Hundió el talache en la tierra, lo jaló a manera de palanca y vio que asomaba una piedra labrada por los antepasados indios, es en forma de herradura conocida como yugo; quedaron al descubierto, huesos de un esqueleto en posición fetal, veía vasijas, figurillas y platos. Elton Castora subió a la caja de su camioneta las ofrendas encontradas. Deshechó las piezas óseas, solo se lleva el pectoral, los collares y los anillos.
El saqueo lo hacía los
domingos, en las moctezumas situadas entre la comunidad de Zapotillos y San
Rafael de las Lagunillas. Elton Castora, era un hombre güero y musculoso, iba a
buscar evidencias prehispánicas, pero a la vez, echaba abajo las estructuras
escalonadas. Las localizaba por sus formas cónicas, piramidales o como simples
montículos de 15 a 20 metros de altura. Destrozaba lajas esculpidas que
formaban escalinatas buscando alhajas de oro. No le importaba a qué cultura
pertenecieran ni de qué época eran.
Elton no saqueaba para vender
las piezas arqueológicas a los gringos, solo las enajenaba en caso de
necesidad; las reunía para la colección de su sala, donde a veces recibía al
profesor Longinos Zulaica, quien le decía.
–No paran los saqueos de
piezas arqueológicas a pesar de estar protegidas por el Instituto Nacional de
Antropología e Historia, y ninguna autoridad interviene para frenar estos
robos. Por sus características, estos objetos que me muestra proceden de las
montezumas o moctezumas, que son unos montículos también llamados tlatelis o
cuisillos.
encontrados por dulces en una de las tiendas del pueblo.
–En efecto, profesor, pero no puedo revelar cómo llegaron a mí.
–Sin duda, pertenecen a los
tlatelis de la comunidad de San Rafael donde, según sé, existen más de 200
túmulos y cuatro centros ceremoniales de juegos de pelota. – Advirtió el
profesor Longino Zulaica–. Pero tenga cuidado, Elton, la posesión y
comercialización de estos objetos se encuentra penada por la ley.
Mientras tanto, el juez
auxiliar de San Rafael, alertaba a los ejidatarios.
–Por ahí anda un tal Castora,
saqueador, profanador de las moctezumas. Muy al alba todos, viene los domingos
a destruir las tumbas de nuestros antepasados, trae zapapico y pala, llega en
una camioneta Ford 1967.
El siguiente domingo Elton
Castora entró en su camioneta por la carretera de San Ciro, para ingresar por
una terracería en busca del representante del Consejo de Vigilancia.
–Le traigo estas botellas de
caña. Hoy, quiero revisar los túmulos de Zapotillos. – Le dijo.
–Muy bien, güero. Ya sabe,
nada más me hago el disimulado. A la entrada se encuentra al juez auxiliar,
váyase por el atajo porque ya lo anda cazando.
Frente a la plaza, el juez
auxiliar vio la camioneta, lo detiene y le dice.
– ¡Otra vez por aquí, Castora!
Lamento mucho que la tumba dorada haya sido destruida y su quietud quebrantada
por unos cuántos dólares. Le prevengo que esos monumentos están protegidos por
la Ley Federal de Zonas Arqueológicas. Es delito federal el profanar tumbas y
adoratorios de los indios. Además, es bueno que lo sepa, que existe una leyenda
de Kukulkán, representada por la serpiente, que asegura que los profanadores
morirán al poco tiempo de ultrajar tumbas, hay algo de verdad en eso, porque
los esqueletos están impregnados de cinabrio, y otras sustancias tóxicas.
Castora, murmuró: “viejillo
tonto. Ya saqué unos aretes de oro de un cuisillo y se las vendí al míster
Halliday, el me compra todo lo que le llevo cuando necesito dinero”.
Elton Castora con la colección
aumentada, le presumía a sus amistades en la sala de su casa, y les platica:
–Pues sí, que me para el juez
auxiliar y que me amenaza.
–Quizás el juez tenga razón.
–Contesta el profesor Zulaica–. Estos objetos pueden estar protegidos con
sustancias extrañas, hasta venenosas, con ritos a la muerte y a la serpiente
emplumada. También revisten un concepto de unidad entre los mexicanos, por
tener un pasado común.
En otro día de excursión,
Elton encuentra una pirámide entre mezquites, huizaches y palmas. Levanta un
pedazo de piedra con grecas: “Parece ser la tumba de un cacique indio
importante”, se dijo entusiasmado. Excava frenético, sudoroso y con toda su
emoción descubre una pieza rara, zoomorfa, la desentierra lentamente para no
romperla, cuando está a punto de levantarla, siente una mordedura, y alcanza
ver a la serpiente escamosa enrollada sobre sí misma, interponiéndose entre él
y el enterramiento esperando dar otro ataque.
Con espanto en el rostro Elton
se retira, sube a la camioneta y echa una ojeada a su pierna derecha. Ve una
mancha de sangre en el pantalón, lo rasga, y en su piel, nota dos puntos color
violeta. Un dolor agudo le empieza a invadir. Se liga la pantorrilla con un
pañuelo. Le da marcha a la Ford, abandona su mochila y sus herramientas.
Enfila hacia el centro de
salud del poblado de San Rafael. Le aumenta el dolor en la pierna, con
adormecimiento e hinchazón. Elton siente tres electrizantes punzadas que, como
relámpagos, le recorren desde la mordedura hasta la rodilla; pero el puesto de
salud está cerrado. Entonces, con dificultad acelera el vehículo por los
caminos de terracería, entre baches y pedruscos; una metálica sequedad le ahoga
la garganta, seguida de sed quemante. Maneja a saltos de piedra, a la vez
recuerda la experiencia de toda su vida: “he salido bien librado de cosas
peores”, murmura.
Llega a la unidad de salud de
San Ciro pero tampoco hay médico por ser día inhábil. No quiere pedir a la
ciudad una ambulancia prefiere manejar el mismo. Sigue su marcha tripulando la
camioneta Ford con ansias de llegar a la ciudad de Rioverde.
La inflamación de la pierna va
creciendo, los dolores aumenta, ahora lentamente le van subiendo hasta la
ingle. Por fin, al paso de grandes baches llega a la carretera asfaltada. No
aguanta la garganta seca, un vómito fortuito hace que pare a la orilla de San
Francisco de la Puebla. Saca la cabeza por la ventanilla queriendo jalar más
aire. Se estremece ante el temor a la muerte. Sus dientes castañean, se
enfrenta contra los muertos que interrumpió de su sueño, y queda sumergido en
un letargo: «todo empezó como un juego, como un saqueador más, junto con otros
que abandoné para trabajar por mi cuenta. Aquella calavera que rayé con un
plumón para que mis compañeros se rieran hasta le puse mi nombre. Este zumbido
de oídos como chicharra, la maldición que me refirió el juez auxiliar.
«Corres, corres para escapar.
Te persigue la policía por posesión de bienes culturales de la nación.
«Escarbas, escarbas en la
tumba del cacique de más de dos mil años, hasta que desentierras una vasija de
colores negros y amarillos con un calendario que se puede ver a través del
tiempo. Una figura zoomorfa de una serpiente que se traslapa a Kukulkán, es la
calavera del entierro, con agitación la sacas y notas que presenta tu nombre,
la misma que rayaste hace algunas décadas. Dejas de respirar y quedas con las
mandíbulas apretadas y los ojos abiertos viendo el nahual en forma de diablo que
va sobre ti, a recuperar los objetos».
Elton quiere llegar a la
ciudad, y vuelve a encender el switch de la marcha de su Ford, se lanza en su
carrera temeraria contra los demás vehículos. La pierna se le hincha aún más y
va tomando un color morado, a la vez que le acrecienta el sufrimiento. Conduce
la camioneta zigzagueando en las curvas de Plazuela, hasta bajar al plan donde
rebasa a los pesados camiones mineros. Llega a urgencias del Hospital Regional
de la Zona Media. Se arrastra pidiendo que lo atiendan, y queda derrumbado con
el pecho hacia arriba. «A tu muerte desaparece la colección “Elton Castora”;
que en el mercado negro valdrá miles de dólares. Será buscada por las
autoridades y por traficantes de obras artísticas. Cuatro décadas después, al efectuarse
trabajos de remodelación, aparecerá en un sótano del inmueble propiedad de un
coleccionista de arte. El que será arrestado y puesto a disposición de la
fiscalía por tráfico de bienes culturales».
–¡Ayúdenme! –grita
desesperado.
Los pacientes de la sala de
espera protestan con alaridos por lo deshumanizado del personal médico. Hasta
que, por los gritos de la gente, salen las enfermeras para brindarle los
primeros auxilios.
Ni en ese hospital ni en la
Jurisdicción Sanitaria hay suero anticrotálico. Sólo aparece la compra de la
vacuna en los informes de gobierno y en las facturas “apócrifas”.
–Quiero entregar mi colección
de figuras pre–hispánicas en algún museo – murmura.
Los familiares de Elton
sospechan que los objetos de la colección poseen una esencia, por la recurrente
representación de figuras zoomorfas de serpientes, de las que, ya no quieren
saber nada y entregan los vestigios primitivos al Instituto de Antropología,
mismos que fueron asignados a las galerías y que ahora se exhiben en capelos en
diferentes museos.
José J. Alvarado.
Fotografía: Lagunillas desde
el Dron.
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