jueves, 22 de marzo de 2018

LA LUNA GRANDE DE MAYO – Parte 6 - Eugenio Verástegui



El sol casi llegaba al horizonte cuando aquella muchedumbre hizo alto; esta vez definitivamente, puesto que todos colocaron su impedimenta en el suelo.

A una orden del viejo que yacía en la angarina, los indios hicieron una nueva colocación y en cuanto terminaron, los indios que acompañaban al viejo requirieron de las mujeres los ayates que éstas habían llevado a la espalda.

De aquellas redes de ixtle extrajeron “maxtles” de algodón recamados con plumas de vistosos colores, penachos de ondulantes plumas adornados con espejos de obsidiana, pulsera y ajorcas y, por último, unas pequeñas vasijas conteniendo pinturas: roja, negra y amarilla.

Aquellos de los acompañantes del viejo que andaban semivestidos, se desnudaron del todo y tanto ellos como los que andaban totalmente desnudos, se echaron encima sus vistosos ropajes, colocaron en la cabeza sus ondulantes penachos y, enseguida, unos a otros se hicieron tatuajes y dibujos en el rostro y las partes visibles de sus cuerpos.

Llegó un grupo de rezagados que se habían entregado a cierta misteriosa tarea no lejos del lugar, y en cuanto comunicaron al viejo que el trabajo que se les encomendara estaba ya terminado, vistieron, a su vez, sus esplendentes ropajes.

Cuando terminaron de vestirse ya era noche cerrada y todo esto lo hicieron en la más completa oscuridad. Luego, tomando la delantera, los portadores de la parihuela echaron a andar hasta llegar a un sitio no lejano del lugar en que se encontraban, siendo seguidos por los compañeros vistosamente ataviados y el resto de los indios congregados.

La tarea desempeñada por el grupo de indios escogidos para el caso, había consistido en abrir un hoyo inmenso, para hacer el cual se habían valido de palos aguzados y de las uñas.

En el fondo de la excavación había quedado al descubierto un ídolo monstruoso y un gran cuartón, ambos de madera de mezquite y el último presentaba en sus costados, raras figuras esculpidas.

Con suma reverencia los indios extrajeron el ídolo y el cuartón y los condujeron, no lejos de allí, a una explanada bastante grande, en la que no había arbusto de ninguna clase, solamente hierbas que instantáneamente quedaron aplastadas bajo los pies de la inmensa muchedumbre.

En aquella explanada se encontraban cinco construcciones (conocidas hoy como Moctezumas o cuisillos), cuatro de ellas en los puntos correspondientes a los vientos cardinales y una más que ocupaba el centro.

No tenían gran altura quizás unos cinco metros y la del centro era un poco más alta.

Todas estas construcciones, a las que pudiéramos llamar pirámides, presentaban claras huellas de los desperfectos que el tiempo había causado y que no había sido reparado.

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