viernes, 16 de septiembre de 2022

La casa del 140 - Juan Cancino Zapata

 

La casa marcada con el número 140 de Privada Ferrocarril Central, en el Barrio de Tlaxcala, fue otra de tantas casas donde mi familia y yo vivimos en ese tiempo, corría el año de 1968, fue en ese lugar donde después de cambiarnos nació mi hermano Fermín, el más chico de la familia.

Al terminar el pasillo de este primer departamento había un pequeño patio con unas escaleras que conducían al tercer departamento que estaba sobre el nuestro, después de este patio continuaba el pasillo hasta llegar a la puerta donde nosotros vivíamos, nuestro departamento constaba de una habitación grande usada como sala-comedor, dos habitaciones pequeñas al lado izquierdo de la puerta de entrada, una de las habitaciones tenía una ventana hacia el pasillo, que era donde mis hermanas y yo dormíamos, la otra era para mis papás, la cocina estaba al fondo del departamento, tenía una puerta que daba a un pequeño patio en la parte trasera y al fondo de éste se encontraba el sanitario.

En el pequeño patio sucedían cosas extrañas, ya que se oían sonidos por las noches procedentes del departamento sin habitar, se escuchaba que se movían los muebles, como que arrastraban sillas, que movían platos o tazas y en ocasiones hasta sonidos como de cadenas de hierro o chirriar de metales.

Como yo tenía 12 años y era el mayor de mis hermanos tenía que salir constantemente a los mandados, forzosamente, para salir a la calle, tenía que pasar por el patio que conducía al departamento de arriba, la mayoría de las veces sentía un extraño escalofrío al pasar por las escaleras.

En una ocasión, como a las ocho de la noche, fui a la panadería La primavera, la cual estaba a la vuelta de la esquina de la casa, a comprar el pan y la leche, al regresar entré por el pasillo y al fondo vi encendida la luz de nuestro departamento, como me daba miedo el patio me fui corriendo a toda velocidad, al llegar a la orilla del patio escuché como el arañar de uñas de perro que subían rápidamente por las escaleras, pegué un grito de espanto -¡Haaaaa!- al asustarme por ese ruido, seguí corriendo sin detenerme a ver qué era lo que había producido el sonido de uñas, cerré la puerta y le dije al entrar a mi mamá lo que había escuchado, ella me contestó para tranquilizarme: ¡Ha de ser un perro que se metió por la azotea!

Yo guardé silencio y pensé: ¡Esa mentira ni quien la crea! ¡Arriba no hay perros! Aunque en seguida me dije internamente para tranquilizarme: ¡A lo mejor si era un perro! Mi mamá inmediatamente y para no seguir con el tema les dijo a mis hermanas: ¡Vénganse todos a cenar, porque ya llegó el pan! Mis hermanas solo me miraban expectantes para ver si yo agregaba algo más de lo que había escuchado afuera, ya no comenté nada para que no se asustarán, después de cenar nos fuimos a acostar, como si no hubiera pasado nada.

Como a la semana siguiente, después de regresar de la panadería como de costumbre y cenar, mi mamá nos mandó a mis cuatro hermanas y a mí al baño y a cepillarnos los dientes, al regresar nos pusimos a escuchar una radionovela que nos gustaba mucho en esa época, se llamaba Chucho el Roto, cuando terminó la radionovela mi mamá me pidió que apagara la radio y me fuera a acostar, como yo me quedaba en un catre, en la habitación que tenía la ventana hacia el pasillo, le dije recordándole:

¡Me levantas temprano para irme a la escuela! Y me encaminé a la entrada del cuarto, de pronto se escucharon tres toquidos en los vidrios de la ventana, bastante fuertes, esto me asustó un poco, porque no escuchamos que alguien se acercara a nuestro departamento, vi por curiosidad a través de los vidrios de la ventana y no había nadie en el pasillo, que estaba iluminado por la bombilla de afuera, le dije rápidamente a mi mamá, la cual estaba cerca de la puerta del departamento: ¡Asómate a ver quién es! Ella se levantó de la silla donde estaba sentada y caminó hacia la puerta del departamento, que ya estaba cerrada con aldaba, pero que tenía un pequeño agujero por donde uno podía ver todo el pasillo hasta la puerta de la entrada de la casa.

Cuando ella estaba a un metro de llegar a la puerta, esta fue empujada desde afuera varias veces como si la quisieran tirar o abrir a fuerza, yo, a pesar del miedo y con los pelos de punta, corrí a la ventana y vi hacia afuera de la puerta y al pasillo, pero no había nadie, mi mamá también se asomó por el hoyo de la puerta cuando ésta dejo de moverse y tampoco vio a nadie, no había viento, solo el silencio estaba presente dentro y fuera del departamento, no salimos al pasillo a ver qué había sucedido simplemente mi madre se puso a rezar y yo la acompañé para luego irnos a dormir.

Al preguntarles al día siguiente sobre este asunto a nuestros vecinos y a pesar de que hubo un ruido extraordinario, ellos dijeron no haber escuchado nada esa noche, fue partir de ese día, que en el patio trasero de nuestro departamento por las noches se paraba una lechuza en la barda a silbar y solo se iba de allí cuando alguien salía al patio a espantarla, mis padres por temor o superstición de la lechuza y su asociación con las brujas, temían que algo le pasara a mi hermano –entonces recién nacido- Decidieron, días después, mejor buscar otra casa de renta para mudarnos.

Nuestros vecinos, al preguntarnos sobre nuestros motivos para cambiábamos de casa, nos contaron que ellos por las noches habían visto varias veces a una viejita vestida de negro que subía las escaleras y luego desaparecía en el departamento de arriba, donde se oían los ruidos, que era la razón por la cual ellos no salían en la noche al patio, pero nunca nos quisieron decir nada sobre ese asunto para que no nos asustáramos porque nosotros éramos muy chicos.

Fotografía: Elena Rodríguez de la Tejera

Soli Deo Gloria

 

 

 

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