La casa marcada con el número
140 de Privada Ferrocarril Central, en el Barrio de Tlaxcala, fue otra de
tantas casas donde mi familia y yo vivimos en ese tiempo, corría el año de 1968,
fue en ese lugar donde después de cambiarnos nació mi hermano Fermín, el más
chico de la familia.
Al terminar el pasillo de este
primer departamento había un pequeño patio con unas escaleras que conducían al
tercer departamento que estaba sobre el nuestro, después de este patio
continuaba el pasillo hasta llegar a la puerta donde nosotros vivíamos, nuestro
departamento constaba de una habitación grande usada como sala-comedor, dos
habitaciones pequeñas al lado izquierdo de la puerta de entrada, una de las
habitaciones tenía una ventana hacia el pasillo, que era donde mis hermanas y
yo dormíamos, la otra era para mis papás, la cocina estaba al fondo del
departamento, tenía una puerta que daba a un pequeño patio en la parte trasera
y al fondo de éste se encontraba el sanitario.
En el pequeño patio sucedían
cosas extrañas, ya que se oían sonidos por las noches procedentes del
departamento sin habitar, se escuchaba que se movían los muebles, como que
arrastraban sillas, que movían platos o tazas y en ocasiones hasta sonidos como
de cadenas de hierro o chirriar de metales.
Como yo tenía 12 años y era el
mayor de mis hermanos tenía que salir constantemente a los mandados,
forzosamente, para salir a la calle, tenía que pasar por el patio que conducía
al departamento de arriba, la mayoría de las veces sentía un extraño escalofrío
al pasar por las escaleras.
En una ocasión, como a las
ocho de la noche, fui a la panadería La primavera, la cual estaba a la vuelta
de la esquina de la casa, a comprar el pan y la leche, al regresar entré por el
pasillo y al fondo vi encendida la luz de nuestro departamento, como me daba
miedo el patio me fui corriendo a toda velocidad, al llegar a la orilla del
patio escuché como el arañar de uñas de perro que subían rápidamente por las
escaleras, pegué un grito de espanto -¡Haaaaa!- al asustarme por ese ruido,
seguí corriendo sin detenerme a ver qué era lo que había producido el sonido de
uñas, cerré la puerta y le dije al entrar a mi mamá lo que había escuchado,
ella me contestó para tranquilizarme: ¡Ha de ser un perro que se metió por la
azotea!
Yo guardé silencio y pensé:
¡Esa mentira ni quien la crea! ¡Arriba no hay perros! Aunque en seguida me dije
internamente para tranquilizarme: ¡A lo mejor si era un perro! Mi mamá inmediatamente
y para no seguir con el tema les dijo a mis hermanas: ¡Vénganse todos a cenar,
porque ya llegó el pan! Mis hermanas solo me miraban expectantes para ver si yo
agregaba algo más de lo que había escuchado afuera, ya no comenté nada para que
no se asustarán, después de cenar nos fuimos a acostar, como si no hubiera pasado
nada.
Como a la semana siguiente,
después de regresar de la panadería como de costumbre y cenar, mi mamá nos
mandó a mis cuatro hermanas y a mí al baño y a cepillarnos los dientes, al
regresar nos pusimos a escuchar una radionovela que nos gustaba mucho en esa
época, se llamaba Chucho el Roto, cuando terminó la radionovela mi mamá me
pidió que apagara la radio y me fuera a acostar, como yo me quedaba en un
catre, en la habitación que tenía la ventana hacia el pasillo, le dije
recordándole:
¡Me levantas temprano para
irme a la escuela! Y me encaminé a la entrada del cuarto, de pronto se
escucharon tres toquidos en los vidrios de la ventana, bastante fuertes, esto
me asustó un poco, porque no escuchamos que alguien se acercara a nuestro departamento,
vi por curiosidad a través de los vidrios de la ventana y no había nadie en el
pasillo, que estaba iluminado por la bombilla de afuera, le dije rápidamente a
mi mamá, la cual estaba cerca de la puerta del departamento: ¡Asómate a ver
quién es! Ella se levantó de la silla donde estaba sentada y caminó hacia la
puerta del departamento, que ya estaba cerrada con aldaba, pero que tenía un
pequeño agujero por donde uno podía ver todo el pasillo hasta la puerta de la
entrada de la casa.
Cuando ella estaba a un metro
de llegar a la puerta, esta fue empujada desde afuera varias veces como si la
quisieran tirar o abrir a fuerza, yo, a pesar del miedo y con los pelos de
punta, corrí a la ventana y vi hacia afuera de la puerta y al pasillo, pero no
había nadie, mi mamá también se asomó por el hoyo de la puerta cuando ésta dejo
de moverse y tampoco vio a nadie, no había viento, solo el silencio estaba
presente dentro y fuera del departamento, no salimos al pasillo a ver qué había
sucedido simplemente mi madre se puso a rezar y yo la acompañé para luego irnos
a dormir.
Al preguntarles al día
siguiente sobre este asunto a nuestros vecinos y a pesar de que hubo un ruido
extraordinario, ellos dijeron no haber escuchado nada esa noche, fue partir de
ese día, que en el patio trasero de nuestro departamento por las noches se
paraba una lechuza en la barda a silbar y solo se iba de allí cuando alguien
salía al patio a espantarla, mis padres por temor o superstición de la lechuza
y su asociación con las brujas, temían que algo le pasara a mi hermano
–entonces recién nacido- Decidieron, días después, mejor buscar otra casa de
renta para mudarnos.
Nuestros vecinos, al
preguntarnos sobre nuestros motivos para cambiábamos de casa, nos contaron que
ellos por las noches habían visto varias veces a una viejita vestida de negro
que subía las escaleras y luego desaparecía en el departamento de arriba, donde
se oían los ruidos, que era la razón por la cual ellos no salían en la noche al
patio, pero nunca nos quisieron decir nada sobre ese asunto para que no nos
asustáramos porque nosotros éramos muy chicos.
Fotografía: Elena Rodríguez de
la Tejera
Soli Deo Gloria
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