sábado, 8 de octubre de 2022

Leyendas de Lagunillas; Los Santos Óleos

 

                          Iglesia de San Antonio de Padua

 

Cuando el presbítero salía de la parroquia de San Antonio de Padua oí pasos y voces violentas.

–Dese por arrestado por violación a la ley de cultos.

–Permítame, dejen llevar los santos óleos a un moribundo en la calle del Arroyo y luego los acompaño –contestó el clérigo.

–Nada. En el infierno va a tener mucho tiempo para poner los óleos a los que quiera. –Los soldados lo jalonearon de los brazos y los viáticos quedaron tirados: las hostias esparcidas y el copón invertido en el suelo.

 Días atrás, este sacerdote de actitud dura con mucha autoridad, recibía y repartía propaganda antigobiernista y desde el púlpito incitaba:

–Esos ateos que trabajan para el gobierno están excomulgados, qué no van a defender a la religión en nombre de Cristo Rey.

Además, el motivo de la detención, era por su persistencia en efectuar ceremonias religiosas en la calle utilizando estandartes y vestimenta para oficiar misa; con lo cual, violaba las disposiciones gubernamentales y asilar a los activistas de la Liga Nacional de la Libertad Religiosa, con quien fijaba propaganda en las paredes de la ciudad.

 Los soldados habían aprehendido al clérigo de tal modo que le ceñían los brazos, uno lo jalaba para un lado y otro para el contrario, a la vez que otro soldado lo empujaban hacia adelante, hasta que lo tiraron en una mazmorra de la Presidencia municipal a disposición del Ministerio de Gobernación.

 Momentos antes, en el trayecto, el sacerdote rígido de orgullo miró hacia la gente que contemplaba la escena. Los militares dejaron de jalonear al clérigo, pero seguían apuntando con sus armas a los feligreses, aunque los fieles eran muy bravos, no lograron ponerse de acuerdo para impedir que se llevaran a su párroco, solo se limitaban a ver; no obstante que habían jurado esa misma mañana luchar en favor de la libertad religiosa. El sacerdote, con los ojos inyectados de furia y la mirada penetrante los vio con profundidad, y les dijo:

 –¿Esta es la lealtad que juraron ante Cristo Rey, para defender la religión? Por ésto, estarán desunidos por muchos años, dispersos en sus propósitos y se disputaran las cosas más superficiales en perjuicio de ustedes mismos. Siempre haciendo las cosas al revés.

La expresión se oyó como sentencia de profeta, que hasta se estremecieron los soldados que lo sujetaban y los fieles quedaron avergonzados con las pupilas del clérigo grabadas en sus mentes.

 A los pocos meses, el primer soldado que arrestó al sacerdote empezó a enflaquecer, sólo refería que había perdido el apetito, otro se puso amarillo, los médicos le dijeron que se había enfermado de mal de hígado y los curanderos, que de susto.

 Por su parte, los feligreses, por muchos años se llevaron la contraria entre ellos mismos, por su desunión no podían sacar proyectos ni grandes ni chicos. Siempre había un díscolo que se opusiera con un –yo no estoy de acuerdo– llevando la contraria para abortar los proyectos, como sucedió cuando cierto alcalde quiso remozar el edificio de la presidencia del municipio y poner en el frente el emblema nacional.

 Tanto le molestó la actitud del pueblo, que en venganza ordenó que se instalara el escudo nacional al revés, con el águila invertida.

 Muchos aducían que la sentencia del sacerdote fue la causa de elecciones y proyectos enredados, siempre divididos; quedando las familias peleadas y los vecinos enemistados sin poder disolver los enconos, malogrando la prosperidad de la ciudad.

 Siguieron las desuniones y una vez concluido el conflicto Iglesia–Estado el sacerdote ya no regresó. Nadie supo de él, pues fue uno de los desterrados durante la guerra cristera. Aunque otro vicario conjuró la maldición, la secuela se sintió por mucho tiempo.

Los soldados que realizaron la captura murieron pronto. El copón con las hostias quedaron convertidos en arena, no faltó alguien que dijera que había sido un milagro de San Antonio de Padua y los fieles empezaron a llevar flores y ofrendas como un punto de adoración. Pero yo fui quien recogió los viáticos y los puse en lugar seguro, guardé el secreto para sostener la versión del milagro.

José J. Alvarado

Fotografía: Santiago Medina

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