viernes, 23 de septiembre de 2022

Lupita la del hueso por Juan Cancino Zapata.

 

En el ciento cuarenta y seis de la Privada de Ferrocarril Cen-tral vivía la familia Pacheco: Lupita, la mamá, las hijas Pilar, Socorro y María, el hermano mayor, al que le decíamos el Kaipe y los más chicos, Jesús, Alejandro y Rogelio, estos dos últimos eran cuates. La familia tenía un negocio de ma-terial reciclable, compraban cartón, hueso, fierro, aluminio, cobre, bronce, papel, vidrio, ropa, hierro vaciado e incluso alfalfa y paja, la gente le llamaba a esta pequeña empresa “Lupita la del portón” o “Lupita la del hueso” porque Lu-pita era la que administraba esta empresa y “el portón” era el portón negro de fierro de la entrada.

 Como yo me juntaba con los tres hijos más chicos de esa familia, su mamá me invitó en varias ocasiones a acos-tar y levantar al niño Dios, por lo que resulté ser compadre de ella. Viví por esa calle de los cinco a los diez años y a veces íbamos a jugar a los cuartos del interior de su casa o a los cuartos que había en “El portón”. Al lado izquierdo del portón, por donde también entraban los camiones y camio-netas, se encontraba la bodega del cartón, los trabajadores hacían las pacas y las amontonaban una sobre otra hasta llenar el cuarto, enseguida estaban los depósitos de meta-les, más adelante, en otro cuarto, almacenaban el hueso, al fondo la paja y la ropa en un lugar del primer piso; al lado derecho estaba la báscula, el lugar para el vidrio, el cobre y el papel.

 Nuestros juegos, como niños, eran subirnos y saltar sobre las pacas de cartón, escondernos entre los espacios li-bres o a veces jugar “luchitas” en ese lugar, todo lo anterior lo teníamos prohibido, pero lo hacíamos cuando mi coma-dre no estaba en el negocio, también hacíamos lo mismo en la garra y en la paja; en esta última nos lanzábamos cla-vados desde arriba de la escalera del primer piso, en otras ocasiones jugábamos fútbol en el patio del portón, o si éste estaba cerrado, lo utilizábamos de portería al jugar en la ca-lle, como la entrada no tenía banqueta usábamos el piso de tierra para jugar trompo, canicas, choyitas, burro fletado, burro corrido, brincar la cuerda y otros juegos tradiciona-les.

 Jugando con un grupo de vecinos, un domingo que no estaba abierto el portón y que no estaba mi comadre, se nos fue haciendo obscuro, casi de noche, jugando por donde estaba la paja, pero no queríamos dejar de lanzarnos en el aire desde arriba de la escalera para caer en la acol-chonada paja, recuerdo que yo estaba arriba de la escalera listo para saltar de espalda a la paja y esperando a que los demás se quitaran para no caer encima de ellos, cuando de pronto, en el cuarto de los huesos se escuchó un ruido muy fuerte, como si lanzaran hacia el techo todos los huesos de animales muertos que allí se encontraban y los dejaran caer como cascada desde arriba, mis amigos que estaban abajo frente al cuarto voltearon a ver hacia el interior y un niño gritó aterrorizado: ¡El diablo!.

Todos los de abajo corrieron inmediatamente sin detenerse hacia la casa de Lupita, como yo estaba arriba, no sabía si aventarme a la paja o bajarme por la escalera, al fin me decidí y bajé corriendo por la es-calera a toda velocidad, al llegar abajo volteé a ver hacia el cuarto de los huesos y en la pared del fondo vi un cráneo y unos cuernos como de vaca que estaban resplandecientes, como si la osamenta fuera fosforescente y brillara en el os-curo cuarto, corrí sin parar con todas mis fuerzas hasta el patio de la casa de Lupita, donde ya estaban mis amigos, todos hablamos sobre lo que habíamos visto y escuchado y concluimos que los huesos sonaron muy fuerte, que los cuernos y la cabeza brillaban en la oscuridad, algunos de ellos, los más miedosos, dijeron aferrados, que eso era el mismísimo diablo y que de allí no los sacábamos, otros di-jeron en ese momento que mejor ya se iban a su casa y se fueron corriendo.

 Desde esa ocasión, todos los niños que allí nos jun-tábamos evitamos ir a jugar a los cuartos de los macabros huesos, la garra y la paja, también evitamos jugar al ano-checer dentro del portón, porque además de no tener luz, ese lugar era bastante tenebroso, algunos habíamos escu-chado que allí espantaban, que se veían y escuchaban cosas, pero nunca lo creímos hasta que nos pasó ese inolvidable fenómeno.

 El portón y la casa, hasta la fecha, tienen varias dé-cadas sin ser habitados.

Fotografía: Elena Rodríguez de la Tejera

Soli Deo Gloria.

 

 

 

 

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