La oscuridad se hizo más intensa, como sucede antes que
la luna haga su aparición. Un vago fulgor en el oriente anunció que el astro de
la noche no tardaría en dejarse ver, y entonces, reinó el más completo silencio
entre los indios. También el prisionero dejó de entonar su fúnebre canto.
El disco brillante de la luna emergió las cumbres de las
lejanas montañas y un gran clamor saludó su aparición.
Los indios se prosternaron por un momento y luego, al
incorporarse, con los brazos en alto hicieron tres reverencias en honor del
agentando disco.
Fue entonces que el viejo, recostado en la parihuela
colocada casi verticalmente, hablo con voz un poco más fuerte:
-Les hablo yo, el Gran Sacerdote, para decirles que veo
con dolor que cada vez que nos reunimos a dar culto a los dioses que nos
legaron nuestros antepasados, somos menos los que concurrimos a este lugar…
Los
hombres de ropas negras se han llevado a muchos de nuestros hermanos y los
tienen viviendo con ellos… los obligan a aprender una lengua extraña y los han
enseñado a adorar dos palos atados por
la mitad… la cruz, dicen ellos…
y también
unos collares de cuentas negras que dicen “rosarios”… Yo soy ya muy
viejo… siete veces veinte he visto florecer la tierra… mis brazos ya no tienen
la fuerza suficiente para consumar el sacrificio… pero aquí está el hijo del
hijo de mi hijo, quien a mi muerte será
quien lo guíe…
Él tiene los secretos de nuestros dioses… él sabe ya platicar
con ellos… él será mi heredero… para que los haga luchar por conservar las
tradiciones de nuestra raza… Quizá esta noche será la postrera de mi vida… me
siento muy débil pero por lo menos habré visto una vez más la fiesta de la Gran
Luna… la Gran Luna que ha engordado veinte días y ocho más…
Y dirigiéndose a un indio que se encontraba acurrucado
cerca suyo, dijo:
Levántate tú, el hijo del hijo de mi hijo…
-¡Arrodíllate! –ordenó el viejo y su biznieto obedeció,
colocándose cerca de él. Entonces el viejo tomó de junto a sí, un enorme y
afilado cuchillo de obsidiana que el joven tomó con reverencia, luego, la
máscara de los sacrificios máscara horrenda adornada con un par de cuernos de
cíbolo, fue colocada sobre su cabeza por la propia mano del viejo sacerdote
quien, al terminar der hacerlo, dijo:
-Te hago entrega de los arreos de Gran Sacerdote… desde
este momento ya lo eres y todos te deberán respeto y obediencia… comenzando por
mí que ya no soy nada…
Un gran vocerío saludó las últimas palabras del viejo, y
todos los indios, a una, se prosternaron ante el nuevo jefe el que dio su
primera orden:
-¡Que siga la danza sagrada¡
Y mientras los indios se entregaban con frenesí a la
danza ritual, el prisionero siguió entonado su canto de muerte.
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