martes, 20 de marzo de 2018

LA LUNA GRANDE DE MAYO – Parte 4 - Eugenio Verástegui



Ahora ya es día claro podemos darnos cuenta de algunas cosas más. Los indios han vuelto a su primitiva postura, todos los cuchillas, extraen de sus “ayates” el pinole y trozos de carne seca al sol, la que comen cruda.

Podemos ver, también, a un grupo de chichimecos de los de más mala catadura, que no quitan el ojo de encima de otro indio, el cual, con las manos sólidamente atadas tras la espalda, se encuentra en medio del grupo y come de la mano de uno de sus custodios, el pinole que éste le ofrece.

Este indio está completamente desnudo y se nota enseguida  que es de una raza diferente.

Es alto, esbelto y dotado de una maravillosa musculatura. De facciones nada repugnantes, casi puede decirse que es simpático. No es moreno, ni negruzco como los demás indios, si no que su piel es de color oliváceo oscuro. 

Su pelo es negro y lacio como el de los pames, pero de él solamente lleva un grueso mechón sobre la coronilla, el resto del cráneo está completamente rapado.

La boca, de labios delgados deja entrever, cuando coge el pinole, una soberbia y blanca dentadura y su nariz afilada y un tanto convexa por el centro un par de ojos negros y brillantes. Se trata de un individuo que difícilmente rebasa los veinte años y que, a juzgar por las precauciones que extreman sus custodios, han de ser un enemigo peligroso, y así es.

El prisionero es un piel roja de la tribu de los apaches, tomado por sorpresa por los indios chichimecos en una incursión que no tenía más objetivo que hacer un prisionero, cosa que lograron con mucho esfuerzo, ya que el muchacho se defendió con todas las armas naturales de que podía disponer y aunque habían ya pasado cuatro lunas desde entonces, entre los chichimecos custodios había  algunos que presentaban heridas mal cicatrizadas de los feroces mordiscos que recibieron al verificar la captura.   

En cuanto terminó de comer el pinole, los custodios pusieron en su boca un trozo de carne que fue devorado con avidez; un buen sorbo de agua de uno de los guajes de los chichimecos rubricó el almuerzo.

El viejo por su parte, recibió en la boca el atole que fuera preparado batiendo un poco de pinole  en una jícara con agua.

Ya todos los indios han terminado su frugal comida; el viejo murmura algo con su voz casi inaudible y entonces todos se echan por tierra –exceptuando los custodios- y descansan o duermen.

Estólido, el prisionero pasea su mirada sobre los muchos centenares de indios que le rodean, su rostro no demuestra pavor alguno, antes bien, su expresión es reto.

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