Para los años 70’ s
ya se había inaugurado la nueva cen-tral camionera en San Luis Potosí, dos de
mis tíos traba-jaban en ella, Manuel de equipajero en los autobuses Estre-lla
Blanca y José Luis de mecánico en el taller de autobuses.
En varias ocasiones
por necesidad me iba a trabajar con mi tío Manuel, lavaba los parabrisas y
aseaba los autobuses para ganarme unos cuantos pesos, con el paso del tiempo
llegué a conocer a gran parte del personal que laboraba en la central camionera
ya que la mayoría de ellos rolaba turnos, tenía la oportunidad de conocerlos en
el turno de tarde cuando acompañaba a mis tíos a trabajar.
La central camionera
dentro de sus instalaciones contaba, en la parte superior del edificio, con
dormitorios para los operadores del transporte, estos dormían, se duchaban o
descansaban en ellos después de largos viajes ahorrándose lo del hotel en San Luis.
En
cierta ocasión llegó un operador muy consternado comentándole a mi tío Manuel
que quería cambiar de au-tobús –un Sultana Panorámico- porque en él lo
espantaban muy feo, mi tío incrédulo le dijo que hablara con el gerente de la
línea de autobuses que en esos momentos se encontra-ba en su oficina, el
conductor se fue directo a la oficina a ha-blar con el jefe y como a la hora
salió muy contento, porque éste le había asegurado que la siguiente semana le
daría otra unidad, aunque por el resto de la semana iba a trabajar de día en
ese maldito autobús.
Mi tío y otros compañeros por curiosidad le preguntaron:
¿Qué es lo que pasa en ese carro? Él contestó que tres meses antes le habían
dado ese vehículo, el cual había sido reparado después de un trágico accidente
donde el operador anterior había perdido la vida,aunque eso no se
lo dijeron cuando le dieron las llaves del autobús, simplemente se lo asignaron
y listo.
La
primera vez que me espantaron –continuó- fue cuando me dormí en el carro
después de un viaje a Cd. Juárez, estaba dormido en la última y larga fila de
asientos del autobús, con la puerta y ventanas cerradas, porque ha-cía mucho
frio, cerca del motor porque es donde está más tibia la unidad.
De pronto el
motor del autobús se encendió ¡Como el motor estaba justo debajo de mí me
desperté in-mediatamente!, pensé que alguien quería robarse el auto-bús y me
fui hasta delante de la unidad para ver quien lo había echado a andar, ¡No
había nadie y la puerta del carro estaba cerrada!, me toqué la bolsa del
pantalón y allí tenía las llaves para encender el motor, las saqué y apagué el
mo-tor, vi el reloj y eran las tres de la mañana, ¡Ya no me pude dormir
pensando en cómo había sucedido eso!
Ha de
tener un corto y por eso se encendió –repli-có otro equipajero- que estaba
encontraba escuchando, el conductor contestó aseverando: ¡No, me cai que no!
porque luego me tocó quedarme nuevamente en el autobús en Chi-huahua y me pasó
lo mismo y cuando fui a apagar el motor, antes de llegar al volante, se prendieron
las luces del pasillo y al acercarme a ver el interruptor de las luces este
esta-ba levantado -exclamó con más fuerza- ¡El interruptor no se levanta solo!
Todos guardamos silencio… el conductor continuó comentando: un día en la
pensión que está aquí en San Luis, allí por la calle de Constitución, cerca de
la ala-meda, dejé la unidad a las ocho de la noche hasta el fondo del patio
para que la lavaran, tenía que salir a Querétaro en la mañana. Cuando llegué a
las siete de la mañana a la pensión encontré que el aseador de la noche no la
había lavado, fui con el velador a preguntarle por qué no habían lavado el
carro, éste me dijo: el lavador vio el carro al fondo de la pensión y se
encaminó a lavarlo con el bote del agua, la escoba y el trapeador, cuando ya casi
llegaba al autobús
se encendieron los
faros y se pusieron las altas, él pensó que usted estaba allí, pero al llegar
la puerta estaba cerrada con llave, se dio cuenta de eso porque la quiso abrir
y no pudo, le tocó muy fuerte para que abriera pero en ese momento las luces se
apagaron y como no vio a nadie adentro que le abriera le dio miedo y mejor se
fue a su casa, yo le dije al velador -agregó el conductor- ¡Pero dejé abierto
el autobús y aquí traigo las llaves!, ambos fuimos a ver el carro y tenía la
puerta abierta, simplemente emparejada, como yo la ha-bía dejado.
El
conductor al ver nuestro interés en su conversa-ción continúo platicando, como
ya van varias veces que me espantan mejor le dije al gerente que me cambia de
carro o me salgo de trabajar y ahí le dejo la ruta, como el gerente sí quiso
cambiarme el autobús, solo voy a aguantar una se-mana más en ese carro y
agregó: parece que me van a dar un autobús nuevo, de los Dina, de los que van a
llegar a Es-trella Blanca.
El Chofer tomó su maleta de viaje y se dirigió a los
dormitorios, se veía bastante cansado ya que venía de Cd. Juárez y no traía
relevo, desde los andenes de la central se veía estacionado de frente el autobús,
pegado a la barda de la central camionera a una distancia de unos sesenta
me-tros, uno de los presentes dijo en forma seria: ¡Ha de traer un ánima
adentro ese carro! y no faltó el bromista que dijo: ¡Si quieres ve a lavarlo!,
los que estábamos allí soltamos la carcajada y nos fuimos a hacer nuestras
tareas.
Como yo era el único niño allí, me quedé pensando en esa conversación,
sin saber si era verdad o no, después de algunas horas vi que ya era tiempo de
irme a casa, la hora de salida del tur-no de mi tío era a las 12 de la noche,
pero a veces el relevo llegaba un poco tarde así que lo esperábamos, ese día
llegó como quince minutos después de las 12 y mi tío hizo el pro-ceso del
cambio de turno y nos preparamos para irnos en la corrida de las 0:30 en el
autobús que salía rumbo a Cd. Juárez, al que generalmente pedíamos un aventón
porque pasaba por la
calle 20 de noviembre frente al taller del ferro-carril, a una cuadra de donde
vivíamos.
Estábamos
en el andén esperando que subiera el pa-saje de esta corrida cuando vimos al
fondo del patio que el autobús, del cual habíamos estado hablando, venía
rodan-do lentamente con las luces y el motor encendidos hacia un andén cerca de
donde estábamos nosotros y se estacionaba a la mitad de él, muy cerca de
nosotros, a escasos dos ande-nes. Los equipajeros que escucharon la historia
corrieron a donde había llegado el autobús y trataron de abrir la puerta de
esta unidad, pero sin conseguirlo, de pronto, se apaga-ron las luces del
vehículo y el motor, no pudieron abrir la puerta porque estaba cerrada con
llave tal como la había dejado el operador.
Como nuestro aventón en el autobús
a Ciudad Juárez ya estaba por salir nos despedimos de los demás y corrimos a
subirnos para ir a casa, en el camino mi tío le contó la historia que habíamos
escuchado al conduc-tor del autobús, este le platicó que él manejó ese autobús
y que en una ocasión cuando estaba dormido en los asientos de atrás, algo o
alguien lo tiró al piso y se encendieron las luces del pasillo, pero por más
que indagó qué había suce-dido nunca encontró explicación para ese
acontecimiento y que por miedo al siguiente día pidió que lo cambiaran de ruta
para manejar otro autobús.
En ese
momento de la plática llegamos a donde mi tío y yo nos teníamos que bajar y la
conversación conclu-yó en una despedida y un agradecimiento por el aventón,
bajamos del autobús y mi tío me abrazó porque hacía mu-cho frio y me llevó a
casa a dormir. Tres días después vi a mi tío Manuel y le pregunté con mucha
curiosidad sobre el autobús de la central, él me dijo que todavía estaba allí
en el andén porque al motor no lo podían echar andar y José Luis -mi otro tío,
el mecánico- lo estaba arreglando, pero no encontraba donde estaba la falla. El
autobús estuvo allí una semana hasta que con una grúa se lo llevaron a la
pensión,
al
llegar a ésta jalado por la grúa repentinamente se encen-dió el motor sin que
ningún ser humano lo hubiera hecho.
Después
de apagarlo y estacionarlo permaneció va-rios meses en la pensión porque nadie
lo quería manejar, como se vino la temporada de frio yo dejé de ir a la central
camionera para no enfermarme y nunca jamás supe cuál fue el fin de esa vieja
unidad, mucho menos de la energía o ánima que allí se manifestaba.
Soli Deo Gloria
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