jueves, 22 de septiembre de 2022

Las brujas del pasillo por Juan Cancino Zapata.

A la edad de cinco años, allá por 1962, mi papá, mi mamá, mi hermana y yo nos cambiamos de la casa en que vivía-mos, en la colonia San Luis y nos fuimos a vivir al centro de la ciudad, a una casa de la familia de mi papá. Esta se encontraba en el 110 de la calle Ferrocarril Central en el ba-rrio de Tlaxcala de San Luis Potosí, en ese lugar vivía la tía Felipa quien nos rentó un cuarto y una pequeña cocina que se encontraban al fondo de la casa.

Para llegar desde la calle al cuarto donde vivíamos había que pasar por un zaguán, al lado izquierdo había una puerta que daba a la sala de la tía Felipa y ésta comunicaba enseguida con una habitación, al lado derecho del zaguán estaba el baño y frente a él un pasillo que atravesaba casi toda la casa (como de quince metros de largo por un metro de ancho) con piso de ladrillo y macetas a los lados, había también una barda de ladrillo y una casa de dos pisos de al-tura. El pasillo, en la parte de en medio, tenía una lámpara con un foco que casi nadie encendía por la noche porque se alcanzaba a ver con la luz de la lámpara del zaguán.

Al lado izquierdo del pasillo, pero antes de llegar a nuestro cuarto, había otras tres habitaciones; en uno de esos cuartos vivía la abuela de mi papá, siempre permanecía ce-rrado y a mi hermana y a mí nos prohibieron entrar ahí, los otros dos cuartos no tenían puertas ni techo, solo eran las paredes con una entrada.

En el baño había solo una letrina y un espacio para bañarse y era para todos los que vivían en esa casa, su en-trada estaba justo donde iniciaba el pasillo. El cuarto en el que vivíamos solo contaba con una cama matrimonial don-de dormían mis padres, un buró, un ropero y una mesa con cuatro sillas, mi hermana y yo dormíamos en el suelo, sobre una colchoneta, con dos almohadas y nos tapábamos con dos cobijas.

Mi mamá generalmente al caer la noche y antes de dormir nos mandaba a mi hermana y a mí a orinar al baño, diariamente ella y yo nos íbamos jugando y al llegar nos turnábamos para hacer uso del mismo. La puerta del baño era de madera al igual que el asiento de la letrina; por las noches, ya en el interior, encendíamos el foco para ver bien el lugar porque hasta de día si uno cerraba la puerta estaba muy obscuro.

En cierta ocasión, antes de dormir, mi hermana fue con mi madre al baño porque yo estaba escuchando la ra-dio, cosa que me fascinaba en aquel tiempo porque me per-mitía echar a volar mi imaginación y mi fantasía, después de que ellas regresaron tuve que ir yo solo al baño, a esa edad yo no recuerdo que tuviera miedo a la obscuridad por lo que me fui corriendo para regresar y seguir escuchando la radio, llegué al baño y como siempre, encendí la luz e inspeccioné el lugar detenidamente, porque de las macetas salían babosas o caracoles que, buscando la humedad de la letrina iban a parar a ese sitio, por su aspecto viscoso y la baba que iban dejando atrás el solo hecho de verlas me causaba repugnancia pero sobre todo por tener que tocarlas para quitarlas del banco de la letrina; ese día al no encon-trar ninguna de ellas oriné y al salir apagué la luz del baño.

Me fui caminando rumbo al cuarto, subiéndome el cierre de la bragueta del pantalón que se atoraba un poco, al pasar por los cuartos vacíos escuché un silbido, dirigí la mirada hacia la oscuridad en dirección del sonido y vi a tra-vés de una de las puertas a tres seres amonigados, vestidos de negro, posados arriba de la barda posterior a la entrada de ese cuarto.

Sorprendido al ver esto, en ese momento sentí por primera vez el temor a lo desconocido, los pelos de la nuca se me pararon y la piel se me puso chinita de ver a esos tres seres frente a mí, parecían tres viejitas sentadas con vestido largo y rebozo negro, movían sus cabezas como comentan-do algo que yo no alcanzaba a entender, sintiendo un es-calofrió que recorría mi espalda pensé que era algo malo y corrí a toda velocidad hacia el cuarto donde se encontraba mi madre, al abrir la puerta le dije: ¡Mamá, mamá, hay algo allá en los cuartos y me chiflaron cuando pasé! Mi mamá me interrogó rápidamente sobre lo que había visto y le dije lo de las viejitas que acababa de ver, ella para calmar mi miedo me respondió: ¡No es nada malo!, han de ser lechu-zas, así le hacen... como que chiflan para espantar a los ra-tones y después vuelan para comérselos.

Yo nunca había visto una lechuza, así que le creí, esa explicación me tranquilizó un poco y más los abrazos de ternura de mi madre, pensé entonces que así debería ser. Mi madre cerró la puerta del cuarto con la aldaba, ya que mi padre no estaba, porque había salido a “camino” en el ferrocarril, mi hermana y yo nos acostamos en la cama con mi mamá, al poco rato me dormí tranquilamente al lado de mi hermana.

Al siguiente día por la mañana con curiosidad fui a visitar el sitio donde vi los tres bultos, pensé que no podían ser viejitas porque no había escaleras por donde se pudie-ran subir y que para estar allí platicando en la noche la bar-da era muy alta, por lo tanto, creí que lo que me había dicho mi mamá de las lechuzas era la verdadera explicación del fenómeno que tanto me había sorprendido y atemorizado.

Ese día al llegar la noche cuando mi hermana y yo veníamos por el pasillo, después de haber ido al baño, le platiqué lo de la noche anterior y ella me preguntó con cu-riosidad: ¿Cómo son las lechuzas?, yo, entusiasmado, le contesté: ¡Vamos a verlas!, ella aceptó siguiéndome, rápi-damente llegamos al cuarto donde las había visto y solo se veía en la oscuridad, por sobre la barda, el cielo estrella-do, estuvimos esperando un rato a que llegaran pero las lechuzas nunca aparecieron, así que decidimos irnos con mi mamá. Al llegar a nuestro cuarto ella nos regañó porque nos habíamos tardado mucho en ir al baño, le dijimos que solo queríamos ver las lechuzas cuándo llegaran, ella nos dijo que dejáramos eso por la paz, que ya no anduviéramos yendo allí porque esos cuartos podían ser peligrosos para nosotros ya que eran viejos y se podían caer.

Otro día, después de haber ido al baño yo solo, cuan-do pasé por los cuartos vacíos escuché una voz que me lla-mó ¡Beto! -así me decían de niño- volteé a ver de dónde provenía el sonido y vi con la luz de la luna que, sobre la barda, arriba de la entrada del primer cuarto vacío estaban los tres bultos amonigados, supe de inmediato que no eran lechuzas sino tres brujas vestidas de negro y que bajo su rebozo negro se veían las caras pálidas y arrugadas, como de viejita, que me miraban atentamente con cara de burla.

Un escalofrió recorrió todo mi cuerpo al volver a es-cuchar: ¡Beto! ¡Beto! y me pregunté: ¿Cómo saben mi nom-bre? El miedo se apoderó de mí y corrí sin mirar a atrás gritándole aterrado a mi mamá: ¡Mamá, mamá!, ¡Son bru-jas!, ¡Allí están! Mi madre al verme tan atemorizado tomó un palo y salió corriendo a ver lo que me había espantado, llevaba consigo un palo de mezquite que teníamos en el cuarto al que le llamábamos “el amansalocos”, parecía un mazo azteca, que, según nosotros, era para defendernos de algún ladrón.

Al llegar al lugar ella no encontró nada de brujas, ni vio nada, tampoco mi hermana y yo -que íbamos detrás ella- ¡Ya habían desaparecido! Yo sentía que el corazón se me salía de miedo, mi mamá me preguntó: ¿En dónde estaban?, yo le señalé el lugar con el dedo, ella se puso a blasfemar y a decirles de maldiciones y groserías para que no volvieran, yo pensé que esos insultos y maldiciones era una buena defensa de mi madre contra las brujas. Mi mamá me abrazó y trató de consolarme secando las lágrimas de mi cara por el tremendo susto que me llevé, recuerdo que recientemente acababa de cumplir cinco años y a mi corta edad era demasiado vulnerable ante esos incomprensibles acontecimientos.

Pasaron los meses sin volver a ver a las brujas, hasta que cierta noche mi mamá y yo, después de regresar del baño y al pasar por esos cuartos abandonados, escuchamos que alguien se rio con una burla chillona, volteamos hacia arriba de la puerta de uno de los cuartos y… allí estaban ¡Ya no eran tres, sino cuatro brujas! Todas, amonigadas, nos miraban y se reían de manera chillona frente a nosotros, al verlas y escucharlas mi madre me tomó de la mano y hui-mos corriendo a nuestro cuarto, cerró la puerta rápidamen-te y le puso la aldaba, mi hermana, que estaba sentada en la cama, sobresaltada nos preguntó: ¿Qué pasó?, mi madre no podía hablar del miedo, los tres nos abrazamos para prote-gernos de las brujas mientras afuera se seguían escuchando las risas burlonas; estas dejaron de oírse al poco rato.

Nosotros guardamos silencio, abrazados, durante un buen tiempo, después mi mamá empezó a rezar junto a no-sotros, prendió una veladora y se la puso a la imagen de la virgen de San Juan de los Lagos, la cual se encontraba sobre el buró. Los tres nos metimos a la cama para tratar de dormir, mi papá tampoco en esta ocasión estaba en San Luis, estábamos los tres solos en esa habitación, en silencio, solo con la luz de la veladora. Al poco rato mi hermana de cuatro años dijo tímidamente: ¡Tengo ganas de ir al baño! Mi madre le contestó: ¡Por suerte aquí debajo de la cama está la bacinilla!, esta fue usada por los tres sin tener que salir de la habitación.

Dos días después al llegar mi padre, mi mamá le pi-dió que nos cambiáramos de esa casa y el incrédulo de mi padre pensó que era porque mi mamá no quería vivir con su tía, luego de discutir durante algunos días buscamos una nueva casa de renta y nos cambiamos. Esta fue la única oca-sión en que vi a las brujas demasiada cerca, como a tres metros de distancia, las vi tan claramente que aún las re-cuerdo como si las hubiera visto hoy. Hasta ahora jamás las he vuelto a ver en ninguna otra parte, aparecieron después de este acontecimiento, en mis pesadillas, donde por cierto y durante algún tiempo, cuando dormía prefería orinarme en la cama que salir al baño.

Al pasar el tiempo y por circunstancias de la vida en el año 2015 me encontré, después de muchos años, con mis tías, las hermanas de mi papá. En la plática con una de ellas sobre esa casa, donde ellas también vivieron muchos años, mi tía Lucila me contó que, en esos cuartos vacíos, cuan-do ellas eran niñas, trágicamente habían muerto dos niñas. Ellas vivían en la casa de al lado y jugaban en los cuartos junto a una barda de adobe que estaba cuarteada, ésta un día intempestivamente se derrumbó y las aplastó, ambas instantáneamente perdieron la vida enlutando a todos los vecinos con ese acontecimiento, me contó además que un primo de ella, que vivió en el cuarto que si tenía puerta, al lado de donde habían muerto las dos niñas, tuvo una hija y a la misma edad que las niñas accidentadas falleció de una enfermedad, cuando mi tía me contó esto lo relacioné con los tres pequeños bultos que vi la primera vez, supuse que eran las almas de las niñas muertas que se aparecían en el lugar, pero me quedé intrigado porque la última vez que las vimos mi mamá y yo no eran tres, sino cuatro seres amonigados.

Días más tarde comentando con mi hermana Blan-ca sobre estos hechos y de la plática con mis tías, me con-tó lo que le pasó antes de que nos cambiáramos de esa casa. Ella dijo: En cierta ocasión, cuando tú estabas en la escuela, yo andaba jugando entre las macetas y las flores de la entrada del cuarto que siempre estaba cerrado, me di cuenta que la puerta estaba abierta y fui a asomarme con curiosidad para ver que había allí, al abrir la puer-ta vi que había una cama del lado izquierdo y al frente hasta el fondo un altar con santos y veladoras prendidas; en el piso había dibujado un pentagrama, caminé hacia el altar, sobre el que había una foto de una niña como de mi edad, la tomé en mis manos y cuando la estaba viendo escuché la voz de mi tía Felipa que me dijo: ¡Pinche mu-chacha, no les dije que no se metieran aquí!, me quedé es-pantada

–continuó diciendo mi hermana- por la forma en que me trató, me dio una nalgada y me echó del cuarto diciéndome de maldiciones, me fui corriendo y llorando con mi mamá. Después de ese día fueron puros pleitos de mi tía con mi mamá, hasta que nos cambiamos de la casa. Al parecer también hubo una cuarta niña muerta en ese lugar de la cual guardaban el secreto mi tía Felipa y mi bisabuela… pero como ellas ya hace tiempo que fallecie-ron, será difícil comprobarlo.

Fotografía: Elena Rodríguez de la Tejera

Soli Deo Gloria

 

 

 

0 comentarios:

Publicar un comentario