En el camino
a mi escuela primaria, media cuadra antes de llegar, estaba la tienda de
abarrotes “La Competidora”. En la esquina que la vieja calle Ponce hacía con la
Juárez. Mucho antes en ese lugar empezaba el Camino de los Alonsos, y ahí vivió
mi abuelo.
“La
Competidora” era atendido por su dueño, Don José Carmelo Posadas, quien era mi
tío por estar casado con una hermana de mi padre, mi tía Consuelo.
Era una
pequeña tienda, con un mostrador lleno de anaqueles con toda clase de
productos. A la entrada, en la esquina, había un enorme tambo lleno de petróleo
diáfano, que daba el olor a la atmósfera del negocio, una mezcla de petróleo y
semillas. Todavía hoy, cuando oigo hablar de “barriles de petróleo”, me acuerdo
de aquel tambo. Afuera de la tienda estacionaba su pequeño Renault rojo donde
apenas cabía mi tío.
Mi tío
Carmen, como le decíamos, fue siempre muy atento conmigo, no obstante que
nuestras familias no se frecuentaran tanto. Nunca he sabido si entre mi papá y
su hermana hubo alguna clase de problema, porque a pesar del trato cariñoso que
me deparaban, no dejaba de sentir cierta distancia, que no existía con mis
otras tías.
Cuando yo
estaba en la primaria mi idea de la familia era abstracta. Del lado de mi
madre, estaban los parientes de Chihuahua, entonces desconocidos para mí.
Del lado de
mi padre, personas muy serias y solemnes con historias desconocidas que me ha
costado toda la vida ir descifrando. Nunca escuché de mi papá una palabra sobre
sus hermanas y hermanos. Vivían rodeados de silencio, de extrañeza.
Todos los
días saludaba a mi tío Carmen cuando pasaba por “La Competidora” y de vez en
cuando me paraba a comprar estampitas para algún álbum, que los niños
competíamos en llenar primero.
Recuerdo un
álbum de animales que casi todos mis compañeros habíamos llenado excepto por
una figura que aún no había “salido”: la jirafa. Comprábamos desesperados
aquellos sobres con tres estampitas a diez centavos, con la esperanza de ser el
primero en obtener la preciada jirafa.
Había días
que en mi casa se rompía el silencio, en la forma de vidrios que se estrellan y
gritos que se ahogan. Y yo salía despavorido por el único camino que me sabía,
el de la escuela, que pasaba por “La Competidora”, donde mi tío Carmen me
detuvo porque vio mis ojos anegados de petróleo, y me dio un sobre con tres
estampitas: el quebrantahuesos, el zorro... y la jirafa.
– Hijo- dijo
mi tío Carmen– la jirafa es uno de los animales más grandes sobre el planeta y
al mismo tiempo es el más silencioso.
Ayer me
encontré con sus hijos y nietos, y me dio mucho gusto seguir sabiendo de mi
familia, tan grande y silenciosa.
Dedicado a Salvador Nieto Q.E.P.D.
Atte. R2D2
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