lunes, 26 de septiembre de 2022

Doña Caridad la barrendera, por Juan Cancino Zapata.

 

A mi esposa y a mí, allá por principios de 1999 nos estaba yendo mal en diferentes aspectos; teníamos una racha de malos acontecimientos en especial con el proyecto de cons-truir una alberca de veinticinco metros de largo por diez de ancho a un lado del canal de la Media Luna.

Se inició el proyecto conforme a los planes, contratamos a los albañiles y compramos el material (aprovechamos la temporada en que le dan mantenimiento al canal para llevar a cabo este proyecto), al terminar de escarbar para este fin un máximo de dos metros y medio de profundidad, encanalamos una acequia para hacer pasar el agua a la alberca de tal forma que al llenarse ésta regresara a la misma acequia.

Un lunes por la mañana fui a ver el trabajo de los albañiles, una hora antes de que ellos llegaran, grande fue mi sorpresa al ver que ya estaba corriendo agua por el canal y también por la acequia y que el agua estaba permeándose a la alberca, traté, con una pala, sellar los hoyos por donde permeaba el agua, pero todo fue inútil. Fui a toda velocidad en una bici-cleta a buscar una máquina con pala mecánica para tapar la alberca, sabía que si dejaba entrar el agua completamente a la alberca no solo se inundaría esta sino también la huerta donde se encontraba.

Llegué a la casa del maquinista a solicitarle su servi-cio nuevamente para tapar la alberca pero me dijo: lo sien-to, la tengo reparando porque se rompió un perno de la mano de chango, le pedí que me diera la dirección de otra persona que pudiera rentar una máquina, él me mandó con los Ambacuan, quienes tenían una maquina más grande que la de él.

Llegué a la dirección donde tenían la máquina e hici-mos trato inmediatamente. El maquinista fue hasta donde estaba la máquina y la sacó de la cochera donde la guarda-ba; vi que realmente era una máquina enorme, le dije al ma-quinista que lo esperaba en la huerta y me fui rápidamente para esperarlo y abrir la puerta para que pasara la enorme máquina.

Al llegar ésta inmediatamente empezó a aventar tie-rra al interior de la alberca, donde ya había un metro de agua, cuando el maquinista llevaba tres cuartos de alberca tapados las ruedas delanteras de la máquina se empezaron a hundir en el lodo, el maquinista inteligentemente detu-vo su marcha y activó la mano de chango para anclar la máquina, puso reversa y empujó a la vez con la pala ha-cia atrás, cuando la máquina estuvo en tierra firme el ma-quinista se bajó y me dijo que era todo lo que podía hacer porque si la máquina se hundía no había otra tan grande en Rioverde que pudiera sacarla, le pagué su trabajo y se marchó.

A los albañiles, que ya tenían rato de haber llegado, los tuve que despedir y pagarles el día después de agrade-cerles su colaboración porque ya la obra se había terminado con esa inundación. Como esto sucedió en el mes de enero y el frío era muy severo, sufrí un desgarre muy doloroso en el brazo que me impidió moverlo durante algún tiempo ya que tuve que pasar dos semanas usando una pala normal para terminar lo que la máquina no pudo hacer. La alberca había muerto antes de nacer

Aunado a esto, los padres mi esposa se enfermaron de cáncer y tuvimos que gastar nuestro pequeño capital en ellos, yo también tenía un fuerte dolor en el estómago que aparecía de forma recurrente y no sabía qué lo causaba, en fin, era una serie de eventos tan adversos en nuestra vida que alguien un día nos dijo: ya necesitan una barrida, en otra ocasión una amiga también nos dijo lo mismo.

Después de esos comentarios mi esposa me dijo: Oye ¿Cómo ves si nos vamos a barrer? Yo le contesté: ¡Yo no creo en eso! Mi esposa continuó: Dicen que en San diego hay una señora que hace limpias, le contesté: ¡Pues si tú quieres, vamos! ¡No pasa nada! La idea a ella le pareció buena y consiguió la dirección de Doña Caridad.

A la semana siguiente fuimos a buscar a Doña Cari-dad a San Diego, llegando le preguntamos a alguien que iba en un carretón sobre ella e inmediatamente nos dio ra-zón de dónde la podíamos encontrar.

Al llegar a su casa nos abrió una muchacha joven y dijo con mucha confianza: ¡Pasen y espérenla allí!, nos seña-ló unas sillas en un zaguán, estábamos sentados esperando, cuando Doña Caridad salió de un cuarto, le dijo a la chica que prendiera el brasero y trajera unas ramas de pirul.

Caridad nos invitó a entrar al cuarto donde había una cama y dos sillas junto a la pared frente a la cama, la habi-tación tenía dos puertas de madera: una que comunicaba al zaguán y la otra hacia la parte trasera de la casa, en una de las paredes había una pintura como de un santo que noso-tros nunca habíamos visto.

Ella se sentó en la cama y nos invitó a sentarnos en las sillas frente a ella, hizo una especie de rezos o cantos con palabras que parecían de otro idioma, des-pués me pidió que me levantara y me parara frente a ella como a un metro de distancia, así lo hice y ella empezó a decir y a actuar sobre su propio cuerpo, te duele el brazo aquí, y se tocó su brazo izquierdo, en la parte que a mí me dolía, pero eso con descanso se te va a quitar -dijo- También te duele aquí y se tocó la par-te del estómago donde tenemos la vesícula biliar -dijo enseguida-, pero eso que te duele aquí solo un médico te lo puede curar. Te ha ido mal económicamente, pero eso se puede arreglar con algo que te voy a pedir. Hay gente que te tiene mucha envidia, eso también lo va-mos a arreglar… siéntate.

Después invitó a mi esposa a que se pusiera de pie frente a ella y le dijo: tú te has sentido muy cansada y te preocupan tus papás, también hay una mujer que te tiene mucha envidia. Donde vives, por la noche, se escuchan so-nidos como golpes o como si cayeran monedas, que no te dejan dormir… siéntate.

Yo estaba realmente sorprendido de escucharla, no nos conocía, ¿Cómo podía saber lo que nos pasaba en esos días? Era verdad lo que decía y no había manera de que lo supiera de antemano porque nunca nos habíamos visto ni teníamos amistades en común.

Posteriormente llegó la chica que le ayudaba con un pequeño bracero encendido, lo puso en el centro del cuarto y sobre las brasas le echó copal, nos pidió que pasáramos encima del brasero para impregnarnos del humo del copal, enseguida nos barrió con las ramas de pirul al mismo tiem-po que rezaba en un idioma desconocido.

Al terminar, nos pidió que le trajéramos para la si-guiente sesión un gallo negro vivo y una lista de cosas que podíamos comprar en el mercado.

 Al despedirnos mi esposa y yo le preguntamos: ¿Cuánto le debemos? Ella respondió: Me van a pagar seis-cientos pesos por todo, pero me lo van a pagar hasta que les vaya bien.

Al salir nos detuvo una vecina de enfrente de la casa de Caridad y nos dijo que íbamos a necesitar un gallo negro y que ella nos lo iba a vender, como para nosotros iba a ser difícil conseguir un gallo vivo y menos negro le dijimos que sí, acordamos el precio y nos dijo que la próxima vez le tocáramos en su casa para darnos el gallo.

Después de conseguir lo que teníamos que llevar fuimos nuevamente a la casa de Caridad, pero antes pasa-mos por el gallo. Era un gallo como de pelea, muy negro, cuando llegamos a la casa de Caridad ella ya nos estaba esperando, nos dijo que le diéramos las cosas, realizó unos rituales con ellos e hizo una mezcla de varios líquidos que puso en una botella y nos pidió que eso lo regáramos en todas las esquinas de la casa, para protegernos del mal, dijo que los sonidos que se escuchaban en la noche ya no iban a oírse, que teníamos que tirar el gallo, que desnucó en nues-tra presencia, junto con unas yerbas que usó en el ritual en el centro del cruce de dos caminos, que si nuestra suerte cambiaba y nos iba bien, regresáramos a pagarle lo que nos había dicho.

Nos despedimos agradeciéndole su atención. En el camino de regreso, por las huertas, nos detuvimos en el cruce de dos caminos e hicimos lo que nos indicó con el gallo y las yerbas, después continuamos hacia nuestra casa.

Ese día por la noche ya no escuchamos los sonidos de como que se caían monedas y rodaban por el piso en el departamento de arriba, dormimos muy tranquilos. Con el paso del tiempo nuestra suerte empezó a cambiar para bien.

 Desgraciadamente, un día por la noche me dio un do-lor tan insoportable en el estómago que tuve que ir a una clínica particular para que me atendieran de emergencia, tuvieron que realizar una cirugía de la vesícula biliar por unas piedras que se encontraban en ella, esto me hizo recor-dar a Caridad cuando dijo: ¡Eso que te duele aquí, solo un médico te lo puede curar!

Poco a poco, después de la recuperación de la ci-rugía, nos fue yendo mejor en los diferentes aspectos de la vida, así que le fuimos a pagar sus servicios a Caridad algu-nos meses después de la primera visita.

Todavía me pregunto ¿Cómo acertó en todas sus afir-maciones y sus pronósticos? ¿Qué fuerzas desconocidas manejaba o que conocimientos tenía? Las respuestas hasta el día de hoy son un enigma para mí.

Fotografía: Elena Rodríguez de la Tejera.

Soli Deo Gloria

 

 

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