Mi abuelo era cocinero de los coches especiales de Fe-rrocarriles Nacionales de México, a veces trabajaba en el tren presidencial, fue cocinero de Lázaro Cárdenas y de otros presidentes que sucedieron a éste, cuando él no salía en el tren presidencial lo hacía en el tren pullman Mé-xico-Laredo, mi padre al igual que dos de sus hermanos también era cocinero; otros miembros de la familia también trabajaban en el ferrocarril, aunque en otras áreas, por lo que yo desde pequeño me crie de cierta manera en el ámbi-to ferrocarrilero.
Recuerdo que la edad de diez años mi papá era coci-nero del
coche especial del ferrocarril de la división Tam-pico y que me hospedé en su
camarote en uno de los viajes en que lo acompañé, el camarote tenía dos camas,
era una especie de litera que se ensamblaba moviendo los asientos junto a las
ventanas y bajando una cama que semejaba parte del techo del vagón, tenía un
baño en un pequeño cubículo, un guardarropa y unas ventanas en la pared que
permitían la entrada de luz y aire del exterior.
Nuestra habitación estaba junto a la cocina donde la-boraba
mi padre. El coche especial en general contaba con lo siguiente: terraza o
balcón con un barandal en el exterior del carro y unas sillas donde uno podía
sentarse cuando quisiera o quitarlas si así lo prefería, una sala alfombrada
con sillones de piel, dos recámaras con baño y regadera para el superintendente
de la división, un comedor también alfombrado con una mesa de madera fina,
asientos de piel y paredes de madera con cuadros de pinturas, una espe-cie de
cantina con copas y vinos, una tercera recámara para las visitas, la recámara
del cocinero, la cocina, la bodega de los alimentos, el refrigerador y una
bodega para los artí-culos de línea blanca y el aseo, el vagón tenía
ventiladores eléctricos y calefacción, cuyo calor era proporcionado por la
estufa de leña de la cocina, la cual generalmente estaba encendida.
Salimos como a las 6 o 7 de la tarde de San Luis rum-bo al
puerto jaibo, solo íbamos mi papá y yo en el coche especial ya que el
Superintendente se encontraba en aquella ciudad y se hospedaría en el tren en
su viaje de trabajo por aquella región, como hacía mucho calor, mi papá sacó
dos sillas al balcón y fuimos a sentarnos cerca de la orilla del barandal para
refrescarnos.
Como ya era de noche y los coches especiales siempre los
enganchaban al final del tren, solo veíamos lo que las linternas a ambos lados
del vagón lograban iluminar, pero al frente del barandal se encontraba una
especie de reflector que iluminaba la vía que íbamos dejando atrás, yo me
le-vantaba y me asomaba por el barandal a un lado del coche y en las curvas
veía el resto del tren, al frente iban las dos locomotoras que lo jalaban y su
poderosa luz iluminando las vías.
Pasando la población de Cerritos la vegetación de la sierra
rozaba en ocasiones el costado del tren, vi a un lado de la vía, como a unos
cincuenta metros de distancia de nuestro coche, una esfera luminosa que parecía
el foco en-cendido de un poste de luz y le pregunté a mi papá: ¿Cómo se llama
ese pueblo? Él le puso atención a la luz y me dijo: ¡No, allí no hay ningún
pueblo, no sé qué es! y la seguimos viendo juntos durante un rato a un lado de
nuestro vagón.
Me preguntó en ese momento: ¿Quieres algo de ce-nar? Le
respondí que sí, que desde hacía bastante rato tenía hambre, ¡Ahorita vengo!
-me respondió- y entró al coche, yo me quedé viendo la luz y me di cuenta que
también avan-zaba a la misma velocidad que el tren y se mantenía casi siempre a
la misma distancia, en ocasiones se movía hacia arriba y hacia abajo como
esquivando chocar con los árbo-les.
Después de unos quince minutos se abrió la puerta del coche,
porque estaba de regreso mi papá e inmediatamente le dije: ¡La luz nos viene
siguiendo, va brincando sobre los arboles! Él se acercó a la orilla lateral del
barandal para ver mejor, la luz continuaba moviéndose a la misma velocidad que el
tren ¿Es la misma?
-preguntó- ¡Si, es la
misma, nos está siguiendo desde al principio que la vimos! lamecon-testé
intrigado por su pregunta, noté que mi padre se puso nervioso al no saber de
qué se trataba esa luz, me dijo: ¡Trae tu silla, vamos a meternos a cenar! Le
obedecí, entré a dejar la silla y nos fuimos al comedor a cenar, intrigado
volví a preguntar: ¿Qué crees que sea esa luz? Él contestó: ¡No sé! cena para
irnos a dormir.
Como yo estaba cerca de la ventana me acerqué para ver hacia
afuera y puse mis manos a un lado de mi cara, para tapar el reflejo en el
vidrio de las luces del interior, la luz estaba como a 20 metros de nuestra
ventana y seguía volando a un lado del tren ¡Papá, ya está aquí cerquita!
–Ex-clamé- Él se asomó y también la vio, enseguida dijo: ¡Baja las cortinas de
las ventanas! Yo obedecí y bajé cada una de las cortinas de las ventanas del
comedor, eran de hule y tapaban los vidrios de las ventanas.
Como ya habíamos cenado nos fuimos a la recámara, al llegar
bajé las cortinas y le pregunté a mi papá con cierto miedo: ¿Me puedo quedar
contigo? El aceptó con la cabeza. Con la seguridad de tener a mi padre a un
lado me fui dur-miendo tranquilamente.
Al llegar a Tampico y ya en la estación (desperté tar-de por
la mañana) busqué a mi papá y pensé que estaba por allí cerca del coche, me
asomé por la terraza para ver si lo veía, lo vi a lo lejos con algunos amigos,
bajé y al acercarme a ellos alcancé a escuchar que mi padre platicaba sobre la
luz que vimos en la noche y que uno de ellos le dijo: ¡Era una bruja que se
quería llevar a tu hijo!
El resto de la plática ya no lo escuché porque nota-ron mi
presencia y bajaron la voz, yo me hice el disimula-do, como si no hubiera oído
nada y me alejé como jugando allí en la estación del ferrocarril, hoy todavía
me pregunto: ¿Qué era esa esfera luminosa?
Fotografía: Elena Rodríguez de la Tejera
Soli Deo Gloria
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