Así la veo en mis recuerdos
parada en esa esquina envuelta en un monólogo, lanzando severas críticas a los
yanquis, usando un español muy castizo con palabritas y palabrotas de todos
tamaños y colores. Sufría un aparente delirio de persecución, no permitía que
nadie la tocara y si alguien pasaba junto a ella, demasiado cerca, se hacía
acreedora de un fuerte manazo.
Bertha era muy selectiva
socialmente hablando, no pedía limosna, quizás un cigarrillo y no a cualquiera,
pero si alguien le regalaba algo lo tomaba aunque poco lo agradecía, una de las
pocas personas a las que acostumbraba visitar era a la Sra. Salas, en la calle
de Abasolo y sus hijas recuerdan las largas pláticas que con paciencia atendía
su madre con Bertha, de los momentos de lucidez cuando trocaba su rostro
desquiciado por uno amable y la mirada perdida por una de añoranza como
queriendo ver imágenes del pasado, y contaba que de niña se bañaba en el Sena,
el río Sena y que conocía el palacio de Versalles, y hacía una precisa y
puntual descripción de todo él.
La Sra. Salas le regalaba algo de
ropa para que cambiara sus harapos y en la siguiente visita Bertha lucía la
ropa regalada, encima de los harapos.
Bertha vivía en una vecindad que
se encontraba en la calle de Fuero, a dos cuadras de la Calzada de Guadalupe,
cuentan que en las noches, muchas veces le daba por cantar o echar al aire sus
acostumbrados discursos incoherentes y plagados de improperios y eso sí, tenía
una voz muy sonora, que muchas veces no dejaba dormir a los demás inquilinos de
la vecindad y optaban por cambiar de domicilio a otra vecindad a Bertha no
podían correrla de la vecindad, dicen los que saben o creen que saben, por la
simple y sencilla razón de que era la dueña.
Un día atropellaron a Bertha en
la calle de Morelos, a escasa media cuadra del Mercado Tangamanga que antes
conocíamos como de la merced y que ha retomado su nombre original, nadie sabe
que daños le produjo el golpe que recibió, pero ella no se podía levantar,
llegó la ambulancia pero armó tremendo pancho que no pudieron llevarla a ningún
servicio médico, no permitía que la tocaran y lanzó manazos y mordidas, lo más
que lograron fue colocarla en la banqueta y pensando tal vez que por la energía
con que respondió al auxilio, no tendría nada grave, y ahí permaneció dos días
y finalmente murió.
La genial acuarelista Laura
Leticia (www.lauraleticia.com) realizó una acuarela de ella, retratándola con toda
precisión, es el único documento que puede existir de ella, lo demás, son
recuerdos que se convierten en leyenda que se va perdiendo en el tiempo.
Publicado por Adrián René
Contreras.
Tomada del muro de Fernando
Chavira Lopez.
Soli Deo Gloria.
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