Quiero hacer mención de
la persona de Don Carlos Martínez como era conocido o don Carlos el de la
difusora.
Don Carlos Martínez
nació un 4 de noviembre de 1918 en la fracción de el Refugio, del municipio de
Arroyo Seco, Qro. Su padre fue don Rafael Martínez y su madre doña María Guillen,
y se casó con la señorita María Gertrudiz Sánchez Arvizu.
En sus inicios en Rioverde
don Carlos vendía televisores y gas licuado, quizás era la competencia del “Chifuga”,
o de Toño Valduvi.
Pero su ingenio siempre
era patente en sus actos, pues diseñó la antena y siguió la fabricación de la
misma en un taller de Rioverde.
El realizaba las
reparaciones a su estación difusora, recuerdo que allá a principios de los
sesenta inventa y fabrica un vehículo anfibio, que era un simple chasis de
estructura tubular, con cuatro llantas de hule de esa de tipo carretilla, una
barra y volante al centro en la parte delantera y un cajón acojinado que le
servía como asiento, bajo el chasis le colocó varias latas mantequeras
selladas, de lámina de manera que cubría toda la superficie inferior del chasis.
Impulsaba dicho
artefacto un ventilador de seis aspas de aprox. 1.50 m de largo que era movido
por un motor de petróleo que se utilizaban en las huertas para bombear aguas de
las norias o en los molinos de nixtamal que había varios en el pueblo y
rancherías.
Cuando realizó la
prueba de flotación en la Media Luna, se hizo acompañar por su fiel trabajador
Max o Machi, también un personajaso de a caballo en el viejo Rioverde, nos
contaba Maxi en el estanquillo de don Daniel que estaba sobre la acequia que
pasaba por la Placita de San Juan, que fue toda una aventura la que vivió ese
día con Don Carlos, ya que tuvo su fallas dicho vehículo anfibio y a su regreso
a Rioverde entraban por la calle Porfirio Díaz y ahí tomaban la calle Aldama
que es donde estaba la difusora.
Como en aquellos años
no estaba pavimentada ni una calle en Rioverde, ya se han de imaginar la polvareda
que levantaba con las hélices a su paso el flamante vehículo anfibio, claro con
el corredero de gente para ponerse a salvo de la polvareda, algunos muchachos
gritaban “ahí viene Ciro Peraloca” con las consiguientes risotadas.
Quiero recordar que en
aquellos años a la Media Luna solo se llagaba en solky, carretón o carreta y
que no existía ningún árbol que dispensara su sombra, por lo que en semana
santa, si había quince gentes en la Media Luna era mucha, algunos muchachos osados
íbamos en bicicleta y ya sabíamos que en algunos tramos tendríamos que cargar
con ellas al hombro debido a los lodazales que se hacían al reventarse las
regaderas de las milpas y huertas.
LIC. IGNACIO
CERVANTES ALVAREZ
Fotografia: Lic. Elena Rodriguez de la Tejera
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