Ocurrió el 2 de enero de 1606, cuando el capitán Gabriel Ortiz de Fuenmayor, otorgó tres leguas a cada viento a los aborígenes del río Verde. Para ello el capitán colocó un abujón frente a la ermita, de donde partieron los medidores, que desde luego sería el centro de la ciudad. Se deduce que esta ermita estuvo cerca del único manantial de agua dulce, donde ahora es el mercado de Ciudad Fernández, S. L. P.
Siguiendo un orden cronológico fue hasta el 1º., de julio de
1617, cuando se fundó la misión de Santa Catarina, también cerca del Ojito de
Agua y ya hubo frailes de planta.
Ahora bien, como los naturales construyeron las acequias de
San Antonio, San Juan, La Morita, La Purísima donde tenían sus sementeras
empezaron a mudarse del paraje Santa Elena al Palmar grande, así mismo se mudó
la custodia y la misión franciscana.
Pasaron los años, los estancieros o hacendados españoles
codiciaban las buenas tierras que tenían los indios, y en octubre de 1687 Juan
Nieto Téllez y 52 estancieros españoles le solicitaron al virrey el
establecimiento de una villa de españoles, quitándole a los naturales la mitad
de sus tierras.
Alegaron diferentes razones, que los indios no eran diestros
en el manejo del arco y la flecha, que no se podrían defender de una invasión
de indios bravos.
En cambio, ellos, estando reunidos en un poblado acudirían
prestos a combatirlos con sus armas y sus caballos, lo que no podían hacer,
dado que sus ranchos, haciendas o estancias se localizaban muy distantes una de
otra, y en caso de que así lo aprobara, la Real Hacienda se ahorraría los 500
pesos que pagaba al Capitán Protector, y ellos, los españoles construirían sus
casas de su peculio en el nuevo poblado.
El real permiso para fundar la villa de españoles fue
aprobado el 9 de enero de 1694, en el sitio donde actualmente se encuentra
Ciudad Fernández, S. L. P., como ya se dijo, despojando a los indios con la
mitad de sus tierras, por la parte del poniente.
Es decir, el nuevo centro de población fue establecido con la
mitad de las tres leguas a la redonda correspondiente al fundo legal del pueblo
de indios del Rioverde, y los españoles le cambiaron el nombre al paraje de
Santa Elena por el de Villa del Dulce Nombre de Jesús.
Con los años, algunos gachupines alegaron méritos y pidieron
mercedes de tierras y aguas con la intención de disfrutar de ellas; en cambio
otros, las solicitaron para especular, aunque éstos, fueron los menos.
También utilizaban a su capricho el agua de la laguna La
Vieja; al principio, no hubo dificultades, pero cuando llegaron a desviar la
corriente del canal básico se presentaron los primeros enfrentamientos entre
españoles y naturales por la distribución por el uso de agua para el riego.
Los estancieros españoles bloqueaban los canales, y los
naturales los abrían. Esta perturbación representó una afrenta para los
aborígenes, pues, siempre habían sido los únicos dueños del agua.
Entonces los españoles gestionaron un real permiso para el
uso del agua de la Laguna la Vieja (ahora Media Luna) y otras lagunetas.
En un inicio, la línea divisoria de ambos pueblos cruzaba en
medio del Ojo de Agua, para que tanto los españoles como los indios tuvieran
derecho al agua potable del ojito. Este trazo, casi debía pasar por la mitad de
la manzana donde hoy se encuentra el palacio Municipal de Ciudad Fernández.
Ante ésto, Blas de Saldierna, el español, representante de
los vecinos de la entonces Villa, se quejó ante el Duque de Alburquerque,
Francisco Fernández de la Cueva,
–¿Cómo es posible ésto? Porque nosotros, siendo como somos,
“hombres blancos y de “razón”, de ninguna manera podemos consentir ningún atropello,
y menos de parte de esos indios de la nación chichimeca, de la vecina misión de
Santa Catarina de Alejandría.
Las denuncias se cruzaban de una parte hacia otra y corrían
por cuerda separada. Las disposiciones fueron en el mismo sentido, dadas en
diferentes fechas, donde amparaban a los naturales que ordenaba que nadie más
viviera en sus tierras; sin embargo, los españoles en lo legal, expresaban una
cosa, pero en los hechos hacían lo contrario.
Fue un constante conflicto sin solución, que por décadas tuvo
fastidiadas a las autoridades virreinales.
Al gobernador de indios le resultó imposible echarlos del
nuevo terreno invadido; otro triunfo más para los españoles, porque en 1732, el
virrey les otorgó un nuevo repartimiento.
Autorizó que se recorriera la línea divisoria 600 varas hacia
el oriente hasta la actual calle, llamada Frontera, nombrada así por La Villa
del Dulce Nombre de Jesús; y por el pueblo de Santa Catarina, calle de La
Cortadura.
En ese nuevo espacio, los españoles construyeron las casas
reales, (hoy la Presidencia Municipal) también, la actual plaza de Armas, y en
la manzana oriente, el templo llamado el Dulce Nombre de Jesús, con su
cementerio que ahora es atrio y jardín.
Tan poderoso era el encanto que guardaba el clima, parecido a
una continua primavera, y además el azuloso Ojito de Agua, arbolado, fresco y
único manantial de agua bebible, sus tierras planas, como un privilegio
surcadas por un río, así como por el canal básico proveniente de la Laguna la
Vieja.
Juan de Soto, el gobernador de indios, con su clarividencia
innata habría soñado volar una paloma blanca sobre estos parajes. Que alguna
vez, en todo ese espacio debía quedar conurbado en una sola unidad conurbada de
buena vecindad, donde quedaran olvidados los viejos agravios con el amanecer de
un nuevo día.
La invasión no paró ahí, porque tiempo después, tanto
españoles como criollos, mulatos y todo tipo de castas, se mudaron sin
restricción alguna al Palmar Grande de Santa Catarina, donde se desarrolló el
principal centro comercial de la zona: la agricultura, la artesanía, y donde se
asentaron las autoridades distritales, hasta convertirse en aquella época, en
la puerta regia de la comarca. Resultó paradójico que La Villa de españoles
quedara opacada, en comparación al crecimiento que alcanzó la aludida por
algunos poetas, “La Perla del Oriente”, no obstante, la población de Santa
Elena siempre trató de conservar su hidalguía y prosperidad.
En estos tiempos, con los medios modernos, los planos
antiguos de las haciendas, la mojonera de la Cruz Verde, se pudiera establecer
el punto exacto donde se levantó la primera ermita y fue el centro de la
dotación de tierras del río Verde.
José J. Alvarado.
Fotografia: Elena Rodriguez de la Tejera
Soli Deo Gloria
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