sábado, 24 de septiembre de 2022

La bruja que seguía al tren, por Juan Cancino Zapata.

 

Mi abuelo era cocinero de los coches especiales de Fe-rrocarriles Nacionales de México, a veces trabajaba en el tren presidencial, fue cocinero de Lázaro Cárdenas y de otros presidentes que sucedieron a éste, cuando él no salía en el tren presidencial lo hacía en el tren pullman Mé-xico-Laredo, mi padre al igual que dos de sus hermanos también era cocinero; otros miembros de la familia también trabajaban en el ferrocarril, aunque en otras áreas, por lo que yo desde pequeño me crie de cierta manera en el ámbi-to ferrocarrilero.

Recuerdo que la edad de diez años mi papá era coci-nero del coche especial del ferrocarril de la división Tam-pico y que me hospedé en su camarote en uno de los viajes en que lo acompañé, el camarote tenía dos camas, era una especie de litera que se ensamblaba moviendo los asientos junto a las ventanas y bajando una cama que semejaba parte del techo del vagón, tenía un baño en un pequeño cubículo, un guardarropa y unas ventanas en la pared que permitían la entrada de luz y aire del exterior.

Nuestra habitación estaba junto a la cocina donde la-boraba mi padre. El coche especial en general contaba con lo siguiente: terraza o balcón con un barandal en el exterior del carro y unas sillas donde uno podía sentarse cuando quisiera o quitarlas si así lo prefería, una sala alfombrada con sillones de piel, dos recámaras con baño y regadera para el superintendente de la división, un comedor también alfombrado con una mesa de madera fina, asientos de piel y paredes de madera con cuadros de pinturas, una espe-cie de cantina con copas y vinos, una tercera recámara para las visitas, la recámara del cocinero, la cocina, la bodega de los alimentos, el refrigerador y una bodega para los artí-culos de línea blanca y el aseo, el vagón tenía ventiladores eléctricos y calefacción, cuyo calor era proporcionado por la estufa de leña de la cocina, la cual generalmente estaba encendida.

Salimos como a las 6 o 7 de la tarde de San Luis rum-bo al puerto jaibo, solo íbamos mi papá y yo en el coche especial ya que el Superintendente se encontraba en aquella ciudad y se hospedaría en el tren en su viaje de trabajo por aquella región, como hacía mucho calor, mi papá sacó dos sillas al balcón y fuimos a sentarnos cerca de la orilla del barandal para refrescarnos.

Como ya era de noche y los coches especiales siempre los enganchaban al final del tren, solo veíamos lo que las linternas a ambos lados del vagón lograban iluminar, pero al frente del barandal se encontraba una especie de reflector que iluminaba la vía que íbamos dejando atrás, yo me le-vantaba y me asomaba por el barandal a un lado del coche y en las curvas veía el resto del tren, al frente iban las dos locomotoras que lo jalaban y su poderosa luz iluminando las vías.

Pasando la población de Cerritos la vegetación de la sierra rozaba en ocasiones el costado del tren, vi a un lado de la vía, como a unos cincuenta metros de distancia de nuestro coche, una esfera luminosa que parecía el foco en-cendido de un poste de luz y le pregunté a mi papá: ¿Cómo se llama ese pueblo? Él le puso atención a la luz y me dijo: ¡No, allí no hay ningún pueblo, no sé qué es! y la seguimos viendo juntos durante un rato a un lado de nuestro vagón.

Me preguntó en ese momento: ¿Quieres algo de ce-nar? Le respondí que sí, que desde hacía bastante rato tenía hambre, ¡Ahorita vengo! -me respondió- y entró al coche, yo me quedé viendo la luz y me di cuenta que también avan-zaba a la misma velocidad que el tren y se mantenía casi siempre a la misma distancia, en ocasiones se movía hacia arriba y hacia abajo como esquivando chocar con los árbo-les.

Después de unos quince minutos se abrió la puerta del coche, porque estaba de regreso mi papá e inmediatamente le dije: ¡La luz nos viene siguiendo, va brincando sobre los arboles! Él se acercó a la orilla lateral del barandal para ver mejor, la luz continuaba moviéndose a la misma velocidad que el tren ¿Es la misma?

 -preguntó- ¡Si, es la misma, nos está siguiendo desde al principio que la vimos! lamecon-testé intrigado por su pregunta, noté que mi padre se puso nervioso al no saber de qué se trataba esa luz, me dijo: ¡Trae tu silla, vamos a meternos a cenar! Le obedecí, entré a dejar la silla y nos fuimos al comedor a cenar, intrigado volví a preguntar: ¿Qué crees que sea esa luz? Él contestó: ¡No sé! cena para irnos a dormir.

Como yo estaba cerca de la ventana me acerqué para ver hacia afuera y puse mis manos a un lado de mi cara, para tapar el reflejo en el vidrio de las luces del interior, la luz estaba como a 20 metros de nuestra ventana y seguía volando a un lado del tren ¡Papá, ya está aquí cerquita! –Ex-clamé- Él se asomó y también la vio, enseguida dijo: ¡Baja las cortinas de las ventanas! Yo obedecí y bajé cada una de las cortinas de las ventanas del comedor, eran de hule y tapaban los vidrios de las ventanas.

Como ya habíamos cenado nos fuimos a la recámara, al llegar bajé las cortinas y le pregunté a mi papá con cierto miedo: ¿Me puedo quedar contigo? El aceptó con la cabeza. Con la seguridad de tener a mi padre a un lado me fui dur-miendo tranquilamente.

Al llegar a Tampico y ya en la estación (desperté tar-de por la mañana) busqué a mi papá y pensé que estaba por allí cerca del coche, me asomé por la terraza para ver si lo veía, lo vi a lo lejos con algunos amigos, bajé y al acercarme a ellos alcancé a escuchar que mi padre platicaba sobre la luz que vimos en la noche y que uno de ellos le dijo: ¡Era una bruja que se quería llevar a tu hijo!

El resto de la plática ya no lo escuché porque nota-ron mi presencia y bajaron la voz, yo me hice el disimula-do, como si no hubiera oído nada y me alejé como jugando allí en la estación del ferrocarril, hoy todavía me pregunto: ¿Qué era esa esfera luminosa?

Fotografía: Elena Rodríguez de la Tejera

Soli Deo Gloria

 

 

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