martes, 27 de marzo de 2018

LA LUNA GRANDE DE MAYO – Parte 8 - Eugenio Verástegui



La oscuridad se hizo más intensa, como sucede antes que la luna haga su aparición. Un vago fulgor en el oriente anunció que el astro de la noche no tardaría en dejarse ver, y entonces, reinó el más completo silencio entre los indios. También el prisionero dejó de entonar su fúnebre canto.

El disco brillante de la luna emergió las cumbres de las lejanas montañas y un gran clamor saludó su aparición.

Los indios se prosternaron por un momento y luego, al incorporarse, con los brazos en alto hicieron tres reverencias en honor del agentando disco.
Fue entonces que el viejo, recostado en la parihuela colocada casi verticalmente, hablo con voz un poco más  fuerte:

-Les hablo yo, el Gran Sacerdote, para decirles que veo con dolor que cada vez que nos reunimos a dar culto a los dioses que nos legaron nuestros antepasados, somos menos los que concurrimos a este lugar…

 Los hombres de ropas negras se han llevado a muchos de nuestros hermanos y los tienen viviendo con ellos… los obligan a aprender una lengua extraña y los han enseñado a adorar  dos palos atados por la mitad… la cruz, dicen ellos…

 y también  unos collares de cuentas negras que dicen “rosarios”… Yo soy ya muy viejo… siete veces veinte he visto florecer la tierra… mis brazos ya no tienen la fuerza suficiente para consumar el sacrificio… pero aquí está el hijo del hijo de mi hijo, quien a mi muerte será  quien lo guíe…

Él tiene los secretos de nuestros dioses… él sabe ya platicar con ellos… él será mi heredero… para que los haga luchar por conservar las tradiciones de nuestra raza… Quizá esta noche será la postrera de mi vida… me siento muy débil pero por lo menos habré visto una vez más la fiesta de la Gran Luna… la Gran Luna que ha engordado veinte días y ocho más…

Y dirigiéndose a un indio que se encontraba acurrucado cerca suyo, dijo:
Levántate tú, el hijo del hijo de mi hijo…

El indio obedeció y se pudo notar que era muy joven. Revestido ya con parte de los ornamentos del ritual, consistente en un “maxtle” primorosamente bordado con plumas de exóticos pájaros, una capa de pieles de jaguar, ajorcas de oro en los tobillos y sobre el pecho un riquísimo pectoral que tenía grabadas misteriosas figuras.

-¡Arrodíllate! –ordenó el viejo y su biznieto obedeció, colocándose cerca de él. Entonces el viejo tomó de junto a sí, un enorme y afilado cuchillo de obsidiana que el joven tomó con reverencia, luego, la máscara de los sacrificios máscara horrenda adornada con un par de cuernos de cíbolo, fue colocada sobre su cabeza por la propia mano del viejo sacerdote quien, al terminar der hacerlo, dijo:

-Te hago entrega de los arreos de Gran Sacerdote… desde este momento ya lo eres y todos te deberán respeto y obediencia… comenzando por mí que ya no soy nada…

Un gran vocerío saludó las últimas palabras del viejo, y todos los indios, a una, se prosternaron ante el nuevo jefe el que dio su primera orden:

-¡Que siga la danza sagrada¡
Y mientras los indios se entregaban con frenesí a la danza ritual, el prisionero siguió entonado su canto de muerte.

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