martes, 6 de septiembre de 2022

El Nahual, por Juan Cancino Zapata.

Hace algunos años Alan trabajó en un programa documental de investigaciones especiales como camarógrafo, acompañando a un soldado y a un policía federal a la sierra occidental de nuestro país, le sucedió algo extraño al andar acompañando a estas personas.

El grupo iba a una investigación, aparentemente de rutina, en busca de sembradíos de estupefacientes, pero en realidad iban a hacer un documental sobre cómo se hacen este tipo de investigaciones.

Mi primo iba cargando su equipo de vídeo y los otros dos sus armas de cargo aparte de sus alimentos y equipo de campamento, iban a cruzar la sierra caminando durante cinco días, pero evitando ser vistos o detectados por persona alguna hasta salir de la misma.

Llevaban comida y bebida para esos días, también llevaban lámparas, aunque estas no las deberían usar a menos de que fuera realmente necesario, para no ser detectados en la oscuridad de la selva, asimismo no podían hacer fogatas para calentar los alimentos o calentarse ellos mismos, porque el humo o el olor de estas, sería detectado a kilómetros.

Si llegaban a encontrar gente tendrían que ocultarse para no ser vistos y procurarían también no dejar huellas a su paso, si lograban encontrar un plantío de estupefacientes, solo filmarían y tomarían nota de las coordenadas geográficas, prácticamente su misión era cruzar la sierra y ser invisibles al mismo tiempo.

Como Alan ya tenía experiencia en andar por la sierra le fue familiar esta caminata, pero extrañaba la comida calientita y un buen sleeping para dormir ya que solo llevaban chamarras camuflajeadas para el frío de la noche.

Los primeros dos días les parecieron como una excursión, no encontraron ni un alma en el monte ni ningún sembradío, solo algunos animales como serpientes, tejones, conejos, liebres, algún gato montés, varios venados, un coyote y diversas aves.

Como el grupo ya casi no tenía agua y les quedaba poca comida, decidieron detener su travesía, concluir el documental de la compañía televisora, cortar camino y regresar al pueblo donde habían dejado la camioneta, cosa que les llevaría dos días de camino.

Esa noche, para descansar después de una larga y fatigada jornada, escogieron un lugar arriba de un cerro, frente a un claro de la selva que media unos veinte metros de largo por unos diez de ancho, se prepararon un café y unos tacos de queso como cena, por seguridad se sentaron a dormir cada uno recargado en un árbol, separados uno de otro.

Después de un rato en la oscura noche, cuando ya casi se estaban durmiendo, Alan escuchó un ruido más allá del claro de la selva, notó que se acercaba el sonido como de un animal caminando y abriéndose paso entre las hierbas, se estiró en silencio hasta donde estaba sentado el soldado y le tocó la rodilla, en señal de que estuviera alerta, éste a su vez tocó con su fusil el pie del federal para que despertara.

 Alan escuchó como el soldado y el federal quitaban suavemente los seguros de sus rifles de asalto, el sonido de movimiento de yerbas y matorrales se acercó cada vez más hasta la orilla de la selva frente a ellos, el movimiento de yerbas que iba de un lado a otro, se escuchó justo detrás del claro, en un rango como de cinco metros de la orilla, frente a ellos, pero no se veía nada que saliera al claro del terreno.

 La luz de la luna permitía ver con gran claridad este espacio abierto en la selva, Alan pensó que era un animal que andaba merodeando, pero no sabía si era un oso, un jabalí, un puma, un coyote o un perro, no podía encender la lámpara de la cámara, ni la linterna que llevaba debido al protocolo planeado, e sonido de yerbas que se movían se alejó lentamente como hasta unos cincuenta metros de distancia, donde se dejó de oír, Alan le preguntó en voz baja al soldado -quien tenía una gran experiencia en el campo, por ser indígena de la sierra oaxaqueña- ¿Qué crees que sea? Él contestó: ¡Parecía un animal grande, como un oso! ¡Si ya nos olió, a lo mejor regresa!

El federal como confiaba mucho en el profesionalismo del soldado le dijo también en voz baja: ¡Pues si se nos viene dispárale! ¡Y yo te sigo! -El soldado contestó seguro de si- ¡Si lo veo, con un solo tiro tiene!, pero de todos modos prepárate.

 Alan solo estaba a la expectativa observando y escuchando. Inesperadamente el soldado le pasó su pistola automática y le dijo: ¡Tómala, por si acaso! Alan es-taba examinando la pistola de cargo y quitándole el seguro cuando de pronto todos escucharon el sonido de yerbas que se movían y que se trozaban al paso de la acometida de algo que no sabían que era y que iba directamente hacia ellos.

El soldado estaba en posición de disparo, apuntando hacia la dirección donde se escuchaba el sonido que se aproximaba velozmente, de pronto y antes de salir al claro el animal se detuvo y empezó a moverse de un lado a otro nuevamente, pero ahora produciendo fuertes sonidos amenazantes, el soldado apuntaba su arma hacia donde se escuchaban los atemorizantes gruñidos esperando ver al animal cruzar el claro para dispárale.

Afortunadamente lo que sea que había producido los gruñidos se retiró rápidamente por donde había venido, escucharon que la cosa se fue alejando hasta perderse en lo más profundo y oscuro de la selva.

Todo quedó en silencio nuevamente, los tres estaban a la expectativa preguntándose: ¿Qué es eso? El soldado dijo: ¡Eso no era un oso, así no gruñen!, Alan sugirió: ¡Sonaba como si fuera un lobo! El soldado replicó: ¡Era más grande que un lobo!, el federal por su parte preguntó:

¿Sería un puma? ¡Tampoco! -Dijo el soldado- ¡No sé qué era, pero… le hacía muy feo! ¡Hasta se me enchina el cuero! ¡Nunca había escuchado esos gruñidos!

De pronto, interrumpiendo-do la conversación, escucharon en lo oscuro de la selva la veloz carrera de esa entidad dirigiéndose hacia ellos, pero sorpresivamente se detuvo gruñendo amenazante en la orilla del claro.

Los tres, anonadados, vieron dos grandes y brillantes ojos de color rojo que se movían en la otra orilla del claro, del lugar donde procedían los terribles gruñidos.

No había lámparas que iluminaran esos ojos, para reflejar la luz, como en otros animales, el federal y Alan le dijeron simultáneamente al soldado: ¡Tírale!, en el preciso instante en que se escuchó la explosión de la bala al salir disparada del fusil, la bestia, al otro lado del claro, emitió un terrible gruñido de dolor, inmediatamente se escuchó el movimiento de la yerba y los chillidos de dolor del animal al huir por donde había llegado.

Al quedar nuevamente todo en el más absoluto silencio, Alan le dijo al soldado: ¡Fallaste!, él le contestó de manera enigmática y con mucha sabiduría: ¡Yo nunca fallo, le pegué en medio de los dos ojos! ¡No sé qué es eso! ¡Hasta un elefante se hubiera muerto con ese tiro! –agregó-. El federal y Alan guardaron silencio. Esperaron por más de una hora y la bestia no regresó, hay que dormir dijo el soldado, mañana vemos que fue lo que anduvo allí.

Al despuntar el alba y con la luz de la fresca mañana buscaron las huellas del animal o los rastros que hubiera dejado, la búsqueda fue infructuosa, solo había yerbas quebradas y aplastadas, no había rastros de sangre ni pelos de alguna bestia que hubiera andado por el lugar, como los tres ya querían beber y comer algo diferente de lo que traían de lonche, continuaron su camino de casi un día hacia el pueblo.

A lo lejos vieron el caserío donde habían dejado su camioneta y continuaron caminando todavía por más de dos horas, llegaron tratando de no llamar la atención.

Frente a la plaza del pueblo vieron mucha gente, como si fuera día de fiesta, por supuesto, los tres ya habían ocultado las armas y la cámara de vídeo en sus respectivas mochilas.

Caminaron por una de las orillas de la pequeña plaza dirigiéndose hacia donde estaba la camioneta, pero antes de llegar entraron en la primera tienda que vieron, pidieron unos refrescos y unos panecillos para mitigar el hambre y la sed.

El soldado le preguntó al tendero: ¿De qué es la fiesta? El tendero respondió: No es fiesta ¡Pero como si lo fuera! ¡Es que se murió un hombre que le hizo mucho mal al pueblo! ¡Un nahual!,

nuevamente el soldado preguntó: ¿Cuándo se murió? ¡Lo encontraron muerto esta mañana en su casa! ¡Lo mataron de un balazo en la cabeza! -respondió el tendero- Alan se quedó con la pregunta en la punta de la lengua ¿Quién lo mató? cuando fue interrumpido por el ¿Cuánto le debo? del federal -quien sacó un billete de a cien pesos y pagó lo de los tres. Le dieron las gracias al tendero y salieron sin preguntar más sobre el nahual ni decir nada entre ellos.

 Después de abordar la camioneta marcharon en silencio. Ya en la carretera y al poco rato el soldado exclamó: ¡Les dije, que nunca fallo un tiro! ¡Él era la fiera de anoche!, Alan confundido y sin preguntar nada más comprendió lo sucedido y aceptó la explicación de la muerte del nahual de ese pueblo, los tres continuaron su viaje en silencio, cansados, con sueño, pensando en lo sucedido la noche anterior y llevando a cabo una profunda introspección para aceptar una realidad extraña y desconocida.

Soli Deo Gloria.

  

0 comentarios:

Publicar un comentario