En mayo de mil
novecientos sesenta y dos, mi familia y yo teníamos una semana de habernos
cambiado a un depar-tamento en una vecindad de la colonia San Luis, cerca del
Hogar del Niño, en la ciudad de San Luis Potosí. Mi padre trabajaba en ese
tiempo como cocinero de coches especiales en los Ferrocarriles Nacionales de
México, generalmente él tenía que salir “a camino” fuera de la ciudad, lo que,
por supuesto, hacía que mi madre se quedará algunos días sola a cargo de mi
hermana de tres años y conmigo, de cuatro.
Cierto
día, después de un caluroso atardecer, mi her-mana y yo jugábamos en el piso
fresco del cuarto junto a la cama con algunos juguetes tradicionales, aparte de
la cama solo había una mesa, un buró, dos sillas y un ropero, mi madre, que
planchaba la ropa sobre la cama, me pidió que fuera a traer la olla de la leche
a la cocina para que no se la tomara el gato, asimismo me pidió que cerrara
bien la puer-ta al salir de la cocina.
Me
levanté rápido para ir y no tardarme nada para se-guir jugando con mi hermana,
al salir del cuarto al patio vi un enorme gato negro que merodeaba el lugar,
regresé y le dije a mi mamá que allí andaba el gato, mi madre contestó: Por
eso, ¡Córrele, porque se la va a tomar!, nuevamente salícorriendo y el
gato al verme correr hacia él se asustó y brin-có a una barda cercana frente a
la cocina para huir de mí, la cocina estaba a un lado del cuarto donde
vivíamos, pero para ingresar a la misma había que salir necesariamente al
patio, ya estaba casi oscuro porque eran más de las siete y en esos meses
oscurecía un poco temprano.
Al
dirigirme a la puerta de la cocina encontré que es-taba abierta, en ese lugar
no había electricidad, era de esas cocinas antiguas con bracero y fregadero al
fondo, en cuyo lugar teníamos nosotros una estufa de petróleo, además ha-bía
una chimenea, no bien diseñada, que llegaba al techo para que saliera el humo.
Todas las paredes estaban negras de hollín del humo acumulado por años, había
también un viejo trastero en la pared del lado derecho y al lado izquier-do se
encontraba una pequeña y vieja mesa de madera con cuatro sillas, la olla de la
leche está en el fregadero, a un lado de la estufa -fue la indicación que me
dio mi madre-.
Al ver
hacia el interior desde la puerta para localizar el recipiente de la leche, vi
una densa nube blanca en el cen-tro de la cocina, una silueta como si fuera
humo de cigarro fosforescente, del tamaño de una persona adulta. Permane-cí
unos instantes observando ese fenómeno que para mí era nuevo, sentí temor por
lo desconocido y regresé corriendo al cuarto con mi madre gritándole emocionado
y con algo de miedo: ¡Mamá, mamá algo está en la cocina!, ella me contestó con
cara de enojada: ¡No seas miedoso, ve por la leche o te voy a pegar!, vi en ese
momento que mi hermana todavía jugaba en el piso y que al escucharme se me
queda-ba viendo con ojos de curiosidad, le dije a mi mamá: ¿Puede ir Blanca
conmigo? ¿Hermana vamos por la leche? -le pre-gunté- tomándola de la mano, ella
inmediatamente dijo que sí y se levantó para acompañarme, salimos caminando de
la mano y al llegar a la puerta de la cocina nos detuvimos, al mirar adentro
aún estaba allí el fenómeno blanco en el cen-tro de la cocina, inteligentemente
le dije a mi hermana: Cie-rra los ojos para
que no te de miedo, camina hasta donde está el fregadero, yo te voy diciendo
desde atrás por donde camines, me voy a ir atrás de ti, tú solo estira los brazos
hacia adelante y yo te digo cuando tienes que abrir los ojos, -ella obedeció
sin decir nada-, la sostuve tomándola de los hombros, como tomando distancia y
fuimos caminando ha-cia el interior de la cocina, yo también llevaba los ojos
cerra-dos por el miedo que sentía en ese momento, caminaba con la cabeza
agachada, con la cara hacia abajo como viendo el piso, cuando calculé que
estábamos en el centro de la cocina y al no sentir que topáramos con algo abrí
los ojos y levanté la cabeza en medio de eso que parecía una silueta de humo,
vi
una fosforescencia que nos rodeaba a mi hermana y a mí, parecía
el reflejo de la luz en la neblina que nos iluminaba a ambos, pero que por su
brillo interior impedía ver las cosas de la cocina, cerré los ojos nuevamente y
seguí empujando a mi hermana hacia adelante para llegar al bracero.
Al
calcular que ya habíamos traspasado esa niebla y que estábamos frente al
bracero donde debía estar la leche, abrí los ojos y le dije a mi hermana: ¡Ya
abre los ojos!, segui-mos avanzando la poca distancia que restaba para alcanzar
nuestro objetivo, vimos la olla de la leche frente a nosotros y en ese momento
le dije a mi hermana: ¡Yo me llevo la leche! -tomé la olla y al voltear hacia
la entrada- ¡Sorpresa!, la silueta había desaparecido, solo se veía la puerta
abierta de la cocina. Salimos apresuradamente hacia el cuarto pero mi hermana
deteniéndome replicó: ¡Dijo mi mamá que ce-rráramos bien la puerta!, puse la
leche en el piso y cada uno tomó una hoja de la puerta para cerrarla, vimos
nuevamen-te hacia el interior y el fenómeno realmente ya no se veía, cerramos
la puerta, le pusimos la aldaba y nos retiramos al cuarto, al llegar con mi
madre le comentamos lo que ha-bíamos visto, mi mamá dijo despreocupada: ¡Ya
olvídense de eso y vamos a cenar!, nos sirvió a cada quien un vaso de leche y
una pieza de pan, al terminar de cenar nos mandó a dormir.
Al
cuarto día de este acontecimiento mi padre regresó “del camino” (había salido
de viaje a Monterrey) mi madre platicó con él a solas de lo que nos sucedió en
la cocina, esto después de que ella –obviamente- ya había platicado del asunto
con los inquilinos de los otros dos departamentos de esa vecindad.
Al día
siguiente de la llegada de mi padre nos cam-biamos de esa vecindad, mi hermana
y yo no supimos por qué nos habíamos mudado tan rápido a otra casa en el
cen-tro de San Luis, fue hasta años después cuando mi hermana y yo estábamos en
quinto y sexto año de primaria respecti-vamente que mi madre nos platicó del
porqué de esa mu-danza.
Le
contaron los vecinos en esa ocasión, que ese depar-tamento era el más viejo del
lugar y que casi no lo rentaban porque allí espantaban, que se aparecía el
fantasma de la novia. Le contaron que la silueta que se veía en la cocina era
la de una joven a la cual su madre y unas amistades arregla-ban para su boda,
como a las 10 de la mañana, precisamente ahí, en la cocina de esa casa, iba
celebrar su boda ese do-mingo a las 12 del día en la iglesia del Montecillo, de
pronto llegó su padre extremadamente molesto y le dijo a su hija: ¡Ya no te
arregles, ya no te vas a casar!, al preguntarle ella porqué su padre le
respondió a su única hija: ¡Francisco -su novio- en este momento se está casado
con otra mujer en Guadalajara!, la novia en ese instante ante la terrible
noti-cia, sufrió un paro cardiaco, los presentes pensaron que tan solo era un
desmayo… pero ya nunca despertó; murió en brazos de su madre en ese lugar, la
casa fue vendida a las pocas semanas por el padre de la novia y se marcharon de
San Luis.
Los
vecinos le comentaron a mi madre que después del novenario se empezó a aparecer
la silueta de una mujer vestida de novia, que se paseaba en toda la casa a
diferentes horas, los que
vivieron en esa casa mucho antes que noso-tros la veían de día o de noche,
particularmente en la coci-na. Con el paso de los años los nuevos dueños
tiraron los cuartos de la entrada de la casa e hicieron dos departamen-tos y
solo dejaron el último cuarto y la cocina, lugar a donde llegamos a vivir
nosotros, obviamente era la cocina donde había muerto la novia. Nadie vivió en
ese cuarto ni usó la cocina durante años hasta que mis padres, sin que nadie
les advirtiera de lo que allí sucedía, por su bajo presupuesto y sin conocer
sus antecedentes lo rentaron.
Mi
padre había pensado que se lo habían rentado muy barato porque estaba algo
deteriorado y sin manteni-miento, después de firmar el contrato de renta del
depar-tamento mis padres lo limpiaron y arreglaron para irnos a vivir a ese
lugar, que en ese entonces era la orilla de San Luis, no duramos viviendo allí
ni diez días, mis padres por temor, después de lo acontecido a nosotros en la
cocina y al conocer la historia del fantasma de la novia, decidieron abandonar
lo más rápido posible el lugar para no volver nunca jamás.
Fue
hasta cuando mi madre nos contó lo de esa no-via, que mi hermana y yo le dimos
significado al fenómeno fosforescente de la cocina: ¡Eso era un fantasma!,
reconoci-mos por primera vez, que lo que vimos en esa ocasión era la forma de
una persona sentada en una silla, en medio de la cocina, con un blanco vestido
de novia.
A
dicho fantasma mi hermana y yo lo atravesamos hasta su interior sin saber lo
que era -por nuestra corta edad y por no tener ninguna idea preconcebida de la
existencia de fantasmas y menos del que vimos en esa ocasión- tal vez si
hubiéramos sabido algo sobre fantasmas no lo hubiéra-mos cruzado. Lo
inexplicable de su origen o la causa física de lo que fue ese extraordinario
fenómeno hasta hoy me tiene fascinado e intrigado.
Soli Deo Gloria.
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