Mi tío y sus amigos habían
acordado que la salida se-ría entre las ocho o nueve de la noche, como no
llegaron a tiempo todos sus amigos emprendimos la marcha hasta las diez de la
noche, había que caminar con rapidez para llegar el viernes por la mañana a San
Juan de los Lagos, antes de que entrara la peregrinación que había salido el
domingo por la mañana, esto es, teníamos que recorrer los doscientos kilómetros
que separan la ciudad de San Luis de San Juan de los Lagos en un día y medio.
Yo era el más joven de todos,
tenía 15 años de edad, debía agarrarles el paso porque ellos caminaban muy
rápi-do. Caminamos durante la oscuridad de la noche, prime-ro por la carretera
que va a Guadalajara, luego, pasando las cuestas por la capillita, nos
internamos en la sierra con rumbo a Villa de Arriaga, donde haríamos nuestro
primer descanso.
Como a las cuatro de la
mañana, en medio de esa fría oscuridad, solo iluminaban nuestro camino las
lámparas de mano que llevábamos y la luz de las estrellas. En un tramo del
camino me tocó ir al frente de la fila de nuestro peque-ño grupo, éramos como
siete individuos, iba observando el horizonte y el cielo, en un momento dado vi
el movimiento de la luz de una estrella, con un brillo semejante a Venus, que
viajaba dirección de norte a sur y les dije a mis compa-ñeros: ¡Ahí va un
satélite!, señalándoles con mi mano un lugar en el cielo.
Seguíamos caminando y de vez
en cuando volteába-mos a ver estas luces, que viajaban en sentido contrario una
de la otra.
Yo les dije: parece que van a
chocar, porque llevan la misma ruta, otro contestó en la oscuridad que nos
envolvía: a la mejor pasan rozándose o van a diferente altura, conti-nuábamos
caminando sin parar, viendo el piso y de vez en cuando levantando la cabeza
para observar las luces que se acercaban poco a poco una a la otra, nos
intrigaba qué era lo que iba a suceder en el cielo.
Las luces, que nosotros
llamábamos satélites, se fue-ron acercando en el zenit, yo les dije: ¡Alto,
espérense, va-mos a ver como chocan!, no nos detuvimos, pero si bajamos la velocidad
de nuestra marcha, esperando la colisión o el roce de ambos satélites.
Al cabo de un rato las luces
se detuvieron una fren-te a la otra y así se quedaron juntas como diez minutos,
mientras tanto seguíamos caminando y volteando a ver el comportamiento de los
satélites, unos exclamaron en son de broma: ¡Se están besando! ¡No, están
haciendo el amor!, y una serie de comentarios chuscos que no se hicieron
esperar para hacer reír al grupo. Yo dejé pasar al frente a otro compañero que
ya empezaba a acelerar el paso para jalar al grupo.
Como yo seguía observando el
zenit, vi que ambas luces se empezaban a separar y les grité: ¡Ya se están
sepa-rando!, todos detuvieron la marcha y voltearon a ver las lu-ces, que
efectivamente, se estaban separando y regresando por donde habían venido, la
del sur regresaba al sur y la del norte al norte.
Les dije: ¡Oigan, los
satélites no hacen eso, solo giran alrededor de la tierra!, alguien contestó
imitando la voz de un ranchero: ¡Pos anton´s sabe qué chigaos serán!, ¡A lo mejor
son ovnis! -dijo otro- ¡Lo bueno es que no se dieron cuenta de que ya los
vimos! -agregó un tercero-, el que iba adelante comentó: Pues hay que acelerar
el paso porque ya nos retrasamos y empezamos a caminar más rápido para llegar
nuestro camino.
Por mi parte, frecuentemente
levantaba la cabeza para ver las luces que se alejaban cada vez más una de
otra, hasta que las perdí de vista en el frio y estrellado cielo, supe que no
eran satélites, porque éstos pierden el reflejo del sol con la curvatura de la
tierra y los que vimos nunca perdie-ron su luz por más alejados que estaban uno
de otro.
Por esos años no se hablaba de
estaciones espaciales, aunque si, de objetos voladores no identificados
(OVNIS).
Fotografia: Elena Rodriguez de la Tejera.
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