viernes, 28 de octubre de 2022

Los Chaneques, por Juan Cancino Zapata.

 

Mi primo Alan y dos amigos más, como en el año 2000, an-daban explorando en la sierra de Oaxaca. Al terminar el día Alan decidió irse a descansar, sus amigos prendieron una fogata para calentar sus últimos tacos de frijol con huevo y chile que llevaban y se prepararon un caliente y rico café. Después de cenar se acomodaron en el suelo cerca de la fogata dispuestos a dormir, como estaban demasiado can-sados cayeron como piedras, el silencio de la oscura noche solo se interrumpía por el concierto de sus fuertes ronqui-dos.

A la fresca mañana siguiente, se prepararon en las brasas de leña que quedaban, un café caliente, como to-davía había unos tacos en la bolsa también los pusieron a calentar para darles fin, al terminar recogieron sus cosas y vieron una bolsa de pan que se les había olvidado sacar de una mochila, se culparon unos a otros del por qué no la ha-bían sacado para comerse el pan con el café.

Alan les dijo: ¡Yo la saqué anoche y la puse junto a la bolsa donde estaban los tacos!, el soldado le dijo: ¡Se me hace que soñaste, porque yo calenté los tacos y no estaba allí! El otro acompañante exclamó: ¡Bueno, al rato que nos de hambre, nos lo comemos!

Subieron las cosas a la caja de la camioneta y ellos tres se acomodaron en la cabina dispuestos a regresar a la civi-lización después de su agradable paseo por aquellos luga-res. Alan iba conduciendo por el mismo camino por donde habían llegado cuando vieron un árbol con una rama muy baja, la cual provocó el siguiente comentario: ¡Aguas con la ramona!, porque la rama casi rozaba la cabina.

Continuaron avanzando, sin encontrar otra desvia-ción, dando curvas y subiendo y bajando cerros, al poco rato vieron otra rama muy similar a la anterior y volvió el comentario: ¡Aguas con la ramona! Y Alan exclamó: ¡Esta igualita a la otra! El acompañante de Alan enseguida co-mentó: ¡Hasta parece que clonaron las hojas!, y el soldado exclamó: ¡Pa´ mí que son iguales!, continuaron su camino notando que era muy similar al que iban dejando atrás.

Al poco rato el soldado exclamó: ¡Hay tá la ramona! Alan bajó la velocidad quedando frente a la rama y sorpren-dido expresó: ¡Es la misma!, tenemos una hora conducien-do y volvemos al mismo lugar, el acompañante sorpren-dido también comentó: ¡Yo no he visto otro camino! ¡Este camino va derecho al pueblo!

Reanudaron su camino y unos metros más adelante el soldado le dijo a Alan: ¡Párate y pásame la bolsa de pan! Alan se detuvo y se bajó para sacar de la mochila la bolsa de pan, se subió a la cabina y le pasó la bolsa de pan al soldado que iba sentado junto a la otra puerta, el soldado conminó a Alan: ¡Dale, vámonos! Enseguida sacó un pan, lo partió en pedazos y fue tirando poco a poco cada uno de ellos en la medida que la camioneta iba avanzando, luego agarró otro e hizo lo mismo, el otro acompañante le reclamó: ¡Queda-mos que eran para comer, no para tirarlos!

El soldado, sonriendo, murmuró: ¡Ahora si nos va-mos a casa!, dale rápido Alan, éste aceleró y siguieron el camino hasta que después de unos veinte minutos, encon-traron otro camino que bajaba de otro cerro y que se unía al camino de ellos, ¡Ya ves, este si es el camino! dijo el sol-dado, lo que pasó es que los chaneques no nos dejaban salir de ese lugar –continuó- y como ya habían escondido el pan en la mochila supe que lo querían, así que los hice bajar de la camioneta para que fueran por los pedazos que les iba tirando en el camino, los distraje mientras nos alejábamos de ellos, ellos eran quienes no nos dejaban salir, se estaban divirtiendo con nosotros ¡Méndigos chaneques!

Alan y su otro amigo se quedaron sorprendidos de como el soldado había resuelto salir de la sierra y no seguir vueltas en el mismo lugar.

El soldado por ser gente del campo conocía muy bien desde niño el comportamiento de los chaneques y sabía como interactuar con ellos para salvar sus travesuras.

Fotografía: Cronista de Rioverde S.L.P. Lic. Elena Rodríguez de la Tejera.

 

 

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