Fray Luis Herrera salio de San Luis el 25 de febrero
Herrera permaneció en Rioverde hasta
el 14 de marzo del mismo 1811, y durante su estancia se cometieron inauditos
atropellos. Como este día tuviera noticias de que había salido de San Luis el
coronel Diego García Conde para perseguirlo, abandonó precipitadamente la
población, encaminándose a Ciudad del Maíz a donde entró el día 20.
Razón tenía Herrera para huir; pues la
columna que mandaba García Conde estaba formada de un batallón del regimiento
de la Corona, el regimiento de Dragones de Puebla, dos escuadrones del de San
Luis y cuatro cañones.
García Conde tuvo noticia de que
Herrera preparaba un baile para el día 21, sintiéndose seguro por la gran
distancia que lo separaba del enemigo; más García Conde, doblando las marchas,
pretendió llegar a tiempo para sorprender al lego en su diversión; más aunque
forzando la marcha, logró llegar en una sola jornada desde la hacienda de
angostura hasta las inmediaciones de Ciudad del Maíz, fue ya en la madrugada
del 22.
Informando Herrera por una de sus
avanzadas que el enemigo estaba a la vista, se preparó para el combate
colocando su gente y artillería en la cresta de una loma, como a una legua del
pueblo, apoyando sus flancos en los cerros de la Cruz y el Flechero, que distan
como media legua uno del otro.
García Conde avanzó llevando en medio
en medio su artillería y la acción tuvo lugar con la duración de un relámpago;
pues a los primeros cañonazos de las fuerzas realistas huyeron los insurgentes,
dejando su artillería, pertrechos y bagajes, entre los cuales fueron cogidos
los hábitos y uniformes del legal Mariscal, así como la ropa de una mujer que
lo seguía.
En el momento de huir, Herrera ordenó
que degollaran a los once españoles que tenían recluidos en la cárcel y
entrando en ella el capitán de la escolta que los custodiaba, los hizo
desnudar, les ataron los brazos a la espalda y los lanceros cayeron sobre ellos
haciéndolos picadillo con lanzas y machetes.
Los infelices pedían piedad y se les
contestaba con sangrientas burlas; pedían un sacerdote y se les dijo que en el
infierno encontrarían bastantes.
Solamente uno de aquellos desgraciados
quedó con vida; pues los asesinos lo dejaron por muerto y aunque gravemente
herido, fue encontrado entre los cadáveres de sus compañeros que habían sido,
en su mayoría, mutilados de una manera obscena. 22 heridas tenía el
sobreviviente, se le atendió y sanó y por él se supo (desde el primer instante)
como habían sucedido los hechos. Este hombre que por verdadero milagro escapó,
se llamaba Juan Villarguíde.
Horripilado por aquella espantosa
matanza, García Conde mandó pasar por las armas al subdelegado que habían
nombrado los insurgentes, Mariano Calderón, teniendo seguras pruebas de que
había prestado su consentimiento y auxilio para hechos tan atroz. (Aquí cabe
decir que el subdelegado no era el jefe, sino Herrera y si el infeliz hubiera
desobedecido la orden, de todas maneras había sido muerto).
Herrera, Blancas y como cincuenta
hombres entre jefes y oficiales que habían logrado reunirse en la fuga, se dirigieron
a Villa de Aguayo, (Ciudad Victoria) donde se encontraban las tropas que se
había puesto al lado de los insurgentes.
Esta fuerza la componían ochocientos
hombres y algunos cañones, pero habiendo sabido su jefe que Arredondo marchaba
sobre de ellos desde Tampico, y también por influjo del cura, otra vez
“voltearon chaqueta” y para congraciarse con el Coronel Arredondo,
sorprendieron por la noche el cuartel de Herrera lo hicieron prisionero con
todos los que le acompañaban y los entregaron a Arredondo, quien en el puerto
de Tampico ordenó el fusilamiento de Herrera, Blancas y la mayor parte de sus
oficiales.
La carrera militar del lego ambicioso,
audaz y emprendedor, fue por fortuna muy corta; pues habiendo dado rienda
suelta a sus perversos instintos, echó una de las más feas manchas sobre la
revolución. No se sabe la fecha en que fue ejecutado.
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