lunes, 19 de septiembre de 2022

La casa en la Avenida Industrias por Juan Cancino Zapata.

 

En mil novecientos ochenta y cinco mi familia se había mu-dado de la casa de la calle de Aquiles Serdán del barrio de Tlaxcala en San Luis Potosí a un nuevo fraccionamiento lla-mado Valle Dorado, que está ubicado sobre la Avenida In-dustrias.

La casa nueva que rentamos era de interés social, por lo tanto muy pequeña, contaba con cochera, sala-come-dor, cocina, patio de servicios y tres pequeñas recamaras, en ese tiempo yo trabajaba en El Naranjo, S.L.P., solo regre-saba a visitar a mi familia cada quince días o cada mes.

En una de estas visitas me sucedió lo que a continua-ción les relato. Salí del Naranjo rumbo a la ciudad de San Luis a las diez de la noche en el Ómnibus de Oriente, al que algunos le llamaban en broma “Oliente”, después de un poco más de cuatro horas de viaje llegué a San Luis y tomé un taxi, al llegar, éste se detuvo frente a la casa, descendí y después de pagarle al conductor me dirigí a abrir la puerta.

Afuera de la casa había un poste de luz que iluminaba la pequeña cochera o mejor dicho el jardín, saqué las llaves y vi que el taxi se alejó rápidamente del lugar, supuse que mi familia estaba durmiendo por lo que traté de no hacer mucho ruido al abrir para no despertarlos.

Entré a la sala y vi que todas las luces estaban apa-gadas, pero con la luz del poste que entraba por la ventana junto a la puerta, era suficiente para ver el interior de la casa, todo estaba en silencio, así que tomé las escaleras para subir a mi recámara tratando de hacer el menor ruido po-sible, cuando ya casi estaba en el primer piso escuché en la sala el sonido de una música tocada por acordeón, pensé que el que tocaba la música era mi hermano, ya que él tenía un acordeón y le gustaba tocar música italiana, caminé a mi recámara, la cual tenía la puerta abierta, dejé mi mochila sobre la cama y al salir vi las puertas de las otras dos recá-maras también abiertas, no había nadie.

Pensé en ese momento que mi familia estaba abajo, que, al oír llegar el taxi, se habían escondido para darme un susto, bajé rápidamente por la escalera diciendo en voz alta: ¡Ya los vi! ¡No se escondan! Al llegar al final de la escalera

Vi que la música procedía de un estéreo que estaba encen-dido en la sala, pero se había dejado de escuchar la música de acordeón y ahora se escuchaba la radiodifusora Estéreo Rey, sabía que la música que tocaba mi hermano no la to-caban en las radiodifusoras, me dirigí al estéreo para ver si había un casete donde él guardaba su música, el estéreo tenía unas luces que cambiaban de intensidad de acuerdo a los sonidos de la música y estaban encendidos, aquí su-puse que mi familia se había escondido en la cocina porque era el lugar más oscuro y hasta ahí casi no llegaba la luz de afuera, continué checando el estéreo y observé que el sintonizador tenía el marcador en los kilo hertz de Estéreo Rey pero a la vez tenía oprimida la tecla de tape y el play activado, me dije a mi mismo: ¡Esto no puede ser! ¡O toca el casete o toca la radio, pero no ambos a la vez! Oprimí la tecla de stop y posteriormente la tecla de eject para sacar el casete de su interior, al revisar el casete me di cuenta quesi era el de la música italiana de acordeón de mi hermano, cuyo gusto yo no compartía.

Dejé el casete encima del estéreo y me dirigí a la co-cina diciendo en voz alta y pensando en encontrar a mi familia: ¡No tienen escapatoria!, faltando un metro para entrar a la cocina estiré el brazo para alcanzar el interrup-tor de la luz, el cual se encontraba a un lado de la entrada, pero antes de alcanzarlo, como a treinta centímetros de distancia, la luz de la cocina se encendió, esto me sorpren-dió, ya que con la simple intención bastó para encender el foco de la cocina (algo que nunca me había sucedido), me dije: ¡Ay canijo, tengo poderes! Toqué el interruptor que estaba en encendido y apagué y encendí la luz varias veces, por último la dejé encendida y me metí a la cocina buscando a mi familia, pero para mi sorpresa no estaban, entonces pensé que estaban bajo la mesa así que me aga-ché bajo ésta y no había nadie, vi hacia la mesa del come-dor y tampoco había nadie.

. Me dije nuevamente intrigado por lo de la luz: ¡Ha de ser que traía mucha energía estática! ¡Eso ha de haber sido! Me dirigí a tomar un vaso, abrí el refrigerador y saqué la leche, busqué un pan, pero no encontré nada, así que me tomé solo el vaso de leche, al terminar de cenar mi leche guardé el resto del bote de leche y lavé el vaso que había usado, pensé que mi familia había ido a alguna fiesta por-que era fin de semana y que por eso no había nadie en casa, al salir de la cocina y estirar el brazo para apagar la luz, ésta se volvió a apagar sin que yo tocara el interruptor.

Sin causarme temor lo que había sucedido con la luz y el estéreo me dije bromeando nuevamente: ¡Realmente ten-go poderes!, fui hacia el estéreo para apagarlo e irme a dor-mir, inmediatamente después de llevar a cabo lo anterior escuché un auto que se paraba frente de la casa, me acerqué a la ventana para averiguar quién era.

De un taxi descendió mi familia, quienes realmente venían de una fiesta, después de saludarnos les conté lo su-cedido minutos antes, mi mamá sin sorprenderse nada me empezó a platicar que en esa casa, espantaban y sucedían cosas extrañas, cuando ella estaba sola durante el día en la planta baja, se escuchaba que en los cuartos de arriba se movían cosas, como que arrastraban las camas o algún buró y que las sillas se caían, además que cerraban las puertas de las recámaras, cuando ella subía a ver qué pasaba todo se encontraba intacto, las puertas abiertas, las camas en su lugar y ninguna silla tirada y cuando bajaba se volvían a escuchar los ruidos, me dijo que ya se había acostumbrado a eso, que ella acomodaba en el librero los adornos, como los trastes de un juego de té miniatura, diversos monitos de porcelana chinos y otra serie de objetos que adornaban el librero, pero que cuando ella salía de la casa y ésta se quedaba sola, al regresar encontraba las cosas cambiadas de lugar, me dijo también que al principio sí le dio miedo porque pensó que alguien se había metido a robar, checaba las puertas de atrás y adelante, encontrando que siempre estaban cerradas con llave, que cada vez que ella salía pa-saba lo mismo pero que ya se había acostumbrado a eso, finalmente comentó que no le daba miedo que pasara eso casi de manera cotidiana porque ella le tenía más miedo a los vivos que a los muertos.

Me contó también que durante quince días ella escu-chó que en la casa de al lado, después de que la vecina parió un niño, empezaron ruidos como si arrastraran los muebles de la sala y los de las recámaras durante la noche, que ella no se podía dormir por el ruido que hacían los vecinos, pero como ella si se podía dormir durante el día, pues así lo ha-cía, sin embargo, tenía la curiosidad de saber que hacían los vecinos durante la noche que provocaba tanto escándalo.

Su curiosidad fue aclarada cuando la vecina le fue a tocar a la puerta y le dijo lo siguiente: Buenos días doña Magdalena, le quiero pedir un favor muy grande, ¡Si, dígame! - le contestó mi madre amablemente- La vecina continuó diciéndole: Como ya sabe, acabo de tener un bebé y batallo mucho para que se duerma en el día y en la noche cuando ya se empieza a dormir usted mueve los muebles a cada rato y no solo despierta al bebé, sino a mi esposo y a mí, él se está yendo a trabajar muy desvelado y ya trae muy mal humor porque no duerme bien.

La vecina se sorprendió mucho cuando mi mamá le contestó: ¡Aquí no muevo nada, ustedes son los que hacen mucho ruido y tampoco me dejan dormir!, escucho que mueven los sillones y las camas. La vecina respondió: ¡Es lo mismo que escuchamos de su casa!, mi madre la invitó a pasar a la sala y le contó todo lo que pasaba en nuestra casa, la vecina -para sorpresa de mi madre- le dijo: ¡¡¡En mi casa pasa lo mismo!!!

Después de esa conversación fueron a platicar con otra vecina, amiga de ambas, que vivía en una de las casas de atrás de la colonia, enterándose que también a ella le pa-saban cosas muy raras y que esto no solo pasaba en su casa, sino que se sabía que sucedía en todo el fraccionamiento Industrias, la señora les contó que su esposo escuchó rui-dos una noche en el patio trasero de su casa, el cual daba a campo abierto porque en aquel entonces el fraccionamiento estaba rodeado de monte, el hombre se asomó por la venta-na de uno de los cuartos de arriba, con la luz apagada para que no notaran su presencia para ver si eran ladrones, al ver hacia abajo y con la luz de la luna, pudo observar que había como ocho hombres amonigados, esto es, sentados en cuclillas formando un círculo, uno de ellos tenía una vara que parecía una lanza en la mano, el esposo se quedó obser-vando a ver qué hacían, pero solo escuchaba que decían co-sas que él difícilmente lograba entender, como si hablaran en otro idioma, cuando sus ojos se fueron acostumbrando a ver en la oscuridad se quedó asombrado, porque los hombres eran delgados, estaban desnudos y tenían el pelo lar-go, observó detenidamente al hombre que sostenía la lanza y vio que ésta tenía amarradas una especie de cabelleras, el esposo se llenó de miedo al darse cuenta que lo que veían sus ojos eran indios que platicaban en voz alta.

Llamó en voz baja a su esposa, que estaba en la habi-tación contigua, ella se acercó a la ventana junto a su esposo y también vio a los indios, salieron de la habitación y él le pregunto: ¿Qué hacemos? Ella dijo: ¡Hay que rezar para que desaparezcan, porque esos son muertos!, él le contestó cuestionando: ¿Y si le hablamos a la policía? Ella replicó: ¡Estás loco, no hay teléfono! ¡Mejor

ponte a rezar! Fueron a otra habitación, sacaron un rosario del ropero y se pusieron a rezar. Cuando terminaron fueron a asomarse nuevamente a la ventana, los indios ya no estaban allí, ya no se escucha-ban sus voces, esperaron un rato a ver qué sucedía y al ver que todo estaba tranquilo decidieron irse a dormir.

Ellos a nadie le habían contado eso por temor a que los tacharan de mentirosos o locos, pero al saber que a otras personas del fraccionamiento también les pasaban cosas ex-trañas decidieron contarlo.

Ese fin de semana a mí no me pasó nada extraordi-nario, aparte de lo que ya conté, a los quince días regresé a San Luis y me encontré que los vecinos habían llevado a un sacerdote católico para bendecir nuestra casa y las casas de los vecinos de esta colonia. Los vecinos por otra parte, habían investigado que, en ese lugar, cuando construían el fraccionamiento, los albañiles habían encontrado un pan-teón muy antiguo y muchos restos humanos.

Los fenómenos paranormales continuaron en nuestra casa, pero con menos intensidad, al año siguiente nos mu-damos a otra casa, pero no por miedo, sino porque había-mos comprado una propia.

 Fotografía: Elena Rodríguez de la Tejera

Soli Deo Gloria

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