San Luis de Potosí alberga hoy un lugar de leyenda, en la
cuadra contigua al Edificio Ipiña, hacia el poniente, ubicado en la avenida
Venustiano Carranza, entre Independencia y Bolivar. Este lugar, era el recinto
en el que encerraban a todos aquellos acusados de brujería y/o hechicería en
los lejanos años 1700 de la ciudad que para entonces vestía de mantas o cueros.
Una mujer conocida descendiente de conocido cacique
indígena, como La Maltos, pertenecía a la Inquisición, castigando a todos
aquellos acusados de herejía o brujería, pero como o caso contradictorio, ella
misma daba lugar a esas prácticas.
Todos le temían dado su alto alcance y poder, además de las
prácticas oscuras, las mismas que la llevaron a asesinar a dos personas
influyentes de aquella sociedad.
El alto inquisidor no se lo pensó y ordenó su arresto, el
que efectuaría la policía de la localidad con gusto y a la vez con miedo. Dada
la orden, el jefe de policías acompañado de un subalterno dieron caza a la
mujer, que poco podía hacer al verse atrapada por completo.
Sin embargo les pidió un último deseo, que dejaran que
dibujara en su pared una última obra, para el recuerdo, para dejar huella de su
existencia, y luego de esto, con gusto se entregaría sin oposición alguna.
En busca de facilitar las cosas y evitar la furia de aquella
dama que paseaba de noche entre fuego y caballos endemoniados, los oficiales
aceptaron la propuesta y La Maltos se dispuso a dibujar.
Con su dedo índice, trazó la figura de una carreta
acompañada de dos caballos casi poseídos, con aspecto atormentante de verdad y
luego de pronunciar “Os invito a que viajéis conmigo por lo ancho y largo de
los continentes conocidos”, la mujer se montó en esta carreta dibujada ante los
atónitos ojos de los policías, se perdió en el horizonte y los policías del
lugar.
No quedó más que el silencio, la soledad y el cuento que en
efecto nadie les creyó a aquellos oficiales, pero sí quienes sospechaban de la
dama.
Nadie volvió a ver en el pueblo a La Maltos y esta historia
fue contada por aquellos guardias que tenían la tarea de llevarla arrestada. A
pesar de la cantidad de detalles que ellos emitieron sobre el hecho, ninguna de
sus palabras fue tomada en serio y se pensó que dejaron simplemente escapar a
la mujer.
Hay que reconocer que es muy similar al relato veracruzano
de “La Mulata de Córdoba”.
Fernando Chavira Lopez
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