Cierta mañana en Rioverde,
estaba platicando con una maestra llamada Edith, sobre cosas extrañas que le
habían pasado a algunas personas, cosas como espantos y aparicio-nes, ella me
interrumpió para decirme: le voy a contar algo, pero no crea que me lo voy a
inventar o que es puro cuento, se lo platico a usted porque me da confianza y
pienso que si me va a creer y si no me cree pues luego le pregunta a mi hermano
para que vea que no le he dicho mentiras.
Fíjese que cuando yo tenía
como siete años y mi her-mano seis, nos íbamos por la tarde, después de hacer
la ta-rea, al corral de la casa a jugar con sus juguetes y con los míos, en ese
tiempo vivíamos en el Puente del Carmen, cer-ca de La Planta, mi hermano se
llevaba sus carritos y yo me llevaba mis muñecas y a veces jugábamos a la
comidita y a esas cosas que juega uno cuando está chico.
En el corral donde jugábamos
había un hoyo de pie-dra en el piso, en medio del corral, medía como unos ocho
metros de diámetro y un metro y medio de profundidad, en la orilla de la pared
oriente había también una cuevi-ta, como de tres metros de profundidad, la cual
usábamos como casita para nuestros juegos.
Una tarde salimos al corral a
jugar y al bajar al hoyo vimos que en la cuevita brillaba algo con el reflejo
del sol, nos acercamos y vimos que había un platillo volador aden-tro de la
cueva, nosotros pensamos que mi mamá nos lo había puesto allí para que jugáramos,
era metálico, con ventanitas en la parte de arriba de lo que parecía la cabina,
el platillo tenía casi la misma altura que nosotros y media como dos metros y
medio de largo, era un platillo muy bo-nito, lo empezamos a tocar con para ver
su textura: estaba frio y muy lisito.
Nos asomamos por las
ventanitas y vimos que esta-ban unos hombrecitos del tamaño de mis muñecas
Barbie, cuando los hombrecillos nos vieron en la ventana, se abrió una puerta
en la parte baja del platillo, así como se ve en las películas, era una rampa
por donde salieron y bajaron tres hombrecillos vestidos con un traje plateado y
ajustado, eran cabezones, con ojos negros y grandes, no tenían pelo y hacían
sonidos como de niño chiquito, uno de ellos se nos acercó y me pidió, con
señas, la muñeca sin ropa que lleva-ba en la mano, después de que se la di los
tres hombrecillos se metieron al platillo cerrando la puerta.
Mi hermano y yo nos asomamos
por las ventanitas, vimos que entre los tres le quitaron la cabeza, los brazos
y las piernas a la muñeca, se pusieron a discutir entre ellos y examinaron
todas las partes, nosotros al ver eso, fuimos a la casa a traer otra Barbie
para dárselas, cuando llegamos, la primera Barbie estaba afuera del platillo,
toda desmembra-da y los hombrecillos a un lado de ella.
Le di la otra muñeca Barbie, que en esta
ocasión llevaba ropa puesta, al que esta-ba más cerca de mí, inmediatamente la
tomó y subieron con la mona al platillo cerrando nuevamente la puerta.
Mi hermano y yo nos pusimos a
armar la primer Bar-bie para dejarla como la llevábamos al principio, después
por las ventanillas nos asomamos para ver que hacían con la muñeca, ya no los
vimos en la cabina, tal vez estaban más adentro del platillo.
Mi hermano y yo esperamos
mu-cho rato jugando con los otros juguetes y como ya se estaba haciendo de
noche y no salían los hombrecillos nos fuimos a la casa, para nosotros eso pasó
desapercibido, no tuvo la importancia suficiente como para contárselo a mi
mamá.
Al día siguiente nuevamente
salimos a jugar, lleva-mos más juguetes y los dejamos junto a la puerta del
plati-llo, nosotros jugamos como siempre en el hoyo grande y ya no vimos que
pasó con los juguetes y los hombrecillos.
Al otro día fuimos a ver el platillo y vimos
todos los juguetes desarmados afuera de la nave, le dije a mi hermano que me
ayudara a armarlos y en eso nos pasamos toda la tarde, los hombrecillos veían
como armábamos los juguetes desde las ventanitas del platillo, nosotros se los
mostrábamos cuando ya estaban armados y ellos nos saludaban con sus manitas en
señal de aprobación, cuando terminamos de armar to-dos los juguetes nos los
llevamos a la casa, mi mamá nos preguntó qué porqué andábamos sacando todos los
jugue-tes al corral, le contestamos que era para jugar con los niños del
platillo, ella preguntó: ¿Cuál platillo? Le contestamos: ¡El que está en la
cueva!, ella nos dijo: ¡Ya les he dicho que no se metan en esa cueva! ¡Les
puede salir una víbora!, le dijimos: ¡Pues tú nos pusiste el platillo allí para
jugar!, ella nos contestó: ¡Ya váyanse a bañar porque andan muy sucios!, nos
fuimos a bañar y después cenamos y ya no toca-mos el tema.
Al día siguiente, después de hacer la tarea, le dijimos a mi mamá que íbamos a jugar con los niñitos del plato volador, mi mamá por curiosidad dijo: a ver, vamos a ver ¿Cuál plato les puse allí? Los tres nos fuimos al corral y bajamos al hoyo, pero cuando nos dirigimos a la cueva no vimos el platillo, mi hermano le reprochó triste y enojado a mi mamá: ¡Ya nos lo quitaste!, -ella nos contestó- ¡Yo llegué con ustedes, no he venido al corral desde hace varios días, no sé de qué platillo hablan ustedes!
Mi hermano le dijo: ¡Pues el de los niñitos que jugaban con
nosotros!, mi mamá le contestó a mi hermano: ¡Bueno, jueguen aquí, pero no se
metan a la cueva!, se dio la vuelta y se dirigió a la casa, no-sotros la
seguimos con la mirada hasta que entró a ella, yo me puse a platicar con mi
hermano para que dejara de pen-sar en el platillo y los monitos que jugaban con
nosotros. Al paso de los días se nos olvidaron los pequeños seres y el platillo
volador ¡Pero le juro que es verdad lo que le digo, sino pregúntele a mi
hermano!
Como no podía poner en tela de
juicio el relato de su experiencia simplemente le dije: ¡Si, te creo!
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