Mi abuelita Jesús y mis tíos José Luis, Manuel y Fernando, en el año de 1961 vivían en el departamento número seis de la vecindad ubicada en la calle de Pedro Montoya, número ciento cincuenta, del barrio de Tlaxcala en San Luis Potosí.
Era una vecindad que de día era alegre por los niños y la
gente que allí vivía, pero en la noche era una construcción muy tenebrosa por
lo obscura que estaba y por lo que contaban que ahí sucedía.
Mi abuelita, por esos días, le comentó a mi mamá que se había
desocupado un departamento en el segundo patio de ese lugar, mi madre que
andaba bus-cando casa donde vivir, ni tarda ni perezosa fue hacer el trato con
María Guerrero, la casera del lugar, que también vivía con su familia en un
departamento del mismo sitio.
Por las mañanas generalmente todos los inquilinos barrían y
regaban el pedazo de patio frente a su departamento y le ponían agua a sus
macetas si es que tenían algunas.
Los departamentos, según el costo de la renta, contaban con
uno o dos cuartos, una cocina, un pequeño patio y muy pocos tenían baño y
lavadero en su interior.
Algunos jóvenes y adultos también iban por una cervecita a la
tienda de la esquina.
La gente de la vecindad, después de las once de la noche, ya
no salía de sus departamentos, decían que se aparecía el diablo en forma de
perro a partir de las doce de la noche y que este se paseaba en ambos patios,
en particular muy cerca de los lavaderos, donde casi siempre estaba oscuro.
Había personas que decían y juraban por la virgen de
Guadalupe, que ellos lo habían visto, que era un perro grande y negro parecido
a un mastín, con los ojos rojos como con lumbre, algunos incluso afirmaban que
habían sido correteados por éste.
Mi inolvidable experiencia fue cuando mi mamá, mi hermana
Blanca y yo, en cierta ocasión, estuvimos en el departamento de mi abuelita
hasta muy entrada la noche, recuerdo bien que fue después de que ya habían
cerrado la vecindad.
Mi madre me despertó porque yo ya me había dormido y tenía
que irme caminando al departamento porque ella no podía cargarme ya que llevaba
cargada a mi hermanita de dos años, que también ya estaba dormida.
Salimos y nos dirigimos caminando a nuestro departamento del
segundo patio, yo llevaba una vela encendida para alumbrar el paso por los
lavaderos, que era el lugar más oscuro y tenebroso de la vecindad, después de
este sitio había una lámpara con un foco que alumbraba el paso entre el primer
y segundo patio.
Al pasar los baños, antes de los lavaderos, me dijo mi madre:
Aluza con la vela para atrás, alguien viene, ella escuchó que alguien nos
seguía y pensó que era mi tío Manuel que venía a acompañarnos, nos detuvimos
viendo hacia atrás y no había nadie, continuamos caminando y ambos escuchamos
al pasar los lavaderos que algo nos seguía de cerca, se oían unos sonidos como
de uñas de perro que al pisar los adoquines de la vecindad parecía como si los
arañaran, nos detuvimos bajo el foco de la lámpara para ver y escuchar mejor
los sonidos, pero estos últimos se detuvieron ¡No vimos tampoco nada!
Al caminar, nuevamente los sonidos se volvieron a escuchar y
se aproximaban hacia nosotros, mi madre y yo volteamos al mismo tiempo para ver
bajo la lámpara donde se escuchaban las uñas de perro, pero no veíamos nada,
era como si fuera un ser invisible, el miedo me hizo despertar completamente y
abriendo los ojos lo más que podía trataba de ver qué era lo que producía el
sonido, pero por más que abría los ojos no se veía nada bajo la lámpara, ni un
animal, ni un perro, ni persona alguna, ni cosa que produjera el sonido.
Caminamos algunos pasos dirigiéndonos hacia nuestro
departamento viendo hacia atrás, tratábamos de ver lo que producía los sonidos
y solo escuchábamos los sonidos de las uñas que se desplazaban en el piso de
una pared a otra, en el segundo patio frente a nosotros, mi madre asustada y
cansada por el peso de mi hermana me dijo casi gritando: ¡Córrele y háblale a
tu papá! Sentí tanto miedo que corrí con todas mis fuerzas, pero en el camino
se me apagó la vela y solo podía ver muy poco con la tenue luz que llegaba de
la lámpara entre los dos patios, llegué hasta nuestro departamento, que tenía
la puerta cerrada por dentro, toqué tan fuerte que inmediatamente salió mi papá
y al verme la cara de asustado me pregunto: ¿Qué pasó? ¿Y tú mamá? Por el
pánico, solo le pude señalar con la mano el lugar donde estaba parada.
Ella estaba de espaldas hacia nosotros, viendo hacia la luz
de la lámpara donde se escuchaba el rascar de las uñas sobre el piso de
adoquín, mi papá rápidamente se dirigió hacia donde estaba ella y los sonidos,
al acercarse a mi madre los sonidos se dejaron de escuchar.
Mi padre cargó a mi hermana en sus brazos y le preguntó a mi
mamá: ¿Por qué se vinieron tan noche? Mi madre estaba tan asustada de escuchar
los sonidos y no ver ningún un animal, ni persona alguna que produjera tales
ruidos, que no le dijo nada, estaba muda de miedo, con los ojos muy abiertos
solo le señaló hacia la luz y tomó del brazo a mi padre para que se dirigieran
rápidamente al departamento.
En ese instante volvieron los sonidos de rasguños con más
intensidad, acompañados de gruñidos como de perro, mis padres empezaron a
avanzar rápidamente hacia la puerta del departamento donde estaba yo
esperándolos, al verlos aproximarse corriendo, salté y de dos o tres brincos ya
estaba arriba de la cama de la habitación, enseguida escuché el portazo de la
puerta de madera del departamento al cerrase y tras ésta, los ruidos de las
uñas que querían escarbar entre los adoquines del patio y la puerta.
Cerramos mi mamá y yo la puerta del cuarto y le pusimos la
aldaba mientras mi papá colocaba a mi hermana sobre su cuna, permanecimos
mirando la puerta del cuarto, escuchando los sonidos del exterior, al cabo de
unos minutos cesaron los sonidos, mi mamá le explicó rápidamente a mi padre lo
sucedido en el patio, yo escuché a mi papá contarle a mi mamá lo que decían los
inquilinos de la vecindad, que allí se aparecía el diablo en forma de un perro
negro y mencionó a varios conocidos a los cuales ya se les había aparecido y a
otros que les habían pasado algunas cosas extrañas con ese animal.
Nosotros nunca vimos el perro negro, solo escuchamos como a
dos o tres metros de distancia sus pisadas y arañazos en la oscuridad, muy
cerca de nosotros, lo suficiente para atemorizarnos tanto que al día siguiente
buscamos una nueva casa de renta para mudarnos de esa terrorífica y a la vez
interesante vecindad del barrio de Tlaxcala.
Fotografia: Elena Rodriguez de la Tejera
Soli Deo Gloria
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