Hace algunos años Alan trabajó en un programa documental de investigaciones especiales como camarógrafo, acompañando a un soldado y a un policía federal a la sierra occidental de nuestro país, le sucedió algo extraño al andar acompañando a estas personas.
El grupo iba a una investigación,
aparentemente de rutina, en busca de sembradíos de estupefacientes, pero en
realidad iban a hacer un documental sobre cómo se hacen este tipo de
investigaciones.
Mi primo iba cargando su
equipo de vídeo y los otros dos sus armas de cargo aparte de sus alimentos y
equipo de campamento, iban a cruzar la sierra caminando durante cinco días,
pero evitando ser vistos o detectados por persona alguna hasta salir de la
misma.
Llevaban comida y bebida para esos días, también llevaban lámparas, aunque estas no las deberían usar a menos de que fuera realmente necesario, para no ser detectados en la oscuridad de la selva, asimismo no podían hacer fogatas para calentar los alimentos o calentarse ellos mismos, porque el humo o el olor de estas, sería detectado a kilómetros.
Si llegaban a encontrar gente
tendrían que ocultarse para no ser vistos y procurarían también no dejar
huellas a su paso, si lograban encontrar un plantío de estupefacientes, solo
filmarían y tomarían nota de las coordenadas geográficas, prácticamente su
misión era cruzar la sierra y ser invisibles al mismo tiempo.
Como Alan ya tenía experiencia
en andar por la sierra le fue familiar esta caminata, pero extrañaba la comida
calientita y un buen sleeping para dormir ya que solo llevaban chamarras
camuflajeadas para el frío de la noche.
Los primeros dos días les parecieron como una excursión, no encontraron ni un alma en el monte ni ningún sembradío, solo algunos animales como serpientes, tejones, conejos, liebres, algún gato montés, varios venados, un coyote y diversas aves.
Como el grupo ya casi no tenía
agua y les quedaba poca comida, decidieron detener su travesía, concluir el
documental de la compañía televisora, cortar camino y regresar al pueblo donde
habían dejado la camioneta, cosa que les llevaría dos días de camino.
Esa noche, para descansar
después de una larga y fatigada jornada, escogieron un lugar arriba de un
cerro, frente a un claro de la selva que media unos veinte metros de largo por
unos diez de ancho, se prepararon un café y unos tacos de queso como cena, por
seguridad se sentaron a dormir cada uno recargado en un árbol, separados uno de
otro.
Después de un rato en la
oscura noche, cuando ya casi se estaban durmiendo, Alan escuchó un ruido más
allá del claro de la selva, notó que se acercaba el sonido como de un animal
caminando y abriéndose paso entre las hierbas, se estiró en silencio hasta
donde estaba sentado el soldado y le tocó la rodilla, en señal de que estuviera
alerta, éste a su vez tocó con su fusil el pie del federal para que despertara.
Alan escuchó como el soldado y el federal
quitaban suavemente los seguros de sus rifles de asalto, el sonido de
movimiento de yerbas y matorrales se acercó cada vez más hasta la orilla de la
selva frente a ellos, el movimiento de yerbas que iba de un lado a otro, se
escuchó justo detrás del claro, en un rango como de cinco metros de la orilla,
frente a ellos, pero no se veía nada que saliera al claro del terreno.
La luz de la luna permitía ver con gran
claridad este espacio abierto en la selva, Alan pensó que era un animal que
andaba merodeando, pero no sabía si era un oso, un jabalí, un puma, un coyote o
un perro, no podía encender la lámpara de la cámara, ni la linterna que llevaba
debido al protocolo planeado, e sonido de yerbas que se movían se alejó
lentamente como hasta unos cincuenta metros de distancia, donde se dejó de oír,
Alan le preguntó en voz baja al soldado -quien tenía una gran experiencia en el
campo, por ser indígena de la sierra oaxaqueña- ¿Qué crees que sea? Él
contestó: ¡Parecía un animal grande, como un oso! ¡Si ya nos olió, a lo mejor
regresa!
El federal como confiaba mucho
en el profesionalismo del soldado le dijo también en voz baja: ¡Pues si se nos
viene dispárale! ¡Y yo te sigo! -El soldado contestó seguro de si- ¡Si lo veo,
con un solo tiro tiene!, pero de todos modos prepárate.
Alan solo estaba a la expectativa observando y
escuchando. Inesperadamente el soldado le pasó su pistola automática y le dijo:
¡Tómala, por si acaso! Alan es-taba examinando la pistola de cargo y quitándole
el seguro cuando de pronto todos escucharon el sonido de yerbas que se movían y
que se trozaban al paso de la acometida de algo que no sabían que era y que iba
directamente hacia ellos.
El soldado estaba en posición
de disparo, apuntando hacia la dirección donde se escuchaba el sonido que se
aproximaba velozmente, de pronto y antes de salir al claro el animal se detuvo
y empezó a moverse de un lado a otro nuevamente, pero ahora produciendo fuertes
sonidos amenazantes, el soldado apuntaba su arma hacia donde se escuchaban los
atemorizantes gruñidos esperando ver al animal cruzar el claro para dispárale.
Afortunadamente lo que sea que
había producido los gruñidos se retiró rápidamente por donde había venido,
escucharon que la cosa se fue alejando hasta perderse en lo más profundo y
oscuro de la selva.
Todo quedó en silencio
nuevamente, los tres estaban a la expectativa preguntándose: ¿Qué es eso? El
soldado dijo: ¡Eso no era un oso, así no gruñen!, Alan sugirió: ¡Sonaba como si
fuera un lobo! El soldado replicó: ¡Era más grande que un lobo!, el federal por
su parte preguntó:
¿Sería un puma? ¡Tampoco!
-Dijo el soldado- ¡No sé qué era, pero… le hacía muy feo! ¡Hasta se me enchina
el cuero! ¡Nunca había escuchado esos gruñidos!
De pronto, interrumpiendo-do
la conversación, escucharon en lo oscuro de la selva la veloz carrera de esa
entidad dirigiéndose hacia ellos, pero sorpresivamente se detuvo gruñendo
amenazante en la orilla del claro.
Los tres, anonadados, vieron
dos grandes y brillantes ojos de color rojo que se movían en la otra orilla del
claro, del lugar donde procedían los terribles gruñidos.
No había lámparas que
iluminaran esos ojos, para reflejar la luz, como en otros animales, el federal
y Alan le dijeron simultáneamente al soldado: ¡Tírale!, en el preciso instante
en que se escuchó la explosión de la bala al salir disparada del fusil, la
bestia, al otro lado del claro, emitió un terrible gruñido de dolor,
inmediatamente se escuchó el movimiento de la yerba y los chillidos de dolor
del animal al huir por donde había llegado.
Al quedar nuevamente todo en
el más absoluto silencio, Alan le dijo al soldado: ¡Fallaste!, él le contestó
de manera enigmática y con mucha sabiduría: ¡Yo nunca fallo, le pegué en medio
de los dos ojos! ¡No sé qué es eso! ¡Hasta un elefante se hubiera muerto con
ese tiro! –agregó-. El federal y Alan guardaron silencio. Esperaron por más de
una hora y la bestia no regresó, hay que dormir dijo el soldado, mañana vemos
que fue lo que anduvo allí.
Al despuntar el alba y con la
luz de la fresca mañana buscaron las huellas del animal o los rastros que hubiera
dejado, la búsqueda fue infructuosa, solo había yerbas quebradas y aplastadas,
no había rastros de sangre ni pelos de alguna bestia que hubiera andado por el
lugar, como los tres ya querían beber y comer algo diferente de lo que traían
de lonche, continuaron su camino de casi un día hacia el pueblo.
A lo lejos vieron el caserío
donde habían dejado su camioneta y continuaron caminando todavía por más de dos
horas, llegaron tratando de no llamar la atención.
Frente a la plaza del pueblo
vieron mucha gente, como si fuera día de fiesta, por supuesto, los tres ya
habían ocultado las armas y la cámara de vídeo en sus respectivas mochilas.
Caminaron por una de las
orillas de la pequeña plaza dirigiéndose hacia donde estaba la camioneta, pero
antes de llegar entraron en la primera tienda que vieron, pidieron unos
refrescos y unos panecillos para mitigar el hambre y la sed.
El soldado le preguntó al
tendero: ¿De qué es la fiesta? El tendero respondió: No es fiesta ¡Pero como si
lo fuera! ¡Es que se murió un hombre que le hizo mucho mal al pueblo! ¡Un
nahual!,
nuevamente el soldado
preguntó: ¿Cuándo se murió? ¡Lo encontraron muerto esta mañana en su casa! ¡Lo
mataron de un balazo en la cabeza! -respondió el tendero- Alan se quedó con la
pregunta en la punta de la lengua ¿Quién lo mató? cuando fue interrumpido por
el ¿Cuánto le debo? del federal -quien sacó un billete de a cien pesos y pagó
lo de los tres. Le dieron las gracias al tendero y salieron sin preguntar más
sobre el nahual ni decir nada entre ellos.
Después de abordar la camioneta marcharon en silencio. Ya en la carretera y al poco rato el soldado exclamó: ¡Les dije, que nunca fallo un tiro! ¡Él era la fiera de anoche!, Alan confundido y sin preguntar nada más comprendió lo sucedido y aceptó la explicación de la muerte del nahual de ese pueblo, los tres continuaron su viaje en silencio, cansados, con sueño, pensando en lo sucedido la noche anterior y llevando a cabo una profunda introspección para aceptar una realidad extraña y desconocida.
Soli Deo Gloria.
0 comentarios:
Publicar un comentario