Cuentan que la Santa Catarina era
la hija de un rey egipcio muy malo, que sin más la mató porque le rezaba a un
Dios sin nombre. Pero esto tiene poco que ver con la verdadera historia de la
ciudad de Rioverde, mucho menos lo tiene con la falsa.
Diversos historiadores se disputan el derecho
de afirmar quién es el auténtico fundador de esta ciudad, como si ellos
hubieran sido los protagonistas de la historia. Nunca le atinan.
Por aquellas fechas, en el siglo dieciséis, la
región que hoy ocupa Rioverde estaba poblada por tribus Otomíes. Luego de su
colonización ha sido habitada por fantasmas.
La gente que ha vivido en la región:
españoles, mestizos y criollos (a mediados del siglo XX se agregan más
españoles), al poco tiempo de llegar se desprenden de sus equipos corporales y
se convierten en espíritus que, de acuerdo al caso, van a pulular a la plaza de
San Antonio, al panteón municipal, las vías del ferrocarril o la casa de la
familia si andan en busca de ayuda para salir del purgatorio.
La primera alma en pena famosa
fue Fray Juan Bautista de Mollinedo, de quien dicen las malas lenguas, no era
fraile ni repartía las aguas del Jordán. Le gustaba bañarse en el río de la
región, quizás de ahí le viene el mote, porque lo bautizó con el nombre de Río
Verde. Y es que resulta que por aquellos tiempos había un río y era verde, que
hoy en día se ha convertido en una costra que allá de vez en cuando todavía
sangra. Dicen las profecías, tan comunes en esta región, que “algún día las
aguas rellenarán el cauce, arrastrando siglos de odio y progreso, y las aguas
serán tan saladas como el mar”.
Rioverde reconoce a Mollinedo,
oficialmente como su fundador y parar ello le ha construido una estatua en la
Plazoleta de la Fundación (frente a la Parroquia), lugar muy famoso por ser la
sede de conflictos entre los vendedores ambulantes y las autoridades del
ayuntamiento, siempre presentes en los ayuntamientos de todo el mundo.
También existía un colegio Mollinedo, en la
calle Gabriel Martínez (antes Ponce), el que esto escribe pasó seis
inolvidables años de fantasmal existencia, bajo la tutela de unas tiernas,
amigables y dulcísimas monjitas, todas ellas unas hijas del Sagrado Corazón y
Santa María de Guadalupe, que en vos confío.
Siguiendo la calle Gabriel
Martínez, se llega a la “Y griega” de las vías del tren, que en realidad es una
“O latina” deforme. En este lugar el tren se da vuelta para regresar a la
estación de Pastora, de donde parte el ramal que conecta con el FFCC San
Luis-Tampico, (si fuera “Y griega” sería imposible, que el tren diera vuelta).
La llegada del ferrocarril a esta
ciudad, en los tiempos que siguieron a la revolución de 1910, supuso la
inminente (e impostergable) modernización de la ciudad. Las minas de la zona
media del Estado de San Luis Potosí albergaban grandes cantidades de piedras
que una vez exportadas al extranjero adquieren un gran valor.
Las voraces compañías mineras
(las compañías mineras siempre son voraces en tanto que devoran la tierra sin
misericordia), sentaron sus reales en Rioverde y llenaron los patrios del
ferrocarril con montañas de rocas pulverizadas. La principal de ellas era la
fluorita, de donde se saca un producto contenido en la pasta de dientes
(dentífrico dicen en los cuentos de Archi), que dizque para la prevención de la
caries. Desgraciadamente para los que de ello se mantenían, algo ocurrió en el
mercado de valores de los dentífricos, porque de un decenio para acá ya no es
costeable la producción de fluorita en Rioverde, y por ello ha desaparecido del
Directorio Mundial de Exportadores de Fluorita.
Los protoespíritus rioverdenses
siempre andan pensando en figurar en alguna estadística nacional o mundial de
relevancia: que si rompimos el récord de temperatura, que si vendieron un
millón de cervezas Carta Blanca, que si sobre el manantial de La Media Luna
apareció un artículo en una revista alemana (Der Haffenmiinner un Rioverdrich),
que si al Santo Papa le dieron el más dulce jugo de naranjas que jamás haya
probado, etcétera. Así pues “El Día en que se acabó la Fluorita” significó luto
regional, principalmente para los cientos de choferes de camiones de mineral
que se quedaron sin chamba.
Una visita a los patios del
ferrocarril referiría la inequívoca existencia de ánimas legendarias. Hace
muchos años que la vía del tren funcionaba de frontera entre el pueblo de
Rioverde y la Villa del dulce Nombre de Jesús (hoy Ciudad de Zenón Fernández).
La rivalidad era (y sigue siendo) tan grande entre los pobladores de ambas
regiones que durante décadas la vía fue escenario de cruentas batallas, casi
siempre relacionadas con amores imposibles. Tan parece que ganaron los de
Rioverde porque en la actualidad el límite entre ambas ciudades se sitúa un kilómetro
más hacia el oeste (y porque las mujeres de la otrora villa viven en Rioverde).
Hubo un tiempo en que la gente
sembraba cañas de azúcar y había molinos por doquier. Para los niños de
entonces la mayor diversión era asistir a la molienda de la caña y paladear los
productos intermedios del piloncillo. Subsisten algunos esqueletos de molinos,
objetos de ornato, curiosidad, o vanidad, que nada significa para los actuales
niños del video.
Los principales productos agrícolas de la
región son el chile y la naranja. Hay jitomates, cuando se salvan del granizo;
aguacates, cuando no se hielan; melones y sandías, cuando no se inundan. Nadie
se explica la presencia continua de la tragedia agrícola, pero siempre este año
ha sido el peor de todos.
La historia registra una
excepción, cuando el auge llegó a Rioverde por misteriosos y cuestionables
caminos, que la ley se encargó de echar a perder al tipificarlos como delitos
contra la salud.
La tragedia es la esencia de la
vida en Rioverde. Si no aparece, hay que inventarla. Existen tres Tragedias
Mayores en la mitología naranjópolitana. Dos de ellas se encuentran ampliamente
documentadas en el dossier “Tragediario de Rioverde” que se encuentra en la
Biblioteca Pública Municipal (en la plaza de San Juan), y son “La Quemazón de
La Fama” y “El Derrumbe de la Torre de la Parroquia de Santa Catarina”, la
tercera tragedia aún no ha ocurrido, pero el alma del rioverdense la ansía: “El
Desplome del Puente Verástegui”.
Por supuesto que en Rioverde
ocurrieron batallas gloriosas durante la revolución, ¿dónde no?, el problema es
que el más minucioso análisis histórico no ha podido dilucidar si en “La
Batalla de las Calaveras” los federales defendían la plaza o se querían
apoderar de ella. Se desconoce la importancia estratégica que hubiera podido
tener el control de una región aislada entre dos serranías escabrosas y con un
río a medio secarse. Seguro que los altos mandos de los ejércitos en combate ni
se hayan enterado de los zafarranchos y que todo fue pretexto para los caciques
locales.
En Rioverde la historia
transcurre con lentitud, cuando transcurre. Varios años después nos enteramos
que La Nueva España había cedido el paso a México y todavía hay algunos
viejitos de la “Calle del Comercio” que preguntan por Maximiliano.
Todos estos
“hechos históricos” han sido saqueados de Rioverde, al igual que las piezas
arqueológicas de la Media Luna. Subsiste, como quiera, el ánimo trágico, única
posibilidad de rastrear un pasado donde siempre es de tarde, huele a azahares,
se comen cañas, y de un momento a otro ocurrirá una novedad, que siempre es la
misa, porque ya está dicha, por los siglos de los siglos.
Fotografía: Elena Rodríguez de la Tejera
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