Mi primo Alan había llegado al rancho de la Concha en Ja-lisco para seguir construyendo la casa de la familia en ese lugar, en esta ocasión solo iban con él su esposa y sus hijos, iban a pasar allá una semana de vacaciones en Semana San-ta y avanzarle algo a la casa.
Después de visitar a los com-padres su esposa e hijos se fueron a dormir a la casa, Alan por su parte, se quedó a platicar con sus amigos del pueblo. Durante esta plática salió a relucir el tema de lo ocurrido en la sierra con el jinete fantasma la vez anterior que había estado en ese lugar, una persona, ya mayor, le comentó lo siguiente: ¡Para que vas a la sierra, si allí donde vives tam-bién espantan! Alan incrédulo le contestó: ¡Pues de todo el tiempo que he estado en la casa, ni una vez me han espanta-do! El hombre continuó diciendo:
Bueno es que mi abuela, que por allí vivía, decía que en donde ahora tú vives salía el fantasma de una viejita vestida de negro y mi señora tam-bién la vio el mes pasado, cuando ustedes se fueron a Mé-xico, dijo que ella pensó que ustedes se habían regresado porque la viejita andaba barriendo en el patio de atrás, pero cuando yo me fui a la milpa pasé frente a la casa y vi todo cerrado con candado y hasta que regresé le dije a mi esposa: ¡Se me hace que ya ves visiones, porque la casa de Alan está cerrada! pero ya no le dimos importancia y solo me acordé ahorita que están sacando el tema.
Mi primo despertó, se levantó y se dirigió al ropero donde tenía una escopeta cuata, calibre doce, cargada con sus respectivos cartuchos, se encaminó descalzo y sigilosa-mente a la cocina donde había una puerta que comunicaba al patio trasero, abrió suavemente la puerta sin hacer ruido y salió al patio en la completa oscuridad de la noche, se quedó inmóvil, de pie, con sus pies descalzos sobre la tierra húmeda y en ese momento se le vino a la mente el relato de la viejita fantasma que se aparecía en su casa, temblando de frio y con un poco de miedo abría bien los ojos para ver qué era lo que producía el ruido en su patio.
En medio de la oscuridad vio a lo lejos una silueta blanquecina: ¿Qué será eso? -se preguntó- apuntó la esco-peta a la silueta y con cierto temor se dio cuenta que esa cosa blanca se le iba acercando poco a poco, como Alan es buen tirador apuntó al centro de la silueta dispuesto a disparar, la silueta se acercó más y más en medio de la oscuridad, a una fracción de segundo de disparar el sonido de un fuerte resoplido lo detuvo y Alan sorprendido exclamó: ¡Preciosa, ya te iba a matar!,
era su yegua azabache que se había acer-cado a él silenciosamente
para darle la bienvenida, como tenía una mancha blanca en la cara al acercarse
parecía un fantasma que avanzaba volando por encima del suelo, Alan supuso que
la yegua andaba buscando que comer o beber y por eso hizo ruido en la
madrugada, él, sugestionado por la plática con sus amigos, se imaginó que lo
blanco que veía era el fantasma de la viejita; después de darle de comer y
beber a la fiel yegua regresó al calor de su cama, alegre de no haber cometido
el error de dispararle a su bello animal se dispuso tranquilamente a dormir.
Fotografia: Elena Rodriguez de la Tejera
Soli Deo Gloria
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