martes, 13 de septiembre de 2022

La macabra casa de doña Enriqueta por Juan Cancino Zapata.

 


Mis padres, Magdalena y Fermín, mis dos hermanas Blanca y Mary y yo, en los años sesenta, vivíamos en un departamento de la casa de Doña Enriqueta, en la calle Privada de Ferrocarril Central.

La casa de día era muy tenebrosa y lo era mucho más por la noche. Mi mamá decía que como a las diez de la no-che se oían pasos, como de alguien que usa botas vaque-ras y que caminaba con paso firme por el pasillo de tierra hacia nuestro departamento hasta llegar al tejado, que allí se dejaban de escuchar, como mis hermanas y yo nos dor-míamos temprano nunca los escuchábamos, el patio solo tenía luz en el tejado y la lámpara que iluminaba el patio no tenía foco así que no podíamos ver quién andaba cami-nando por allí en la oscuridad de la noche.

Cierto día mi mamá compró un foco de 100 watts para ponerlo en el pa-tio, yo, emocionado, le ayudé a ponerlo al subirme a una escalera, todos teníamos curiosidad de saber quién era la persona que caminaba todas las noches hacia nuestro departamento, como de costumbre, apagamos las luces a la hora de dormir, antes de las diez de la noche, ese día todos nos acostamos en la cama, pero permanecíamos despiertos y emocionados esperando a que se escucharan los pasos que tanto mencionaba mi mamá.

Como el apagador de la luz del patio se encontraba en la cocina, yo había practicado como me iba a parar de la cama, iba a ir a encender la luz y después iba ir corriendo a la ventana del cuarto que daba al patio para poder ver hacia afuera, teníamos un reloj despertador de cuerda con ma-necillas fosforescentes que en la oscuridad nos indicaba la hora, como cinco minutos antes de las once de la noche mi mamá dijo: ¡Oigan, ahí vienen los pasos!,

yo alcancé a escu-charlos por donde estaba el lavadero de patas de madera y corrí nervioso a la cocina, encendí rápidamente la luz y me dirigí a la ventana junto a mi mamá y mi hermana, que ya estaban paradas asomándose al exterior frente a la ventana, los tres acercamos la cara para ver bien hacia afuera, en dirección al lavadero donde se escuchaba que venían los pasos, de pronto se escuchó como estalló un vidrio frente a nuestra cara, cerramos los ojos y nos hicimos hacia atrás en forma refleja, mi mamá nos preguntó asustada: ¡¿No se cortaron?!

Nos revisamos rápidamente, y le respondimos: ¡No!, al ver nuevamente hacia la ventana vimos que el vi-drio tenía una silueta redonda con dos especies de triángu-los simétricos en la parte superior, como si fuera la silueta de la cabeza de un gato vista de frente, observamos a través de ese hoyo hacia el patio y nos dimos cuenta que no había nada, ni nadie, afuera.

El vidrio tenía la silueta del “gato” como si la hubieran cortado con un cortador de vidrio, se encontraba justo en el centro del vidrio rectangular de la ventana, dejando un gran boquete como del tamaño de la cara de una persona adulta y con el vidrio a su alrededor intacto…en completo estado normal y sin fisura alguna; lo más sorprendente es que el vidrio estalló frente a nosotros pero todas las esquirlas salieron en dirección al patio, nin-guna, por más pequeña cayó hacia el interior de la habita-ción ni en el marco de la ventana.

Inmediatamente, al escuchar el ruido de vidrio roto, mi abuelita Jesús y mi tío Fernando fueron a nues-tro cuarto a ver qué había pasado, comentando entre todos lo acontecido no pudimos encontrar explicación a este suceso, mi madre, al día siguiente, después de com-prar nuevamente el vidrio y colocarlo, se puso a rezar y a echar agua bendita en la ventana y en el patio, a partir de ese día dejábamos la luz encendida del exterior del departamento y nunca jamás, mientras vivimos ahí, se volvieron a escuchar los pasos hacia nuestro departa-mento.

El vivir en esta casa de espantos realmente fue para nosotros una pesadilla de terror, les contaré que, en el primer departamento, en la entrada de la calle, vivieron unos parientes nuestros: mi tío Vidal, su esposa (mi tía Ali-cia) sus seis hijos y Doña Santos, una mujer como de setenta años, mamá de Vidal y suegra de mi tía Alicia, quienes nos platicaban lo que a ellos les sucedía frecuentemente por las noches.

Generalmente después de cenar, como a las nueve de la noche, se encerraban en su departamento y solamente salían al patio cuando era necesario ir al baño, Doña Santos solía salir al zaguán a sentarse en una silla mecedora para fumarse un cigarrillo antes de acostarse, ella decía que veía a una mujer vestida de negro que entraba de la calle y ca-minaba sin voltear a verla hasta llegar a la cocina, donde desaparecía. La primera vez que la vio no traía los lentes puestos, así que no distinguió quien era, pero se levantó de su silla después de que la mujer pasó, como no escuchó abrir y cerrarse la puerta de la calle se encaminó para ver si seguía abierta, como encontró que ésta estaba cerrada se di-rigió a la cocina para ver qué era lo que quería esa persona, al llegar a la cocina vio las puertas cerradas con la aldaba, entonces sin temor, se regresó a hablarle a Vidal para decir-le que alguien había entrado a la cocina.

Vidal y Alicia fueron a ver de quien se trataba, pero encontraron las puertas cerradas. Vidal le preguntó a su mamá: ¿Estás segura de que la viste? ¿O ya estabas soñan-do? Doña Santos se indignó y le dijo: ¿Acaso crees que es-toy loca? ¡Si te digo que la vi, es porque la vi! Vidal le con-testó: Está bien mamá, fúmese otro cigarro ya para que se duerma, Doña Santos ni tarda ni perezosa sacó otro cigarro de su delantal y se sentó nuevamente a fumar, como Doña Santos era barrendera (hacia limpias y otras cosas) no le te-nía miedo a los muertos -eso decía- y todas las noches solía fumarse su cigarrillo en el zaguán de la casa, mis primas en una ocasión por curiosidad se quedaron a ver a la “señora” que se aparecía por allí, con miedo y todo la lograron ver.

Dijeron que era una señora bajita, vestida de negro, con una pañoleta en la cabeza y que no hacía ruido al ca-minar, que se movía sin tocar el suelo, como si flotara o como si volara sobre éste desde la puerta de la calle hasta la puerta de la cocina donde desapareció. Inés, la hija más grande de mi tía Alicia, en esa ocasión se orinó del susto y como el baño estaba frente a la cocina ya nunca, después de eso, quiso ir en la noche a orinar allí, mejor compraron una bacinilla grande para que todos pudieran orinar por la noche en su departamento y no tener que salir al baño.

Como mis primas si eran bastante miedosas dejaban el foco del zaguán encendido toda la noche, en incontables ocasiones nos relataron que por la noche en su cocina se es-cuchaba que los trastes se caían de la vitrina, produciendo un gran ruido, Alicia y Vidal y a veces Doña Santos iban rápidamente a ver qué era lo que pasaba en ese lugar, pero al entrar siempre encontraban todo en orden. Con el tiem-po, los adultos después de escuchar el ruido de los trastes caer ya no se interesaban en ir a ver lo que sucedía, lo empezaron a tomar como algo cotidiano, hasta que en cierta ocasión las cosas empezaron a cambiar.

Durante el día, cuando estaban los miembros de la familia cocinando o comiendo algo les movía los trastes en la mesa cuando los dejaban de ver, los platos o los vasos se desplazaban para que no pudieran seguir comiendo, al principio pensaban que eran bromas entre ellos y se culpa-ban unos a otros, hasta llegar a pleitos y discusiones, poco a poco se fueron dando cuenta que no eran ellos los que movían las cosas. Un día, Alicia estaba en la cocina hacien-do la comida junto con su hermana Carmela, atrás de ellas se cayó un plato de la vitrina, voltearon a ver qué se había caído y encontraron los pedazos en el piso, Alicia exclamó: ¡A de ser el gato de Doña Enriqueta, pinche gato mañoso! Carmela buscó al gato en la cocina, al no verlo, salió al pa-tio encontrándolo echado dormido en la puerta del depar-tamento de Doña Enriqueta. ¡El gato está dormido en la puerta de Doña Enriqueta! –le dijo Carmela a Alicia- esto les causó a ambas un tremendo temor. La vitrina tenía una maderita que impedía que los platos resbalaran y cayeran, para sacarlos había que levantar los platos con la mano y salvar el obstáculo de la madera, pero ese plato había salido de la vitrina para caer y romperse en el suelo; la caída de trastes fue cada vez más frecuente. Las hijas de Alicia de-cían que cuando estaban dormidas les quitaban las cobijas y las destapaban, que sentían cuando algo les estiraba con fuerza la cobija y se las tiraba al suelo, el deseo de ya no pasar más cosas inexplicables les llevó a buscar otra casa de renta y se marcharon a los pocos meses.

Por un tiempo nosotros nos quedamos solos, como inquilinos, en esta casa de espantos. En una ocasión mis pa-pás venían de comprar el pan como a las ocho de la noche, al entrar a la casa el zaguán estaba muy oscuro, porque ya no vivían mis tíos allí y no había foco para encender, y pa-sar frente a la cocina que estaba cerrada para que no se metiera el gato a hacer sus necesidades, sintieron que alguien los veía desde el interior pero continuaron su marcha sin detenerse, dieron la vuelta la izquierda y después a la dere-cha para llegar al segundo patio hacia nuestro departamen-to, justo antes de llegar al lavadero con patas de cruz de panteón, sintieron que una fuerza los empujó en el pecho hacia atrás, como a dos metros de distancia, ambos se que-daron sorprendidos por no saber qué era lo que los había detenido y empujado, como estaba encendido el foco del segundo patio se veía todo alrededor y no había nada que los hubiera empujado, solo sintieron la presión en el pecho y el empuje hacia atrás, emprendieron nuevamente la mar-cha al departamento sin ninguna dificultad, obviamente llegaron bastante nerviosos y asustados por lo sucedido.

En otra ocasión, como a las siete de la noche, mi papá fue a encender el boiler quince minutos antes de empezar a ducharse, cuando consideró que el agua del baño esta-ba caliente se encaminó hacia el mismo, como ya les dije, este estaba frente a la cocina, le dijo a mi mamá al salir del cuarto que por favor le mandara la toalla con mi hermana María Reyes para cuándo terminara de bañarse, como unos veinte minutos más tarde. Mi hermana, que en ese tiempo tenía siete años de edad, al llegar al baño tocó la puerta para que mi papá tomará la toalla, él le dijo: ¡Espérame ahorita te abro la puerta! Cuando éste abrió, mi hermana estaba tirada en el suelo llorando, él le preguntó inmediatamente: ¿Qué te pasó? Ella le reclamó: ¡¿Para qué me aventó?! Y continuó llorando con mucho sentimiento ¡Yo no te aventé! -respon-dió mi papá- Mi hermana insistió: ¡Si, usted me aventó! Y se sobaba las rodillas, mi papá se cubrió con la toalla y cargó a mi hermana, tomó su ropa y se fue al departamento, al lle-gar a éste, mi madre le preguntó: ¿Por qué lloras mijita? Ella insistía llorando: ¡Mi papá me aventó! Mi mamá entonces le cuestionó: ¿Tú viste que él te aventó? ¡No, no lo vi, pero nada más él estaba allí! Mis padres guardaron silencio por-que sabían perfectamente que él no la había empujado, que algo sobrenatural había pasado, en la casa nada más estaba mi familia, ambos apapacharon a mi hermana un rato hasta que dejó de llorar, después mis hermanas Blanca, Malena y yo jugamos con ella y se le olvidó el dolor de la caída.

Otro acontecimiento que me tocó vivir allí fue el si-guiente. Mi tío Fernando en esa época era todo un rebelde sin causa, le gustaba andar con sus amigos, jóvenes de su edad de entre 17 y 22 años que se reunían entre las calles de Nezahualcóyotl y Pedro Montoya, afuera de Le Papi-llón, aunque recorrían todo el barrio de Tlaxcala en sus andanzas de fiestas, bailes, tardeadas, cumpleaños entre otras cosas, él llegaba a la casa generalmente después de medianoche. Vivía en el cuarto contiguo al nuestro, lo es-cuchábamos cuando llegaba ya que siempre entraba co-rriendo desde la puerta de la calle hasta la puerta de su cuarto, no sé si por miedo o por precaución de toparse con algo desconocido, pero esa era su acostumbrada entrada nocturna a la casa.

Una noche en particular, se escuchó el sonido de sus botines que venían a toda carrera, como abrió la puerta de madera de dos hojas y entró a su cuarto, como puso la al-daba, y se escuchó cuando se sentó en la cama, la cual te-nía un tambor metálico bajo el colchón, que hacía bastante ruido cuando uno se movía sobre él, de pronto se oyó que la puerta era empujada como si alguien quisiera entrar con desesperación al cuarto casi detrás de mi tío, él, al escuchar el crujido de la puerta al ser empujada, saltó sobre la cama produciendo el ruido del tambor, pero se quedó inmóvil escuchando los empujones de la puerta y los gritos aterra-dores que siguieron a continuación, era como si a alguien le estuvieran haciendo daño y quisiera escapar introducién-dose al departamento, los gritos eran tan fuertes y aterra-dores que todos nos despertamos; nos quedamos en silen-cio a la expectativa, hasta que desaparecieron los gritos y los empujones de la puerta, esperando simplemente a ver qué pasaba.

El silencio reinaba en todo el departamento, nadie se movía, mi hermana Blanca, en voz baja, le dijo a mi mamá: ¡Tengo miedo! ¿Qué es eso? Mi madre le respondió, también en voz baja: ¡Cállate, duérmete o reza, yo te cui-do! El tiempo pasó y todo quedó en silencio, hasta que nos quedamos dormimos nuevamente, cuando desperté ya mi mamá y mi abuelita estaban haciendo el desayuno, por los comentarios sobre lo acontecido, nadie supo dar razón de que fue lo que pasó.

Al siguiente día, fue una joven amiga de mi abuelita a visitarnos, ella era hermana de Lauro y de Martín, dos choferes de autobús que eran amigos de la familia, nues-tra visitante era la sencilla, simpática y sonriente señorita Modesta que venía de un rancho cercano a San Luis Potosí, ella pensaba pasar algunos días con nosotros. Durante el día anduvo en la calle paseando con mi abuelita, pero por la noche Modesta decidió ir a visitar a una amiga de suya que vivía en el centro de San Luis, mi abuelita y mi tío Fernan-do le prestaron una llave para que entrara a la casa cuando regresara, Modesta se despidió de mi abuelita y se fue a buscar a su amiga. Después de cenar, mi familia decidió acostarse a dormir y dejar la luz encendida del patio para cuando ella regresara, como a las dos de la mañana se es-cucharon unos gritos desesperados de terror en el patio, mi papá, mi tío, mi abuelita y mi mamá se levantaron a ver que sucedía, porque suponían que la que gritaba era Modesta, salieron y corrieron al pasillo entre los dos patios, donde se escuchaban los gritos, encontraron a Modesta tirada en el suelo, llorando y con un gesto de terror nunca visto en su cara, mi abuelita la abrazó y le preguntó: ¿Qué te paso? ¿Qué te sucedió? Mientras mi papá y mi tío revisaban la casa, por si había alguien por ahí, que la hubiera atacado, Modesta sólo lloraba a gritos muy asustada. Mi mamá y mi abuelita se la llevaron abrazada hasta el cuarto, la sentaron en la cama para que se relajara, mi papá y mi tío, al no en-contrar a nadie regresaron con Modesta, la cual no podía hablar y tenía todavía un gesto de terror en su cara como si hubiera visto algo extremadamente horrible.

Durante el resto de la noche Modesta sólo se la pasó gimiendo y llorando, sin poder dormir. Por la mañana mi tío Fernando fue a buscar a Martín para que viniera a ver a su hermana, ambos regresaron al medio día, antes de la una de la tarde, para entonces mi abuelita ya había bañado a Modesta, porque del susto se había hecho del baño, Modes-ta no podía hablar ni articular palabra, solo guardaba silen-cio y se mostraba muy nerviosa, cuando llegó Martín, ella no lo reconoció y no le contestaba lo que él le preguntaba. Entre Martín y mi tío se la llevaron al rancho de donde ellos eran, al día siguiente cuando regresó mi tío nos informó que ella seguía igual, que no hablaba, que parecía como que se había vuelto loca, nunca supimos que fue lo que le pasó en esa casa o que fue lo que vio, pero ella se quedó muda desde ese día, sus hermanos continuaron visitando nuestra casa por algunos años más, decían que con el paso del tiem-po Modesta ya no se sentía tan nerviosa sin embargo no hablaba, que algo en su mente le impedía hablar aunque ya estaba más tranquila en la casa y que generalmente evitaba salir a la calle.

En varias ocasiones mi abuelita Chuy fue visitar a Modesta hasta su casa, decía que cuando ella la veía, la abrazaba y no la quería dejar regresar, quería que se que-dara con ella y se ponía a llorar cuando mi abuelita se des-pedía, como para mi abuelita era muy triste el ir a visitarla, poco a poco se fue retirando de ella, con el paso de los años nos fuimos alejando de esa familia y ya no supimos que fue de la vida de Modesta.

Otro hecho que recuerdo muy bien sucedió cuando yo tenía ocho años, en navidad el niño Dios me había traí-do de regalo un radio portátil de detective, que con solo apretarle un botón se transformaba en una ametralladora y  que producía sonidos de disparos, también recibí un traje de Batman que incluía la capa, el antifaz y los respectivos guantes, una bolsa de soldaditos y vehículos de guerra ade-más de un equipo completo de detective secreto ¡Puro ju-guete gringo!, obviamente también ropa nueva para el uso diario.

Yo tenía en ese entonces un vecino y amigo llamado Pepe, al que también le llamábamos Tecle, porque tenía la-bio paladar hendido y no hablaba bien y en lugar de decir Pepe él decía Tecle, él iba a visitarme a la casa o yo iba a la suya. Cuando él vio mis juguetes se emocionó mucho, esa navidad solo le había “llegado” ropa, un día nos quedamos solos en la casa, yo me puse el traje de Batman, me subí al lavadero y le dije a Pepe: ¡Mira como vuelo! Desde el lavadero me lancé por el aire a una viga del tejado, el vuelo lo repetí como seis veces con éxito, no era mucha la distan-cia, tal vez como un metro veinte centímetros de separación del lavadero y unos treinta centímetros de altura arriba de mi cabeza desde donde yo me lanzaba, Pepe me dijo que le prestara el traje de Batman para lanzarse, yo le dije: ¡Deja me aviento el último vuelo! Me subí al lavadero y me lancé a lo ya practicado varias veces, cuando iba en el aire sentí que algo me empujó hacia abajo y caí al piso, para evitar pegarme en la cabeza, metí las manos y la mano derecha se me fracturó al caer, Pepe, al verme agarrándome la mano y llorando se asustó mucho y se fue a su casa, yo esperé a ver si venía su mamá a auxiliarme, pero ésta nunca llegó. Como dos horas después regresó mi mamá, yo todavía me encon-traba en el piso bajo el tejado con un fuerte dolor, llorando y esperando, ella me levantó y después de revisarme la mano me llevó inmediatamente al hospital del ferrocarril, al lle-gar a éste el médico de urgencias me enyesó el brazo y la muñeca para posteriormente regresar a la casa. Ella preocu-pada me pidió que ya no volviera a volar porque me podía romper la cabeza, no sé por qué, pero nunca le dije que ese día algo me había empujado por la espalda hacia el piso.

 

El 10 de enero de 1967 recuerdo que en San Luis po-tosí cayó una gran nevada, mis hermanas y yo estábamos en la casa, acurrucados en la cama, porque se sentía en esos días bastante frio, al amanecer mi mamá se levantó para ha-cer el desayuno, al ver por la ventana se quedó maravillada y nos dijo emocionada: ¡Levántense, está nevando! Noso-tros rápidamente nos levantamos y fuimos a la ventana, el piso del patio estaba blanco y seguían cayendo copos de nieve, raudos y veloces mis hermanas y yo nos vestimos, nos pusimos las chamarras sobre nuestros suéteres, Blanca dijo: ¡Hay que hacer monos de nieve! y salimos corriendo al patio, afuera hacía más frio que de costumbre, pero no tanto como en las heladas, Blanca se puso en el centro del patio a levantar nieve y a atrapar la que estaba cayendo, el resto de nosotros seguimos su ejemplo, haciendo lo mis-mo que ella, de pronto escuchamos los gritos de mi mamá: ¡Ora, métanse a la casa, que se van a enfermar! Yo le dije: ¡Solo hacemos un mono y ya! Ella contestó: ¡Nada y van para adentro! Ya venía con la chancla en la mano por lo que rápidamente corrimos al departamento, con nieve en las manos, la nieve la tuvimos que dejar en el lavadero porque estaba muy fría y ya se nos estaban entumiendo los dedos, mi mamá enseguida nos secó las manos con una toalla y nos dijo: ¡Vean por la ventana como nieva! ¡Pero no quiero que se salgan!

Después del regaño todos corrimos a la ventana del cuarto para ver el espectáculo de la nieve al caer, de pronto, el poste de madera, como los de teléfonos, que estaba junto al lavadero de banco de cruces de panteón, se vino abajo, precisamente donde habíamos estado juntando la nieve para hacer el mono, cayó tan estruendosamente como una regla, produciendo un gran sonido y haciendo temblar el suelo, nos quedamos espantados por este hecho, ya que si hubiéramos seguido allí nos hubiera aplastado. No había viento ese día como para que lo derribara, ni tenía cuer-das de tendedero que lo jalaran hacia el patio, simplemente cayó en el lugar donde anduvimos nosotros, les dije a mis hermanas: ¡De la que nos salvamos! Doña Enriqueta salió por el ruido a ver qué había pasado, mi mamá al verla afuera, también salió a inspeccionar las causas de porqué el poste se había caído, lo que vio mi mamá fue que la tierra donde estaba el poste estaba removida, como si le hubieran escarbado, para que cayera en dirección al patio, porque en caso contrario se habría recargado en la barda que estaba atrás de él, si caía de lado caería en el cuatro de al lado, donde uno sentía que lo veían o si no en la casa de Doña Enriqueta, pero cayó precisamente donde habíamos levan-tado la nieve.

En ese momento no nos importó saber nada del poste, sino solo disfrutar ese fenómeno natural que es nevar, ya por la tarde salimos toda la familia, con mi papá a la cabe-za, a pasear por las calles y bien abrigados, para ver cómo estaba de nevado San Luis. La gente había hecho monos de nieve en las banquetas y sobre los cofres de los autos, al-gunos automovilistas llevaban monos en los techos y en el cofre, andaban paseándose por las calles en toda la ciudad, afuera de las casas también había monos de diversos tama-ños con bufanda y sombrero.

Parecía un día de fiesta. Los niños jugaban a la guerra con bolas de nieve, al caer la noche la nieve ya se estaba derritiendo y apareció una llovizna que hizo que la temperatura bajara muy rápido, por lo que nos fuimos muy contentos al abrigo de esta enigmática, macabra y terrorífica casa.

Fotografía: Elena Rodríguez de la Tejera

Soli Deo Gloria

 

 

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