En la que presume haya sido adoratorio, tiene una angosta
escalera con alfardas laterales, todo construido con materiales burdos y
siguiendo una técnica que coadyuvaba eficazmente a la destrucción causada por
los elementos naturales.
En esta escalera las piedras que forman los escalones
están sueltas, como lo están las paredes, ya que son piedras asentadas unas
sobres de otras sin ligazón de ninguna especie.
Los indios, pisando con cuidado, llevaron hombros el
ídolo y frente a él colocaron el cuartón esculpido.
El cuartón podría haber sido un perfecto paralelepípedo,
sino fuera porque en la cara superior no presentaba una superficie plana, sino
era bastante convexa cerca de uno de sus extremos, tomando la forma de una
jiba.
Los indios conductores descendieron del adoratorio y,
acto seguido, cuatro de los indios mejor ataviados subieron a su vez y colocaron
a ambos lados del ídolo horripilante, sendos braseros de barro y sobre los
encendidos tizones arrojaron, de cuando en cuando, pequeños puñados de copal,
que al consumirse, impregnó la atmosfera con sutil y característico aroma.
Acto continuo, un melodía lenta y monótona se dejó oír y
era ejecutada por las mujeres soplando en chirimías y pitos de barro, algunas,
en tanto que otras, con suaves palmadas tocaban los pequeños teponaztles de que
estaban provista.
Los indios de ricos atavíos que se encontraban sobre la
plataforma del adoratorio, al mismo tiempo que cuidaban que no faltara copal en
los incensarios y avivaban los carbones soplando sobre ellos, impartían
órdenes, a la primera de las cuales, sus compañeros se formaron en largas filas
para enseguida asumir éstas una figura circular. Otra orden y los indios
comenzaron a bailar siguiendo el compás monorítmico de la melopea.
Bañados de sudor bailaron sin descanso por lo largo rato,
formando caprichosas figuras, y en medio de la oscuridad reinante, aquella
danza presentaba un aspecto impresionante y diabólico.
De entre el grupo de custodios que vigilaban al
prisionero se elevó la voz de éste, cantando en su idioma. Cantaba su canto de
muerte: “Águila de la montaña no teme a la muerte –cantaba el prisionero-
Águila de la montaña ha dado muerte a siente miserables conejos y sus
caballeras adornan mi wigman…
Águila de la montaña ha sido vencido porque así lo quiso
el Gran Manitou… El hizo que sobre los ojos de su siervo cayera una venda que
le impidió ver a estos despreciables perros de la pradera… perros que ni
siquiera son coyotes… El Gran Manitou me
espera en los territorios de la caza eterna… Águila de la montaña venció al
ciervo veloz en su carrera… cortó las uñas al feroz leopardo… arranco la piel y
el corazón al poderoso grizzli (oso)… Águila de la montaña no teme a la muerte!
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