Una línea blanquecina comienza a dibujarse por el oriente; se aproxima el alba y entre el espeso bosque se escucha el revolar de aves numerosas que se preparan para salir en busca del diario sustento.
Los primeros rayos del sol doran las copas de los árboles
y en ese momento arriba al claro un inmenso contingente de indios.
Son de color “chocolate” y sus semblantes son de rasgos
duros pero no demuestran ferocidad como los de los chichimecas. De estatura
regular y rostros de líneas más finas y muy bien conformados. Algunos traen
taparrabos o “maxtles” de fibra burda pero la inmensa mayoría, a semejanza de
los chichimecos, están en cueros vivos. Y también, como los chichimecos, están
armados de largos arcos; pero además de
esta arma, tienen consigo una larga lanza con punta de hueso.
En ningún vestido se deja a la vista la soberbia
anatomía, y así descubierta, se puede admirar su poderosa musculatura.
En cuanto se detiene el grupo de los recién llegados, el
que parece ser el jefe de los chichimecos se adelanta hacia el que se presume
sea el jefe de los que acaban de arribar, ponen su mano derecha sobre el hombro
contrario de cada uno y cambian rápidas palabras en un casi inaudible idioma,
tras de lo cual se retira el jefe chichimeco.
Cuando el nuevo grupo entró al claro, hombre, mujeres y
niños abandonaron su ancestral postura y a una cayeron de rodillas, menos los
chichimecas, por lo que podemos darnos cuenta que trataban de potencia con los
recién llegados.
Cuatro de éstos llevaban a hombros una especie de
angarilla, un “tapeishte” formado por dos palos largos con una cubierta de
varejones y zacate, sobre la reposa una figura oscura que semeja una momia.
Pero no es tal, no se trata de un cadáver, sino de un viejo, tan viejo, que su
cuerpo no es más que un armazón de huesos y piel, un hombre tan consumido por
la edad, que su arrugada piel ha llegado a ser casi negra, lo que contrasta
notablemente con sus cabellos, bigote y rala de un blanco deslumbrador.
El viejo levanta una mano y pronuncia algunas palabras en
un gutural idioma, palabras que son escuchadas por sus compañeros con
reverencia y atención.
Los portadores de la parihuela la depositan en el suelo,
casi en postura vertical, dando el frente al poniente, hacia el lugar ocupado
por los indios que antes llegaron.
El viejo vuelve a tomar la palabra en voz baja, que
solamente el oído finísimo de los indios puede captar lo que dice.
Hace una señal y angarilla cambia de posición y queda de
cara al oriente y al momento todos indios quedan dando de frente en la misma
dirección.
Pasan unos instantes, la luz se hace más y más intensa,
el sol va aparecer. Y cuando esto
sucede, un clamor se levanta entre los indios, quienes se arrodillan y hunden
la cara en polvo. Permanecen así por algún tiempo y cuando el disco del sol
emerge por completo en el horizonte, a una nueva orden del viejo, los indios se
incorporan, levantan los brazos y se inclinan, reverentes, ante el astro diurno
cuya luz invade la llanura.
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