El 3 de Octubre de 1855, en el
puerto de Santander se embarcó en el clíper “Buenaventura” con dirección a La
Habana, Manuel – Manolo _ de la Tejera Oruña, joven de dieciocho años
perteneciente a una numerosa familia vecina de Miengo.
En este puerto de
Santander se embarcó Manuel de la Tejera
Oruña.
Afortunada combinación que crea
el arrojo y la juventud, es la ceguera para avizorar la dureza de la vida, y en
este caso el ímpetu se hallaba sublimado al progreso; así pisó Manuel tierra
americana el 27 de Noviembre siguiente, después de cincuenta y cinco días de
travesía.
El clíper
“Buenaventura”
La Habana semejaba a una Babel como todo puerto importante,
por la cantidad de mercaderes de las más diversas nacionalidades en continuo
arribar y zarpar en barcos cargueros.
Las exportaciones de los
productos tropicales como el tabaco, azúcar, café, cacao y maderas preciosas;
la mano de obra de los esclavos negros y el privilegio de la libertad de
comercio que le concedía España, generaba a la isla constante riqueza, de allí
que muchos indianos se quedaran en ella estableciéndose en el pueblo de
Caibarién, que por su situación geográfica ofrecía ventajas.
Entrada a a la casa
de los Tejera
Se ignora si este haya sido el
caso de Manuel de la Tejera y solo consta por haberlo escrito en su diario
personal, que faltando poco tiempo para cumplir los seis años de estadía, se
embarcó en un vapor de nacionalidad inglesa rumbo a Veracruz, lugar en donde inició
un itinerario de siete meses, por Tampico, México, Guadalajara, Toluca, Puebla,
Orizaba y Querétaro, para tratar seguramente asuntos comerciales en
representación de alguna compañía de La Habana.
La fabrica de hielo
Una vez concluida su misión,
Manuel de la Tejera retorna a la isla el 5 de Mayo de 1862; presumiblemente
entrega cuentas y vuelve a tomar el vapor inglés a Veracruz, para arribar el
día 26 del mismo mes, y allí se radica temporalmente.
Habiendo rebasado los siete años
de permanencia en América, contaba con un capital para iniciar inversiones en
dos ramos que por oficio familiar le eran bien conocidos; las tares de la
agricultura y la ganadería; así, preambula su empresa anotando en el diario:
“Hoy 17 de Enero de 1863 salgo de Veracruz para Rioverde” por lo que es de
suponer que con anterioridad, ya se encontraban establecidos en dicha población
sus hermanos Santiago y Fernando, atraídos al igual que otros europeos, por la
pródiga agricultura y la creciente industrialización de la caña de azúcar.
Transcurridos dieciocho días de viaje, don Manuel llegó a
Rioverde, ciudad de personalidad propia y difícil, pero hospitalaria con los
fuereños; esa fue la atracción que lo fijó en esta población por el resto de su
vida.
La comparación entre Rioverde y
Miengo cargaba la morriña, pues resultaba tan contrastante como su lejanía y
don Manuel pensaba: Allá las casas se desbalagan en la campiña, en Rioverde se
alinean en calles ajedrezadas; la parroquia de San Miguel Arcángel es muy
antigua, la de Santa Catarina de Alejandría es amplia y moderna; el clima de
Miengo es templado y lluvioso, el de Rioverde tórrido y seco.
Deposito de hielo
En Honor de Miengo las regias casonas pregonan
con escudos timbrados la nobleza de los Campuzano, Elsedo y Tresgallo; aquí,
nación republicana, las casas de las haciendas, lisas de escudos pero con
señoriales balcones del estilo sobrio español, son las residencias de una clase
social orgullosa de su ascendencia peninsular; y hablando de gente, la de
Miengo es vehemente y alegre, en cambio la de Rioverde es austera.
"Casa de horiente" hoy plaza Chessani
En Cantabria la vegetación es
consistente como en la cuenca de Río Verde, en donde los eriales separan
vergeles, tal como se observa en quince kilómetros desde el barrio del Puente
del Carmen hasta los aledaños de la ex – Hacienda de Plazuela, antigua empresa
agroindustrial que acercó a Manuel de la Tejera a trabajar.
FOT OGRAFIA: Elena Rodríguez de la Tejera
TEXTO: Jose Guillermo Alvarado Orozco
EDICIÓN ESPECIAL, EL SOL DE SAN LUIS, RIOVERDE, SLP, 1º.
JULIO DE 1996
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