En la ciudad de Rioverde, en el 2014, había un negocio de lavado de carros, que había tenido buen éxito, generalmen-te yo llevaba ahí a lavar mi camioneta por rapidez, calidad y buen precio.
Cierto día iba a salir fuera de la ciudad y deseaba lle-var
el vehículo limpio, salí de mi casa hacia el lavado de ca-rros ubicado en el
Boulevard Carlos Jonguitud, antes de llegar a los arcos de bienvenida en la
carretera Rioverde-San Luis, al aproximarme al lavadero vi que en el exterior
se estaba echando de reversa, para entrar a pagar, un vehículo convertible
negro, pensé en ese instante: ¡Este ya me ganó el lugar, tendré que esperar más
tiempo!
Entré a pagar atrás de él, el tipo que conducía el Mus-tang
negro traía un pantalón de cholo (corto, guango y a media nalga) y usaba una
camiseta blanca. Bajó y se paró en la ventanilla para hacer su pago, después de
realizarlo, subió nuevamente a su auto y se encaminó al fondo para dar vuelta a
la izquierda donde recibían los autos para la-varlos, yo avancé en mi camioneta
y sin bajarme, estiré el brazo para pagar justo lo que yo sabía que cobraban,
la em-pleada me dio mi ticket y continúe avanzando para entre-gar la camioneta.
Al dar vuelta a la izquierda, vi que un tipo estaba
re-gando el piso para limpiar la tierra que metían los autos, éste al verme,
jaló la manguera para que no la pisara y dijo que adelantara la camioneta para
recibirla.
En ese instante me pregunté por el convertible negro que
acababa de pasar, ¿Cómo era que este tipo tenía allí la manguera? Volteé para
atrás, hacia donde acababa de en-trar y allí no había nada, ni estacionado
enfrente donde uno daba la vuelta.
Me bajé y le entregué las llaves al hombre de la man-guera
junto con el ticket, salí caminando por donde había entrado y me dirigí a la
oficina donde tenían una sala de es-pera, antes de entrar a la sala observé que
las tres salidas es-taban ocupadas, cada una con un auto distinto, a los cuales
el personal le estaba dando los últimos toques de limpieza.
Con mucha curiosidad, salí nuevamente y regresé a mirar por
donde entraba uno a dejar los autos ¡El auto ne-gro no estaba, ni el conductor!
Regresé a la sala de espera a leer unas revistas para pasar el tiempo hasta la
hora de mi entrega, cuando se fueron los tres conductores me die-ron ganas de
preguntarle a la cajera por el auto negro, pero pudo más mi prejuicio del ¿Qué
dirán? Que descarté esta opción.
Al tercer día, los miembros de un cartel del crimen
organizado mataron a un joven parecido al que vi en el la-vadero, lo cual causó
una gran conmoción en la ciudadanía Rioverdense. A partir de ese
acontecimiento, los dueños del lavadero de autos decidieron vender todo y dejar
ese negocio, actualmente en ese lugar funciona un negocio de llantas,
alineación y balanceo.
Hasta la fecha no he encontrado explicación de qué fue lo
que pasó con el auto negro y su conductor ese día.
Fotografia: Elena Rodriguez de la Tejera.
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