lo
formaban los celadores de la hacienda de San Diego, unos 40 hombres capitaneados
por “Aciano Mayorga” que “ende que era pollo ya había golido la pólvora cuando
vinieron los gringos”.
Mayorga tenía el especial encargo por
parte de don Paulo Verástegui de perseguir, de preferencia, al “tuerto” Baldomero,
que fue quien martirizó a don Agustín Aduto, el infeliz gachupín y como la
hacienda de Gallinas era propiedad de don Paulo, quería vengar a toda costa a
su empleado.
Ya casi para amanecer del 22 de
octubre caminaba Mayorga con su gente por una verdea del potrero del
“Apeloteado”, perteneciente a Cieneguilla y por lo tanto a su patrón, cuando
percibió olor de humo entre el mezquital, ordenó a su gente que permaneciera
quieta y poco a poco se internó entre el entonces espeso bosque de mezquites y
logró ver, en un claro del monte, una gruesa partida de bandoleros que estaban
“calentando gorda”.
Ni tardo ni perezoso se reunió a su
gente, los hizo desmontar y acercándose cautelosamente hasta ponerse a tiro,
hicieron una descarga cerrada sobre el grupo, de cuyos componentes muchos
rodaron por el suelo. Los supervivientes, dejando sus caballos y toda su impedimenta
entre la breña, siendo imposible perseguirlos.
Levantando el campo, los “celadores” se
encontraron dueños de 18 fusiles y pistolas, 28 caballos ensillados, cobijas, etc.
Y lo mejor de todo, trece muertos, y cuatro heridos, los que incontinenti
“despenaron” colgándolos de un mezquite con sus mismas reatas.
Más no fue esto todo. Por un azar del
destino uno de los semimuertos era el tan encargado “Tuerto” a quien antes de
suspenderlo lo mutilaron de una manera obscena.
Cincuenta pesos para Mayorga y diez
por barba a sus compañeros, fue la gratificación que recibieron del patrón,
contento de que la muerte de su empleado hubiera sido totalmente vengada.
Echos de Armas en Rioverde. E.V. por Jose de Jesus Alvarado Orozco
Fotografia: Lic. Elena Rodriguez de la Tejera
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