jueves, 6 de octubre de 2022

Leyendas de Lagunillas; Las Moctezumas

 

Ese cerrito arbolado que se ve en la parte trasera de la fotografia
es una MOCTEZUMA, en las tierras dwe Don Salvador Olvera.

Hundió el talache en la tierra, lo jaló a manera de palanca y vio que asomaba una piedra labrada por los antepasados indios, es en forma de herradura conocida como yugo; quedaron al descubierto, huesos de un esqueleto en posición fetal, veía vasijas, figurillas y platos. Elton Castora subió a la caja de su camioneta las ofrendas encontradas. Deshechó las piezas óseas, solo se lleva el pectoral, los collares y los anillos.

El saqueo lo hacía los domingos, en las moctezumas situadas entre la comunidad de Zapotillos y San Rafael de las Lagunillas. Elton Castora, era un hombre güero y musculoso, iba a buscar evidencias prehispánicas, pero a la vez, echaba abajo las estructuras escalonadas. Las localizaba por sus formas cónicas, piramidales o como simples montículos de 15 a 20 metros de altura. Destrozaba lajas esculpidas que formaban escalinatas buscando alhajas de oro. No le importaba a qué cultura pertenecieran ni de qué época eran.

Elton no saqueaba para vender las piezas arqueológicas a los gringos, solo las enajenaba en caso de necesidad; las reunía para la colección de su sala, donde a veces recibía al profesor Longinos Zulaica, quien le decía.

–No paran los saqueos de piezas arqueológicas a pesar de estar protegidas por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, y ninguna autoridad interviene para frenar estos robos. Por sus características, estos objetos que me muestra proceden de las montezumas o moctezumas, que son unos montículos también llamados tlatelis o cuisillos.

                                    Este es uno de esos saqueadores que cambiaba los idolitos 

                                        encontrados por dulces en una de las tiendas del pueblo.

–En efecto, profesor, pero no puedo revelar cómo llegaron a mí.

–Sin duda, pertenecen a los tlatelis de la comunidad de San Rafael donde, según sé, existen más de 200 túmulos y cuatro centros ceremoniales de juegos de pelota. – Advirtió el profesor Longino Zulaica–. Pero tenga cuidado, Elton, la posesión y comercialización de estos objetos se encuentra penada por la ley.

Mientras tanto, el juez auxiliar de San Rafael, alertaba a los ejidatarios.

–Por ahí anda un tal Castora, saqueador, profanador de las moctezumas. Muy al alba todos, viene los domingos a destruir las tumbas de nuestros antepasados, trae zapapico y pala, llega en una camioneta Ford 1967.

El siguiente domingo Elton Castora entró en su camioneta por la carretera de San Ciro, para ingresar por una terracería en busca del representante del Consejo de Vigilancia.

–Le traigo estas botellas de caña. Hoy, quiero revisar los túmulos de Zapotillos. – Le dijo.

–Muy bien, güero. Ya sabe, nada más me hago el disimulado. A la entrada se encuentra al juez auxiliar, váyase por el atajo porque ya lo anda cazando.

Frente a la plaza, el juez auxiliar vio la camioneta, lo detiene y le dice.

– ¡Otra vez por aquí, Castora! Lamento mucho que la tumba dorada haya sido destruida y su quietud quebrantada por unos cuántos dólares. Le prevengo que esos monumentos están protegidos por la Ley Federal de Zonas Arqueológicas. Es delito federal el profanar tumbas y adoratorios de los indios. Además, es bueno que lo sepa, que existe una leyenda de Kukulkán, representada por la serpiente, que asegura que los profanadores morirán al poco tiempo de ultrajar tumbas, hay algo de verdad en eso, porque los esqueletos están impregnados de cinabrio, y otras sustancias tóxicas.

Castora, murmuró: “viejillo tonto. Ya saqué unos aretes de oro de un cuisillo y se las vendí al míster Halliday, el me compra todo lo que le llevo cuando necesito dinero”.

Elton Castora con la colección aumentada, le presumía a sus amistades en la sala de su casa, y les platica:

–Pues sí, que me para el juez auxiliar y que me amenaza.

–Quizás el juez tenga razón. –Contesta el profesor Zulaica–. Estos objetos pueden estar protegidos con sustancias extrañas, hasta venenosas, con ritos a la muerte y a la serpiente emplumada. También revisten un concepto de unidad entre los mexicanos, por tener un pasado común.

 –Pues yo no sé ni mi importa, yo sólo colecciono estas piezas por gusto. –Respondió Elton con aire de superficialidad.

En otro día de excursión, Elton encuentra una pirámide entre mezquites, huizaches y palmas. Levanta un pedazo de piedra con grecas: “Parece ser la tumba de un cacique indio importante”, se dijo entusiasmado. Excava frenético, sudoroso y con toda su emoción descubre una pieza rara, zoomorfa, la desentierra lentamente para no romperla, cuando está a punto de levantarla, siente una mordedura, y alcanza ver a la serpiente escamosa enrollada sobre sí misma, interponiéndose entre él y el enterramiento esperando dar otro ataque.

Con espanto en el rostro Elton se retira, sube a la camioneta y echa una ojeada a su pierna derecha. Ve una mancha de sangre en el pantalón, lo rasga, y en su piel, nota dos puntos color violeta. Un dolor agudo le empieza a invadir. Se liga la pantorrilla con un pañuelo. Le da marcha a la Ford, abandona su mochila y sus herramientas.

Enfila hacia el centro de salud del poblado de San Rafael. Le aumenta el dolor en la pierna, con adormecimiento e hinchazón. Elton siente tres electrizantes punzadas que, como relámpagos, le recorren desde la mordedura hasta la rodilla; pero el puesto de salud está cerrado. Entonces, con dificultad acelera el vehículo por los caminos de terracería, entre baches y pedruscos; una metálica sequedad le ahoga la garganta, seguida de sed quemante. Maneja a saltos de piedra, a la vez recuerda la experiencia de toda su vida: “he salido bien librado de cosas peores”, murmura.

Llega a la unidad de salud de San Ciro pero tampoco hay médico por ser día inhábil. No quiere pedir a la ciudad una ambulancia prefiere manejar el mismo. Sigue su marcha tripulando la camioneta Ford con ansias de llegar a la ciudad de Rioverde.

La inflamación de la pierna va creciendo, los dolores aumenta, ahora lentamente le van subiendo hasta la ingle. Por fin, al paso de grandes baches llega a la carretera asfaltada. No aguanta la garganta seca, un vómito fortuito hace que pare a la orilla de San Francisco de la Puebla. Saca la cabeza por la ventanilla queriendo jalar más aire. Se estremece ante el temor a la muerte. Sus dientes castañean, se enfrenta contra los muertos que interrumpió de su sueño, y queda sumergido en un letargo: «todo empezó como un juego, como un saqueador más, junto con otros que abandoné para trabajar por mi cuenta. Aquella calavera que rayé con un plumón para que mis compañeros se rieran hasta le puse mi nombre. Este zumbido de oídos como chicharra, la maldición que me refirió el juez auxiliar.

«Corres, corres para escapar. Te persigue la policía por posesión de bienes culturales de la nación.

«Escarbas, escarbas en la tumba del cacique de más de dos mil años, hasta que desentierras una vasija de colores negros y amarillos con un calendario que se puede ver a través del tiempo. Una figura zoomorfa de una serpiente que se traslapa a Kukulkán, es la calavera del entierro, con agitación la sacas y notas que presenta tu nombre, la misma que rayaste hace algunas décadas. Dejas de respirar y quedas con las mandíbulas apretadas y los ojos abiertos viendo el nahual en forma de diablo que va sobre ti, a recuperar los objetos».

Elton quiere llegar a la ciudad, y vuelve a encender el switch de la marcha de su Ford, se lanza en su carrera temeraria contra los demás vehículos. La pierna se le hincha aún más y va tomando un color morado, a la vez que le acrecienta el sufrimiento. Conduce la camioneta zigzagueando en las curvas de Plazuela, hasta bajar al plan donde rebasa a los pesados camiones mineros. Llega a urgencias del Hospital Regional de la Zona Media. Se arrastra pidiendo que lo atiendan, y queda derrumbado con el pecho hacia arriba. «A tu muerte desaparece la colección “Elton Castora”; que en el mercado negro valdrá miles de dólares. Será buscada por las autoridades y por traficantes de obras artísticas. Cuatro décadas después, al efectuarse trabajos de remodelación, aparecerá en un sótano del inmueble propiedad de un coleccionista de arte. El que será arrestado y puesto a disposición de la fiscalía por tráfico de bienes culturales».

–¡Ayúdenme! –grita desesperado.

Los pacientes de la sala de espera protestan con alaridos por lo deshumanizado del personal médico. Hasta que, por los gritos de la gente, salen las enfermeras para brindarle los primeros auxilios.

Ni en ese hospital ni en la Jurisdicción Sanitaria hay suero anticrotálico. Sólo aparece la compra de la vacuna en los informes de gobierno y en las facturas “apócrifas”.

–Quiero entregar mi colección de figuras pre–hispánicas en algún museo – murmura.

Los familiares de Elton sospechan que los objetos de la colección poseen una esencia, por la recurrente representación de figuras zoomorfas de serpientes, de las que, ya no quieren saber nada y entregan los vestigios primitivos al Instituto de Antropología, mismos que fueron asignados a las galerías y que ahora se exhiben en capelos en diferentes museos.

José J. Alvarado.

Fotografía: Lagunillas desde el Dron.

 

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