sábado, 2 de mayo de 2015

Llegar al Golfo de California cruzando el desierto de Sonora a pie. Gerardo Morrill Corona


Un cactus de "Saguaro"

Llegar al Golfo de California cruzando el desierto de Sonora a pie. Gerardo Morrill Corona

Una historia que nos mando el amigo Juan Cancino, a quien agradecemos el relato y las fabulosas fotografías.

En la noche del miércoles 2 de julio de 2014, Sergio y yo salimos del campamento de la Colorada, en las faldas del volcán el Pinacate, rumbo a la cima.

Debido al calor preferimos caminar durante la  noche lo más que pudiera.  A media noche dormimos unas horas y a las 4.00 am continuamos el ascenso. 

Llegamos a la cima unas horas después del amanecer y, después de un brindis de Gatorade con Chía, cada uno comenzamos a bajar en sentidos opuestos.

 Sergio de regreso al campamento y yo hacia el desierto. Ese día, durante el descenso, pasé junto a varios Saguaros que tenían Pitayas maduras y conseguí, con una rama seca de Ocotillo, cortar unas cuantas que me supieron a gloria. 

En "El PInacate" Raul y Sergio

A media mañana, el calor arreciaba y en una pared rocosa en el lado opuesto de la cañada se veían unas oquedades que bien podían ser cuevas.

 No podía pensar en un lugar mejor para esconderme del sol y decidí cruzar aquel rio de lava petrificada de no menos de un kilómetro de ancho para averiguar sobre aquellas oquedades.
En efecto, al final de la pared encontré una cueva que los borregos Cimarrón también parecían usar para resguardarse del calor.

Aquí me quede hasta que el sol y el calor bajaron lo suficiente para continuar. En ese tiempo comí y dormí durante buenos ratos. A media tarde continúe el descenso entre ríos de lava (roca volcánica), arroyos y lomas de piedra y grava.  


Llegué como a las 10:00 de la noche a la base de un pequeño cráter. Acompañado de la luz de la luna y las estrellas dormí unas horas y a las 4.00 am continúe nuevamente mi camino.

Observé que esta zona entre los cráteres y las dunas es muy rica en cuanto a la variedad de flora y fauna.  Unas horas más tarde llegué a las Dunas, donde los paisajes son tan espectaculares que me dejaban boquiabierto para donde quiera que volteara.

Del campamento en  La Colorada, había salido  con 16 litros de agua y en ese momento me quedaban solo 6 de estos.

 Después de caminar 2 horas sobre las dunas me quedaban 3 y medio litros de agua, y el calor aumentaba con gran rapidez, así que armé una sombra con una pequeña lona y con los tubos de la casa de campaña y me resguardé del implacable sol.

A un lado de donde me acosté a descansar, estaba una lagartija muerta y desecada por el  inmenso calor del  el sol, lo que me hizo pensar lo vulnerable y frágil que es la vida en este lugar. 




Al ver lo que me faltaba por recorrer de dunas y calcular la distancia que había recorrido sobre las mismas con 1 litro y medio de agua, me quede sorprendido, solo había recorrido como 5 kilómetros  en dos horas y calculaba que me faltaban  más de 30 para llegar a la estación del ferrocarril, en donde podía conseguir agua. La situación era alarmante y me quedaba muy claro de que no me escapaba de una buena deshidratada,  que si bien me iba, acabaría en un hospital.

Permanecí bajo la sombra durante 8 horas con solo un litro y medio de suero preparado y el equivalente  a una tasa de mis orines; el termómetro marco 48 º C en la sombra,  pero el aire se sentía mucho más caliente.

 La arena volaba y se me metía hasta lo más profundo de  mis pensamientos. A pesar de las circunstancias sabía que eso era muy probable que pasara, y en el fondo quería sentir y conocer mi reacción; si era capaz de aguantar con calma y pensar claramente bajo estas circunstancias. 


Gracias a las fotografías aéreas que podía ver a través del teléfono del  lugar donde me encontraba  y las condiciones del terreno, concluí  que si en vez de continuar hacia el oeste caminaba en dirección sur, las condiciones del terreno serían mucho más favorables para salir de esta situación, al menos  no se observaban tantas dunas y parecía haber más vegetación hacia el sur.

 No podía confiar en que saldría mucho más rápido de lo que pensaba, así que con el agua que me quedaba, la  fui dividiendo y mezclando con Chía y Gatorade en polvo.  Empecé consumiendo 1 /2 litro cada dos horas y conforme fui avanzando, noté  que el terreno en efecto, estaba más plano y permitía un mayor avance, tal vez unos 4 o 5 kms por hora, lo que  hacía que consumiera más liquido por hora.  


Vegetación del desierto

Como a 5 kms antes de llegar a  la carretera, decidí acampar; aquí me quedaba mi último litro de  agua, el cual me acabé en el transcurso de la noche. Me levanté en la madrugada y continué mi marcha, después de amanecer por fin llegué a la carretera. Pensé que era fácil agarrar aventón pero estaba equivocado; había consumido lo que me quedaba de agua y la sed aumentaba cada vez más; de hecho, desde el día anterior no dejé de tener sed.

Después de una hora de caminar por la carretera, mi saliva parecía pegamento y la lengua se me pegaba al paladar. No recuerdo haber sentido tanta sed en mi vida.


Las dunas en el desierto

Llegué al pueblo del Golfo de Santa Clara como a las 10:30 am.  Lo primero que hice fue dirigirme a una tienda y comprar dos litros de Powerade y un litro y medio de agua, sabía lo peligroso que es tomar demasiado líquido en mis condiciones de deshidratación, así que daba un trago y esperaba unos minutos para tomar el siguiente.

 Casi era necesario que alguien me amarrara durante unos minutos, que parecían eternos, para no lanzarme a tomar todo el líquido que necesitaba mi cuerpo. Como en una hora me tome los 3.5 litros y aún seguía con sed.



Aquí, en este pueblo, pasé unos días en lo que llegaba el paquete de Guanajuato con el filtro para desalinizar el agua del mar; en ese tiempo conocí a Álvaro y a Doña Isabel, dueños de una pescadería y después de platicarles mis planes me ofrecieron amablemente quedarme en su casa.

 Pasé la última noche que estuve ahí, ya que esa tarde me avisaron que el paquete ya había llegado. Al día siguiente (jueves 10 de julio) regresé a Puerto Peñasco para recoger el Kayak, el equipo y el paquete que Alejandro León, un amigo que trabaja en la Reserva del Pinacate, ya me había hecho el favor de recoger.



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