Un cactus de "Saguaro"
Llegar al Golfo de California cruzando el desierto de
Sonora a pie. Gerardo Morrill Corona
Una historia que
nos mando el amigo Juan Cancino, a quien agradecemos el relato y las fabulosas fotografías.
En la noche del
miércoles 2 de julio de 2014, Sergio y yo salimos del campamento de la Colorada,
en las faldas del volcán el Pinacate, rumbo a la cima.
Debido al calor
preferimos caminar durante la noche lo
más que pudiera. A media noche dormimos
unas horas y a las 4.00 am continuamos el ascenso.
Llegamos a la cima
unas horas después del amanecer y, después de un brindis de Gatorade con Chía,
cada uno comenzamos a bajar en sentidos opuestos.
Sergio de regreso al campamento y yo hacia el
desierto. Ese día, durante el descenso, pasé junto a varios Saguaros que tenían Pitayas maduras y conseguí,
con una rama seca de Ocotillo, cortar unas cuantas que me supieron a gloria.
En "El PInacate" Raul y Sergio
A media mañana, el
calor arreciaba y en una pared rocosa en el lado opuesto de la cañada se veían
unas oquedades que bien podían ser cuevas.
No podía pensar en un lugar mejor para
esconderme del sol y decidí cruzar aquel rio de lava petrificada de no menos de
un kilómetro de ancho para averiguar sobre aquellas oquedades.
En efecto, al final
de la pared encontré una cueva que los borregos Cimarrón también parecían usar
para resguardarse del calor.
Aquí me quede hasta
que el sol y el calor bajaron lo suficiente para continuar. En ese tiempo comí
y dormí durante buenos ratos. A media tarde continúe el descenso entre ríos de lava
(roca volcánica), arroyos y lomas de piedra y grava.
Llegué como a las
10:00 de la noche a la base de un pequeño cráter. Acompañado de la luz de la
luna y las estrellas dormí unas horas y a las 4.00 am continúe nuevamente mi
camino.
Observé que esta
zona entre los cráteres y las dunas es muy rica en cuanto a la variedad de
flora y fauna. Unas horas más tarde
llegué a las Dunas, donde los paisajes son tan espectaculares que me dejaban
boquiabierto para donde quiera que volteara.
Del campamento
en La Colorada, había salido con 16 litros de agua y en ese momento me
quedaban solo 6 de estos.
Después de caminar 2 horas sobre las dunas me
quedaban 3 y medio litros de agua, y el calor aumentaba con gran rapidez, así
que armé una sombra con una pequeña lona y con los tubos de la casa de campaña
y me resguardé del implacable sol.
A un lado de donde
me acosté a descansar, estaba una lagartija muerta y desecada por el inmenso calor del el sol, lo que me hizo pensar lo vulnerable y
frágil que es la vida en este lugar.
Al ver lo que me
faltaba por recorrer de dunas y calcular la distancia que había recorrido sobre
las mismas con 1 litro y medio de agua, me quede sorprendido, solo había recorrido
como 5 kilómetros en dos horas y
calculaba que me faltaban más de 30 para
llegar a la estación del ferrocarril, en donde podía conseguir agua. La
situación era alarmante y me quedaba muy claro de que no me escapaba de una buena
deshidratada, que si bien me iba,
acabaría en un hospital.
Permanecí bajo la
sombra durante 8 horas con solo un litro y medio de suero preparado y el equivalente a una tasa de mis orines; el termómetro marco
48 º C en la sombra, pero el aire se
sentía mucho más caliente.
La arena volaba y se me metía hasta lo más
profundo de mis pensamientos. A pesar de
las circunstancias sabía que eso era muy probable que pasara, y en el fondo
quería sentir y conocer mi reacción; si era capaz de aguantar con calma y
pensar claramente bajo estas circunstancias.
Gracias a las
fotografías aéreas que podía ver a través del teléfono del lugar donde me encontraba y las condiciones del terreno, concluí que si en vez de continuar hacia el oeste
caminaba en dirección sur, las condiciones del terreno serían mucho más
favorables para salir de esta situación, al menos no se observaban tantas dunas y parecía haber más
vegetación hacia el sur.
No podía confiar en que saldría mucho más
rápido de lo que pensaba, así que con el agua que me quedaba, la fui dividiendo y mezclando con Chía y Gatorade
en polvo. Empecé consumiendo 1 /2 litro
cada dos horas y conforme fui avanzando, noté
que el terreno en efecto, estaba más plano y permitía un mayor avance,
tal vez unos 4 o 5 kms por hora, lo que hacía
que consumiera más liquido por hora.
Vegetación del desierto
Como a 5 kms antes
de llegar a la carretera, decidí
acampar; aquí me quedaba mi último litro de agua, el cual me acabé en el transcurso de la
noche. Me levanté en la madrugada y continué mi marcha, después de amanecer por
fin llegué a la carretera. Pensé que era fácil agarrar aventón pero estaba
equivocado; había consumido lo que me quedaba de agua y la sed aumentaba cada
vez más; de hecho, desde el día anterior no dejé de tener sed.
Después de una
hora de caminar por la carretera, mi saliva parecía pegamento y la lengua se me
pegaba al paladar. No recuerdo haber sentido tanta sed en mi vida.
Las dunas en el desierto
Llegué al pueblo
del Golfo de Santa Clara como a las 10:30 am.
Lo primero que hice fue dirigirme a una tienda y comprar dos litros de Powerade
y un litro y medio de agua, sabía lo peligroso que es tomar demasiado líquido
en mis condiciones de deshidratación, así que daba un trago y esperaba unos
minutos para tomar el siguiente.
Casi era necesario que alguien me amarrara
durante unos minutos, que parecían eternos, para no lanzarme a tomar todo el líquido
que necesitaba mi cuerpo. Como en una hora me tome los 3.5 litros y aún seguía
con sed.
Aquí, en este
pueblo, pasé unos días en lo que llegaba el paquete de Guanajuato con el filtro
para desalinizar el agua del mar; en ese tiempo conocí a Álvaro y a Doña
Isabel, dueños de una pescadería y después de platicarles mis planes me ofrecieron
amablemente quedarme en su casa.
Pasé la última noche que estuve ahí, ya que
esa tarde me avisaron que el paquete ya había llegado. Al día siguiente (jueves
10 de julio) regresé a Puerto Peñasco para recoger el Kayak, el equipo y el
paquete que Alejandro León, un amigo que trabaja en la Reserva del Pinacate, ya
me había hecho el favor de recoger.
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