Otra de las casas donde espantaban y en la que viví en la década de los sesentas fue en el 105 de la calle Privada Ferrocarril Central, allí también vivía la dueña de esta casa, una señora de unos sesenta y cinco años más o menos, ella era gorda, pelo canoso, trenzado generalmente, usaba un delantal floreado con bolsas al frente, vestía como si fuera de rancho, con naguas también floreadas, blusa y rebozo.
A nosotros nos rentó un cuarto
con una cocina y compartíamos la letrina, la señora de nombre Sabas tenía tres
habitaciones y una cocina, en el corral tenía muchas macetas, un árbol de pirul
y un narciso, esta mujer tenía también en otra parte del corral gallos,
gallinas y un criadero de conejos, por las noches aparecían unas grandes y
asquerosas ratas grises merodeando el lugar, por lo que también llegaban
lechuzas a cazarlas.
Generalmente ella, los fines
de semana, se iba a su rancho, el resto de la semana era cuando se le veía en
la casa. La gente decía que era curandera o barrendera, pero para otros era una
bruja.
En ocasiones yo la veía en el zaguán
barriendo gente con un huevo o con ramas de pirul y rezando, mi familia casi no
hacía amistad con ella, solo nos saludábamos cuando nos veíamos, como a veces
tenía mucha gente de rancho, que esperaba a que la barrieran, nosotros nos
íbamos a la casa de mi abuelita Jesús durante el día y solo regresábamos a esta
casa dormir. Cenábamos leche y pan, íbamos al baño, rezábamos el rosario y nos
dormíamos, para en la mañana temprano ir a la escuela y mi papá al trabajo.
Cierto fin de semana llegamos
a la casa y le dije a mi hermana Blanca que me acompañara al baño, ella accedió
acompañarme, por lo que encendimos la luz del zaguán y posteriormente la del
cuarto de la letrina, yo entré primero y mi hermana me esperó afuera, cuando
salí para que ella pasara me dijo, señalándome con la mano: allá, se está moviendo
el narciso, ella entró al baño y yo me quedé viendo hacia el fondo del corral,
donde se movían las ramas del narciso, éstas bajaban y subían de un lado a
otro, observé las otras plantas pero todas estaban quietas, las únicas que movían
eran las del narciso, no había ni una brisa de aire que las moviera, al salir
mi hermana de la letrina corrimos a decirle a mi papá lo del movimiento del narciso.
Al llegar al cuarto, mi papá
ya estaba acostado y aunque le dijimos sobre el movimiento irregular que había
en esa planta él solo dijo: ¡Tomen la lámpara que está en el buró y vayan a ver
que es! Mi hermana insistió: ¡Papá, es que nos da miedo ir solos hasta allá! El
simplemente contestó: ¡Si quieren saber qué es, vayan, no les pasa nada!
Tomamos la lámpara, la
encendimos y salimos del cuarto, al finalizar el zaguán aluzamos con la lámpara
hacia el corral donde estaba el narciso y a lo lejos vimos que en el lugar en
donde se movían las ramas se levantó de repente una flama azulosa del suelo,
nos asustamos bastante y regresamos con mi papá, ¡Papá, papá, nos salió el
diablo! -dijo mi hermana.
Mi padre preguntó: ¿Cuál
diablo? Yo le contesté: ¡Salió lumbre del narciso! Mi padre se sorprendió y en
seguida se levantó de la cama, se puso una camisa, el pantalón y los zapatos
sin calcetines y dijo: ¡Vénganse, vamos a ver! Salimos detrás de él, que ya
llevaba la lámpara en su mano, después de pasar el zaguán le dije: ¡Mira,
todavía se está moviendo! -refiriéndome al narciso-. Él con-testó: ¡Ha de estar
amarrado de él un chivo o un cochino! Seguimos caminando y al llegar al narciso
obviamente ya no había lumbre, pero las ramas se seguían moviendo de un lado a
otro, mi papá tomó las ramas en sus manos para que se quedaran quietas y
detuvieran su vaivén, enseguida inspeccionó el terreno y dijo: ¡No hay nada
quemado, ni huele a humo! ¡Vámonos!
Mi hermana y yo nos
adelantamos corriendo y esperamos a mi papá donde empezaba el zaguán, nos
detuvimos a ver dónde venía mi papá y vimos que al fondo las ramas habían
reanudado su movimiento, le dijimos: ¡Papá, las ramas se están moviendo de
vuelta!
Él llegó hasta nosotros sin voltear
hacia atrás y ya desde allí pudo ver que efectivamente se seguían moviendo. ¡No
se asusten es un movimiento natural! -nos argumentó-. Mi hermana y yo solo
cruzamos nuestras cómplices miradas de incredulidad. A la semana siguiente de
este incidente ya estábamos viviendo en otra casa de renta.
Platicando con familiares y
amigos del barrio sobre este fenómeno, los vecinos de al lado de esa casa y
quienes ya tenían muchos años de vivir en esa calle, dijeron que en la casa de
Sabas espantaban, que en el corral de esa casa a veces por las noches se veía
un indio, que usaba taparrabo, cerca del pirul, lo veían porque éste hacía una
fogata que lo alumbraba, que se quedaba sentado como esperando a alguien y que
después de un rato llegaban otros indios y apagaban la fogata, que después de
eso ya no se veía nada porque el corral quedaba oscuro, pero se escuchaba que
platicaban y algo hacían en ese sitio.
Algunas personas comentaban
que a lo mejor eran parientes de Sabas, porque ella también era india, los
fenómenos se hacían presentes por las noches cuando Sabas no estaba en casa,
los vecinos de la calle no tenían mucha amistad con esta mujer porque para
algunos, aparte de bruja, decían que tenía pacto con el diablo.
Fotografía: Elena Rodríguez de
la Tejera
Soli Deo Gloria
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