martes, 20 de septiembre de 2022

Espantan en la empresa General Popo por Juan Cancino Zapata.

 

En el año 2011, en la ciudad de San Luis Potosí instalaron, sobre el corredor industrial de La Pila, una planta de la em-presa General Popo, mi sobrino Alberto, que en ese tiempo manejaba un autobús de transporte de personal, llevaba a los trabajadores de la alameda a la planta en diferentes horarios. Mientras los trabajadores entraban o salían él se esperaba en el vehículo o se bajaba a platicar con los vigi-lantes de la empresa para pasar el tiempo.

 Hubo un periodo de seis meses que él dejó de tener esa ruta y trabajó llevando obreros a una empresa distinta, pasado este tiempo él regresó nuevamente a la ruta e in-mediatamente notó un cambio en el personal de vigilancia. Ya no estaban todos los vigilantes que él había conocido meses atrás, solo permanecía trabajando allí un señor ya grande de edad llamado Luis, al preguntarle Alberto a Don Luis sobre los otros vigilantes, que eran sus amigos -Éste le dijo: ¡La mayoría ya renunció! –Y agregó sonriendo- ¡No les gustó la chamba! ¡A ver si a estos si les gusta! –Agregó-dirigiendo la mirada para señalar a dos vigilantes nuevos que allí se encontraban. Enseguida le preguntó a Alberto: ¿Tienes un cigarro? Éste le contestó afirmativamente, pero que la cajetilla de cigarros la tenía en el camión, Don Luis le dijo: ¡Vamos por él!

 Caminaron hacia el camión que se encontraba cru-zando la calle frente a la empresa, Don Luis le dijo, con-fidencialmente, lo del cigarro es puro “pedo”, lo que pasa es que quería contarte que cuando tú ya no viniste por los trabajadores, entraron a trabajar a la empresa unos cinco darketos -jóvenes que casi siempre se visten de negro- en el turno de la noche, eran muy estrafalarios y “mamones”, se sentían “muy acá”, yo les platiqué –dijo Don Luis- que a ve-ces se veían luces muy cercanas en el cielo, como si fueran Ovnis, como los que tú y yo vimos la otra vez, pero esos ba-tos no me creyeron y dijeron, para apantallarme, que ellos tenían pacto con la Santa Muerte y con Satanás, que ese era un poder más jodón que el de los pinches ovnis, yo ya no les seguí el juego ni les hice caso, los dejé hablando solos.

Un día esos cuates -Agregó Don Luis- andaban en la bodega del fondo cuando no había nadie allí y se pu-sieron a pintar cosas en el piso, hicieron un rito satánico, según ellos, traían una ouija y no sé qué otras cosas más, sólo que el vigilante que hace el rondín por la noche los cachó haciendo su desmadre, gritando y bailando en la bo-dega, precisamente donde están las llantas, por radio llamó a los otros vigilantes y entre todos les calmaron su pedo. Los sacaron ese día de la empresa y les hicieron un reporte, al final, para no hacértela larga, los corrieron a todos de la fábrica.

 Desde ese día empezaron a pasar cosas en las bode-gas, uno de los vigilantes fue a hacer su rondín y dijo que cuando iba para el fondo de la bodega, alguien le chistaba a cada rato desde arriba de las llantas (las llantas las colocan en estibas, envueltas con plástico, una sobre otra, alcanzan-do una considerable altura) y que cuando él volteaba a ver quién chistaba no veía a nadie, entonces encendió todas las luces de la bodega para buscar y ver quien chistaba, al no encontrar a nadie se le vino a la mente el asunto de los dar-ketos, pensó que a la mejor habían regresado para asustar-lo. El vigilante, como era muy canijo, se subió a unas estibas para ver si andaban los darketos ahí arriba pero no encon-tró a nadie, se bajó y de pronto, cuando venía caminando hacia la salida de la bodega, todas las luces se apagaron quedando en la más completa oscuridad y nuevamente le empezaron a chistar, eso sí le dio miedo por lo que se echó a correr hacia la salida escuchando al mismo tiempo unos pasos que corrían atrás de él, al llegar a la puerta se encen-dieron las luces y él volteó inmediatamente para ver quién lo seguía, pero detrás de él no había nadie.

Lleno de miedo apagó las luces y se fue corriendo a la caseta de vigilancia a esperar que terminara su turno, cuando yo llegué me contó lo sucedido -dijo Don Luis- ¡Fue el último día que lo vi!, ya jamás regresó a trabajar aquí.

 Don Luis continuó platicando que en otra ocasión vino el supervisor porque ya habían renunciado otros tres vigilantes, él quería saber por qué estaba renunciando el personal de vigilancia, yo estaba de guardia en la noche -agregó Don Luis- cuando él llegó y me preguntó amable-mente si yo sabía por qué estaban renunciando los compa-ñeros, simplemente le dije: ¡Porque en esa bodega donde están las llantas espantan y nadie quiere entrar de noche a ese lugar!

 El supervisor contestó: ¡A ver, vamos a echar un vis-tazo! Le contesté –dijo Don Luis- ¡Yo no voy, yo solo me encargo de la puerta!, si quiere vaya usted, le indiqué que adentro, a un lado de la puerta de la bodega, se prenden las luces, nada más abre el portón y enseguida está el in-terruptor, el supervisor sonriendo me vio como diciendo ¡Tan viejo y tan miedoso!

 Don Luis continuó comentando: ¡Se fue caminando, según él, dizque muy valiente!, lo vi alejarse hacia la bode-ga, por mi parte, me puse a escuchar el radio y a pelar el ojo para ver por dónde se había ido el supervisor, vi el reloj y apenas eran las once de la noche.

Como a los veinte minu-tos vi que venía corriendo despavorido, salí a encontrarlo porque pensé que alguien lo venía correteando y le pregunté: ¿Qué paso? Él se abrazó de mí y me dijo: ¡Si espantan y esta cabrón! ¡Hasta tengo ganas de mear!, se encamino rápidamente a un lado de la caseta y se puso a orinar. A su regreso el supervisor le dijo a Don Luis para informarle, dejé la luz encendida y la puerta abierta de la bodega ¡Pero me vale madres! Don Luis lo abrazó y le dijo: ¡Véngase a sentar aquí pa’ que se eche un café, pa’l susto!

 Cuando ambos estaban dentro de la caseta Don Luis le pidió: ¡A ver cuénteme, mientras le preparo su café! El supervisor, nervioso, le empezó a relatar ¡Mire, cuando llegué abrí el portón, encendí las luces y empecé a caminar por el pasillo central a ver si encontraba algo raro que asus-tara a los trabajadores, cuando iba a la mitad de esa nave escuché que alguien me silbaba desde el fondo de la bode-ga, pensé que era un trabajador que hacía esos silbidos para asustarme, corrí hasta el fondo para ver si lo hacía correr y descubrirlo, al llegar al final de la bodega no encontré nada, guardé silencio por un momento sin moverme para escu-char algo y tampoco escuché nada, al voltear para ver hacia la entrada y a los pasillos laterales nuevamente me silbaron, pero se escuchó que el sonido venía ahora de la entrada, pensé que no podía irse alguien tan rápido del fondo de la bodega hasta la entrada para silbar, observé las columnas de llantas en sus respectivas estibas y las llantas estaban enredadas y cubiertas con plástico, para que no se cayeran.

 En ese momento decidí salirme de la bodega, pero cuando ya venía como a la mitad de la bodega de regreso hacia la puerta de salida escuché que algo se venía movien-do rápidamente detrás de mí, volteé y de reflejo me hice a un lado porque sentí que algo iba contra mí … y a un lado mío pasó rodando velozmente una llanta de camión, me espanté tanto al verla pasar junto a mí, casi rozándome, sin que nadie la empujara, que volteé rápidamente a ver quién la había aventado, no había nadie, la llanta se detuvo como a quince metros después de mí y se quedó parada, sin caerse. No me podía mover de miedo –dijo el supervisor- pero pude ver que todas las estibas estaban empacadas en la bo-dega, no había ni una llanta suelta y esas llantas son muy pesadas para que se muevan solas, esa llanta rodó más de media bodega atrás de mí, como pude salí corriendo para que no me pasará algo peor.

 Don Luis tranquilamente le dijo: ¡Ya ve porque no duran los vigilantes! El supervisor bebió su café, se fumó rápidamente un cigarrillo y se despidió de Don Luis. Se marchó, tal vez pensando en lo que le iba a poner a su re-porte.

 Don Luis le comentó a mi sobrino: Yo por eso no voy a la bodega de noche… ¡Que vayan los nuevos! Mi sobrino que ya ha pasado por muchas cosas sobrenaturales e inex-plicables le respondió bromeando: ¡Nombre Don Luis, no sea zacatón! Alberto le ofreció el cigarrillo que había pedido al principio, acercó el encendedor a su cara y se lo prendió, después de eso, cambiaron completamente de tema para bajar la tensión.

Fotografía: Elena Rodríguez de la Tejera

Soli Deo Gloria

 

 

 

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