viernes, 2 de septiembre de 2022

El ánima del autobús - "Las aventuras de Juanito" por Juan Cancino Zapata.

Para los años 70’ s ya se había inaugurado la nueva cen-tral camionera en San Luis Potosí, dos de mis tíos traba-jaban en ella, Manuel de equipajero en los autobuses Estre-lla Blanca y José Luis de mecánico en el taller de autobuses. 

En varias ocasiones por necesidad me iba a trabajar con mi tío Manuel, lavaba los parabrisas y aseaba los autobuses para ganarme unos cuantos pesos, con el paso del tiempo llegué a conocer a gran parte del personal que laboraba en la central camionera ya que la mayoría de ellos rolaba turnos, tenía la oportunidad de conocerlos en el turno de tarde cuando acompañaba a mis tíos a trabajar.

 La central camionera dentro de sus instalaciones contaba, en la parte superior del edificio, con dormitorios para los operadores del transporte, estos dormían, se duchaban o descansaban en ellos después de largos viajes ahorrándose lo del hotel en San Luis.

 

 En cierta ocasión llegó un operador muy consternado comentándole a mi tío Manuel que quería cambiar de au-tobús –un Sultana Panorámico- porque en él lo espantaban muy feo, mi tío incrédulo le dijo que hablara con el gerente de la línea de autobuses que en esos momentos se encontra-ba en su oficina, el conductor se fue directo a la oficina a ha-blar con el jefe y como a la hora salió muy contento, porque éste le había asegurado que la siguiente semana le daría otra unidad, aunque por el resto de la semana iba a trabajar de día en ese maldito autobús. 

Mi tío y otros compañeros por curiosidad le preguntaron: ¿Qué es lo que pasa en ese carro? Él contestó que tres meses antes le habían dado ese vehículo, el cual había sido reparado después de un trágico accidente donde el operador anterior había perdido la vida,aunque eso no se lo dijeron cuando le dieron las llaves del autobús, simplemente se lo asignaron y listo.

 La primera vez que me espantaron –continuó- fue cuando me dormí en el carro después de un viaje a Cd. Juárez, estaba dormido en la última y larga fila de asientos del autobús, con la puerta y ventanas cerradas, porque ha-cía mucho frio, cerca del motor porque es donde está más tibia la unidad. 

De pronto el motor del autobús se encendió ¡Como el motor estaba justo debajo de mí me desperté in-mediatamente!, pensé que alguien quería robarse el auto-bús y me fui hasta delante de la unidad para ver quien lo había echado a andar, ¡No había nadie y la puerta del carro estaba cerrada!, me toqué la bolsa del pantalón y allí tenía las llaves para encender el motor, las saqué y apagué el mo-tor, vi el reloj y eran las tres de la mañana, ¡Ya no me pude dormir pensando en cómo había sucedido eso!

 Ha de tener un corto y por eso se encendió –repli-có otro equipajero- que estaba encontraba escuchando, el conductor contestó aseverando: ¡No, me cai que no! porque luego me tocó quedarme nuevamente en el autobús en Chi-huahua y me pasó lo mismo y cuando fui a apagar el motor, antes de llegar al volante, se prendieron las luces del pasillo y al acercarme a ver el interruptor de las luces este esta-ba levantado -exclamó con más fuerza- ¡El interruptor no se levanta solo!

 Todos guardamos silencio… el conductor continuó comentando: un día en la pensión que está aquí en San Luis, allí por la calle de Constitución, cerca de la ala-meda, dejé la unidad a las ocho de la noche hasta el fondo del patio para que la lavaran, tenía que salir a Querétaro en la mañana. Cuando llegué a las siete de la mañana a la pensión encontré que el aseador de la noche no la había lavado, fui con el velador a preguntarle por qué no habían lavado el carro, éste me dijo: el lavador vio el carro al fondo de la pensión y se encaminó a lavarlo con el bote del agua, la escoba y el trapeador, cuando ya casi llegaba al autobús

 se encendieron los faros y se pusieron las altas, él pensó que usted estaba allí, pero al llegar la puerta estaba cerrada con llave, se dio cuenta de eso porque la quiso abrir y no pudo, le tocó muy fuerte para que abriera pero en ese momento las luces se apagaron y como no vio a nadie adentro que le abriera le dio miedo y mejor se fue a su casa, yo le dije al velador -agregó el conductor- ¡Pero dejé abierto el autobús y aquí traigo las llaves!, ambos fuimos a ver el carro y tenía la puerta abierta, simplemente emparejada, como yo la ha-bía dejado.

 El conductor al ver nuestro interés en su conversa-ción continúo platicando, como ya van varias veces que me espantan mejor le dije al gerente que me cambia de carro o me salgo de trabajar y ahí le dejo la ruta, como el gerente sí quiso cambiarme el autobús, solo voy a aguantar una se-mana más en ese carro y agregó: parece que me van a dar un autobús nuevo, de los Dina, de los que van a llegar a Es-trella Blanca.

 El Chofer tomó su maleta de viaje y se dirigió a los dormitorios, se veía bastante cansado ya que venía de Cd. Juárez y no traía relevo, desde los andenes de la central se veía estacionado de frente el autobús, pegado a la barda de la central camionera a una distancia de unos sesenta me-tros, uno de los presentes dijo en forma seria: ¡Ha de traer un ánima adentro ese carro! y no faltó el bromista que dijo: ¡Si quieres ve a lavarlo!, los que estábamos allí soltamos la carcajada y nos fuimos a hacer nuestras tareas. 

Como yo era el único niño allí, me quedé pensando en esa conversación, sin saber si era verdad o no, después de algunas horas vi que ya era tiempo de irme a casa, la hora de salida del tur-no de mi tío era a las 12 de la noche, pero a veces el relevo llegaba un poco tarde así que lo esperábamos, ese día llegó como quince minutos después de las 12 y mi tío hizo el pro-ceso del cambio de turno y nos preparamos para irnos en la corrida de las 0:30 en el autobús que salía rumbo a Cd. Juárez, al que generalmente pedíamos un aventón porque  pasaba por la calle 20 de noviembre frente al taller del ferro-carril, a una cuadra de donde vivíamos.

 Estábamos en el andén esperando que subiera el pa-saje de esta corrida cuando vimos al fondo del patio que el autobús, del cual habíamos estado hablando, venía rodan-do lentamente con las luces y el motor encendidos hacia un andén cerca de donde estábamos nosotros y se estacionaba a la mitad de él, muy cerca de nosotros, a escasos dos ande-nes. Los equipajeros que escucharon la historia corrieron a donde había llegado el autobús y trataron de abrir la puerta de esta unidad, pero sin conseguirlo, de pronto, se apaga-ron las luces del vehículo y el motor, no pudieron abrir la puerta porque estaba cerrada con llave tal como la había dejado el operador. 

Como nuestro aventón en el autobús a Ciudad Juárez ya estaba por salir nos despedimos de los demás y corrimos a subirnos para ir a casa, en el camino mi tío le contó la historia que habíamos escuchado al conduc-tor del autobús, este le platicó que él manejó ese autobús y que en una ocasión cuando estaba dormido en los asientos de atrás, algo o alguien lo tiró al piso y se encendieron las luces del pasillo, pero por más que indagó qué había suce-dido nunca encontró explicación para ese acontecimiento y que por miedo al siguiente día pidió que lo cambiaran de ruta para manejar otro autobús.

 En ese momento de la plática llegamos a donde mi tío y yo nos teníamos que bajar y la conversación conclu-yó en una despedida y un agradecimiento por el aventón, bajamos del autobús y mi tío me abrazó porque hacía mu-cho frio y me llevó a casa a dormir. Tres días después vi a mi tío Manuel y le pregunté con mucha curiosidad sobre el autobús de la central, él me dijo que todavía estaba allí en el andén porque al motor no lo podían echar andar y José Luis -mi otro tío, el mecánico- lo estaba arreglando, pero no encontraba donde estaba la falla. El autobús estuvo allí una semana hasta que con una grúa se lo llevaron a la pensión,

 al llegar a ésta jalado por la grúa repentinamente se encen-dió el motor sin que ningún ser humano lo hubiera hecho.

 Después de apagarlo y estacionarlo permaneció va-rios meses en la pensión porque nadie lo quería manejar, como se vino la temporada de frio yo dejé de ir a la central camionera para no enfermarme y nunca jamás supe cuál fue el fin de esa vieja unidad, mucho menos de la energía o ánima que allí se manifestaba.

Soli Deo Gloria

 

 

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