Apaches y comanches son tribus belicosas que pasan el tiempo guerreando con sus
vecinos, dando pruebas de una ferocidad inaudita. Sujetan a sus prisioneros
terribles tormentos y en justa represalia, cuando alguno de ellos cae
prisionero ya conoce la suerte que le espera, de aquí que combatan
denodadamente prefiriendo recibir la muerte en pelea, antes que caer en manos
del enemigo.
El prisionero termina por acuclillarse como sus
congéneres, pero al contrario de éstos, que al adoptar esa postura inclinan la
cabeza sobre el pecho, él permanece erguido en actitud de desafío.
Los indios reunidos en el claro del bosque suman varios
millares, tres, cuatro, quizás más. Ahora todos duermen y se escucha la
respiración acompasada de toda aquella gente, sin que ruido alguno diferente de
la respiración, turbe el silencio. El indio no ronca.
Poco después de mediodía, el viejo da una nueva orden y
los millares de indios acampados cargan con su impedimenta y se disponen a la
marcha.
Cuatro indios jóvenes y robustos cogen los largueros de
la angorilla, y con un trocito rítmico y veloz, echan andar por delante siendo
seguidos por todos los demás.
Causa admiración la forma en que los portadores de la
angarilla sortean las ramas bajas de los árboles y avanzan sin perder el compás
de la marcha y así se desliza por el llano, cubierto de mezquites, huizaches
granadillos, aquella tropa silenciosa.
El terreno es muy húmedo, en partes se encuentran
ciénegas a las que hay que dar un rodeo, y de aquella humedad brota un vaho
caliginoso provocado por los candentes rayos del sol.
Hombres, mujeres y niños trotan con el característico
andar de los indios, sin que nadie se quede rezagado, ni siquiera los chicos,
los que algunas ocasiones son llevados casi a rastras. El sistema es cruel,
pero necesario para que sus músculos se robustezcan.
Cada determinado tiempo son revelados los conductores de
la angorilla, y sin perder más tiempo que el necesario para efectuar el cambio,
se reanuda la marcha.
Pero no solamente hay flores en los huizaches,
también las hay en la multitud de yerbas
que cubren el suelo, y se ven margaritas silvestres, alfombrilla, rosa,
amarilla, cempasúchil, gordolobo y el venenosísimo “toloache”, tan usado por
los hechiceros para preparar su pócima secretas.
Pájaros de muy variadas especies levantan el vuelo al
paso de la caravana para ir a posarse más lejos.
0 comentarios:
Publicar un comentario